Ustedes entienden. Son de esos golpes ¡pum! Aún recuerdo sus giros, la docilidad brillante de su ser surcando los espacios del Teatro Alberto M. Alvarado, en Gómez Palacio, aquella noche de 2012. Renata Chapa dirigía entonces el Instituto Municipal de Cultura. La inquietud se me atragantó.
Al impartir un curso gracias a la invitación de mi querida amiga More Barrett, directora del Teatro Nazas de Torreón, asistí a la vez al nacimiento de una complicidad y cariño que perduran. Ya de vuelta a territorio coahuilense, durante la cena en el restaurante La Garufa, el aprendizaje común se conectó. Vinieron otros encuentros y diálogos con oleajes impregnados de lo propio y de lo ajeno envueltos en algunas páginas de la obra del español Manuel Cruz.
Uno de esos momentos, por demás alucinante, fue cuando Renata intentaba armar nuevos paradigmas de política cultural como directora del Instituto Municipal de Cultura de Torreón. Visitamos la colonia Nuevo México, cuya denominación en esos días de 2014 era honrada con su situación de colonia fantasma. Vaya, diré que al ver las casas en abandono, saqueadas, coléricamente señaladas en sus paredes, sentí el fuetazo de la violencia. En ese punto urbano víctima del narcotráfico, Renata Chapa ideaba levantar un espacio cultural. Adopté la ilusión enloquecidamente entusiasmado. No se pudo.
A la oriunda de Chihuahua la vida le llevó a otras tareas, privándose hasta ahora el desarrollo cultural de Coahuila de sus grandes virtudes para el servicio público. Una de ellas, su pasión por la música con la Cátedra José Hernández, dedicada a la salvaguarda de la música de mariachi (así es, ella sabe cantar ¡muy bien!). Otra, cursar su doctorado en investigación de procesos sociales. Y por demás en la médula de su cuerpo e inteligencia, al venir de padres apasionados por los libros, se fue a fondo con todo lo relacionado al mundo de la lectura.
Con este acervo que le da consistencia —en el que también ocupa un lugar su labor como periodista, del cual Paso libre se ha beneficiado— Renata Chapa abrió IDÍLEO en su casa. Sí: Ren-Ata —como le digo— desde el 20 de diciembre de 2020 ha convertido su hogar, al lado de sus tres hijas, en un espacio abierto a la lectura, a la recreación de la cultura librera y al goce artístico.
Les dejamos esta celebración en diálogo en el Día Internacional de la Mujer.
—¿Comarca lagunera y de lectores?
—¿A qué te remite la palabra «laguna»? Quizá al frescor y la tranquila amplitud de un escenario acuífero. A sus matices del turquesa y el zafiro en humedad. Pues bien, La Laguna —como también es conocida la norteña zona metropolitana conformada por las ciudades de Torreón, en Coahuila, y las de Gómez Palacio y Lerdo, en Durango— es desierto abrumador. Terregales rudos. Sequías entercadas. Acaso algunos verdes le crecen gracias a la compasión de la madre naturaleza o a esa artificialidad que el señor empresario bien ha sabido cultivar. La contradicción es, entonces, impronta de la triada municipal donde hoy radico y rondo.
Entre las llamativas antítesis de la Comarca Lagunera (otra de sus denominaciones geográficas), destaca una relacionada con la educación formal. Torreón cuenta, por ejemplo, con poco más de cincuenta instituciones educativas de nivel superior, públicas y privadas. Gómez Palacio y Lerdo añaden las suyas en menor cantidad. En teoría, con lentes de la sociedad de la información, podríamos afirmar que, aquí, en esta Laguna nuestra, la sed del conocimiento es saciada «de más». Con tanta academia atracada, preguntar por el perfil lector sería insultante. Una necedad. Sin embargo, la paradoja no nos sorprende: los niveles y hábitos de lectura no distan de los que puedes encontrar en puñados de coordenadas esparcidas por la república mexicana.
La adicción a leer cierto tipo de textos de simple y sensiblero calado en los celulares, por mencionar la práctica lectora más evidente, volvió del Facebook, del WhatsApp, del Instagram, ese hipnótico edén que, en su momento, fue la televisión. El confinamiento por la pandemia mundial de salud y la acelerada alfabetidad digital para la impartición-recepción de clases, en lugar de abonar al ejercicio lector de calidad, en cantidad y calidad, para muchos derivó en viacrucis. Por tanto, si las redes sociales y sistemas de mensajería instantánea ya traían la delantera, hoy se anotan triunfos innegables como educadores informales. ¿Que si la Comarca Lagunera es una comarca de lectores? Sí. Por supuesto. Miles y miles ansiosos por leer los fragmentarios contenidos que, a través de sus pantallas… apantallan.
—Las motivaciones familiares, tu pasión por el libro y la lectura ¿han sido suficientes para crear IDÍLEO en tu casa, cuando la realidad nos dice todo lo contrario?
—Puedo errar en las otras respuestas de esta entrevista; aquí, no. Tengo completa certeza de lo que te voy a relatar.
Si mi madre y mi padre estuvieran vivos y hoy les preguntaras si las razones o motivaciones familiares les fueron suficientes para crearme un espacio de libros, con ellos y conmigo como lectores, así como una vida cultural en nuestra casa en Chihuahua, ante la despiadada realidad de todo lo contrario, te darían un sí contundente. Su justificación sería parca, modesta. Y, de pronto, te cambiarían el tema sin que tú te dieras cuenta. Luego, te reconocerías ya integrado en la mesa de nuestro comedor, con bebida y comida muy bien servidas, en medio de una plática cerrada con ambos sobre tal escritor, sobre algún relato histórico, sobre equis cuadro, sobre la de ocho columnas del día, sobre crónicas de la ciudad, sobre invenciones gastronómicas, sobre beis y básquet, sobre tal novela policiaca. El libro de la vida misma abierto en par a través de sus presencias.
Raíz, pasta y asidero van más allá de la suficiencia.
—IDÍLEO ¿la designación hará marca?
—Hagamos la prueba y que ellos decidan.
En la casa en donde vivimos dos de mis tres hijas, mi perra y yo consumimos agua, luz, gas, Internet y mandado. Barremos, trapeamos, lavamos ropa y platos. Cocinamos. Estudiamos. Dormimos siestas. Tenemos dos baños algo despintados y con pisos muy viejos, pero a las tres nos gusta poner música cuando abrimos las llaves de la regadera. Cada una tenemos nuestra recámara donde hemos visto pasar navidades, cumpleaños, días de muertos, graduaciones a lo largo de casi dos décadas. Y también cohabitamos con miles