Tengo fascinación por la Historia, me enseñó a amar la de mi país mi maestro de segundo año de secundaria pública y de ahí «pa» delante, toda. De una manera u otra coadyuvó sin duda el hábito de la lectura inculcado por mi madre, que siempre me compró libros, en vez de muñecas, solo tuve dos, y la disciplina inteligente de mis educadoras del Helena Herlihy Hall. A través de ella he recorrido épocas inmemoriales, conocí al mismo Heródoto, estuve en la gran biblioteca de Alejandría, lloré con Hipatia la quema de alrededor de 900 mil manuscritos con los conocimientos de toda una época, que ahí habían sido salvaguardados para la posteridad, y que el fanatismo destruyó. Y también recorrí las calles de la Atenas milenaria cuyo siglo V a. C. deslumbró a propios y extraños, y luego Roma, padres de la administración y del Derecho, en la que me enamoré para siempre de Marco Tulio Cicerón y… ahí lo dejo. Pero me sentí en la necesidad de citar este pequeñísimo antecedente como punto de partida de las reflexiones que hoy comparto con usted que tan generosamente me lee.
Me vuelvo a Atenas, a la del siglo V a. C., también conocida como la del siglo de oro o siglo de Pericles, en claro reconocimiento al papel decisivo que tuvo un gobernante de sus méritos para enriquecer la democracia de aquellos días, y que ha sido piedra de toque de la evolución de la misma, aunque nunca han faltado crápulas que han hecho con ella será y pabilo. Pericles no es el inventor de la democracia, pero sí quien llevó a la ateniense a convertirse en un verdadero Gobierno del pueblo y la consolidó históricamente de manera ejemplar.
Hacedor importante de estos resultados lo constituyen las reformas de Clístenes en el 507 a. C. y las de Efialtes en el 462 a. C., que le puso límites al poder del Areópago, con un Consejo cuyos poderes dividió entre la Boulé o Consejo de los Quinientos –asamblea del pueblo– y los tribunales populares. Clístenes particularmente es el creador del sistema democrático, que subrayo, permitió que todos los ciudadanos pudieran participar activa y directamente en el Gobierno. Clístenes fue arconte, ahí empieza a adquirir relevancia su participación.
Y no obstante, ni él se salvó del exilio, al caer la familia de los Alcmeónidas, a la que pertenecía. Volvió con la derrota de sus adversarios y es ya en ese momento cuando sus propuestas discurren sin obstáculo alguno. Él sabía que la estabilidad llegaría al ampliarse la base política incluyendo a más ciudadanos. Como afirmó Heródoto, «al sumar al pueblo a su lado, ganó la ventaja con creces sobre sus oponentes políticos».
El gran Solón había logrado que todos los ciudadanos fueran iguales ante la ley —excepto esclavos y mujeres, faltaba mucho pero mucho para que esto cambiara—, pero fue Clístenes quien recibió el crédito de ser el padre fundador de la democracia ateniense. Impulsar el ideal de que un gobierno debe recaer en la mayoría y no en unos pocos, marcó un antes y un después.
Y ahora, ya entro al punto sustantivo del tema. También fue Clístenes quien impulsó el procedimiento político del ostracismo. En virtud de este instrumento, un cuerpo de ciudadanos podía votar en una asamblea pública exiliar a cualquier persona que se considerara peligrosa o demasiado poderosa para el bienestar de la ciudad. No se utilizó con tanta frecuencia durante el siglo posterior al proceso, pero sí fue el mayor ejemplo de cómo los ciudadanos comunes, de a pie, podían frenar directamente la carrera de políticos demasiado ambiciosos, corruptos o simplemente ineptos.
Su nombre proviene del hecho de que los ciudadanos escribían en un óstrakon (trozo de cerámica con forma de concha) el nombre de la persona que votaban desterrar por considerar que no había actuado en función del bien público. A fines del siglo V a. C.., la democracia radical fue sustituida por un régimen oligárquico encabezado por los «Treinta Tiranos».
No fue largo el período de estos, de modo que al reinstaurarse la democracia, se dio paso a un régimen político que, aunque seguía promoviendo la participación del pueblo, lo hacía de un modo más moderado. Recalco, el ostracismo nació con el fin de favorecer la democracia. De esta forma, funcionaba como un mecanismo de control para el ejercicio del poder de los funcionarios. Se aplicaba una vez al año, cuando se reunía la Ekklesía o Asamblea. Era votación directa, a mano alzada, no había debate alguno sobre el asunto.
En el supuesto de que no hubiera mayoría a favor del ostracismo de una persona, se convocaba de nueva cuenta dos meses después, pero esta vez ya se reunía la Asamblea Solemne, con un quorum de seis mil votantes.
Se escribía en el óstrakon el nombre de la persona a la que se le quería aplicar ostracismo, entendiendo que con ello se le traía un bien a la ciudadanía. Si se daba la mayoría absoluta, la persona tenía que dejar la ciudad en menos de diez días y sus bienes pasaban a ser administrados por un magistrado de la polis.
El destierro era por al menos diez años. Sus derechos se suspendían por el mismo periodo y los recuperaba al concluir el castigo. La misma asamblea estaba facultada para anular el ostracismo. Es muy relevante destacar que no se trataba de una pena judicial ni de una condena legal, sino de un mecanismo de autodefensa del pueblo para evitar los abusos de poder.
Es importante apuntar que durante más de medio siglo, el ostracismo apuntaló los progresos de la democracia ateniense, porque anuló cualquier tentativa demagógica, no obstante, después de la muerte de Pericles, las instituciones empezaron a ser presa de la corrupción y el otrora pueblo prudente se le fue olvidando su papel dignísimo de ciudadano e inició la caída de la república.
La legítima lucha de las ideas devino en lucha pero… por el poder. El ostracismo se les hizo demasiado lento para contener al adversario y además empezó a perder su esencia, para irse convirtiendo en triste instrumento para anular personas nomás porque eran ricas o por ser respetadas por su conducta proba, o simplemente para deshacerse de aquellas que no les eran proclives a los mandamáses en turno.
Hay un episodio al respecto. Nicias y Alcibíades eran dos caudillos que mantenían dividido al pueblo, y para ponerle más leña al fuego decidieron expulsar de Atenas a un pillastre jefe popular conocido por su desvergüenza y su corrupción, llamado Hipérbolo Peritoide, para aplicarle el destierro. La debacle estaba en su punto, porque cualquiera de los dos podía ser condenado al ostracismo, de modo que no tuvieron empacho en acordar por debajo del agua, que fuera el Hipérbolo.
Narra el historiador Plutarco, que aquello se convirtió en motivo de burla y diversión, porque el ostracismo se aplicaba a hombres como Tucídides o Arístides, varones de mérito, no a sabandijas. Platón el cómico, no el maestro de Aristóteles, lo dijo en verso: «Por sus maldades mereció esta pena, más por su calidad de ella era indigno, porque no se inventó seguramente, para tan ruin canalla, el ostracismo».
Sí se lo aplicaron. Cabe mencionar que el ostracismo dejó de servir cuando las virtudes cívicas que le dieron vida, dejaron de ser regla de oro para los atenienses. Ya no hubo destierros, se «resolvía» con la barbarie de una puñalada o mandándolos, como a Sócrates, a beber la cicuta. La «servidumbre» se impuso en la tierra de Pallas Athenea.
Hoy día, y lo expreso con dolor y profunda pena, en nuestro país, el desgobierno en turno «resuelve» en dos vías: Con «renuncias» al estilo «Salazar de las colotota», o con embajadas, senadurías, gubernaturas, alcaldías, diputaciones, o cualquier gancho con el que los atoren, a sinvergüenzas y vividores que «copelen$$$$» con el individuo que está sacando de madre a México, todos los días. Ejemplos, dos se me vienen a la cabeza, pero hay un demonial: Napito el senador y Omarcito, con embajada en Noruega, el Senado nomás es trámite… El primero, una nulidad para el trabajo parlamentario, el segundo no sabe ni «madere» –con su permiso don Armando– de labores diplomáticas. No te acabes México y síguele dando clavos al sepulturero. Espero que seamos suficientes los «conservadores», «aspiracionistas», «politique ros», etc., para detener al pervertido y su séquito, el primer domingo de junio de 2024.
De otra suerte, seremos un país más en el listado de los que se tragó la izquierda de porquería que fascina a los que convencieron de que no son personas, sino cosas al servicio de… ahí póngale lo que usted quiera, estimado, estimada, leyente, que por una feria están dispuestos a lo que sea. Lo estamos viendo.
Oiga… ¿Y cómo vería usted la institución del ostracismo en nuestros días, aquí en México? Claro con algunas modalidades importantísimas. A ver si funciona, como en los primeros tiempos de su implementación en Atenas. A lo mejor… a lo mejor dejaba de cargar el país a un buen de sabandijas que siguen dándosela de respetables ciudadanos y viviendo de cuanto le ratearon al erario en la más absoluta impunidad.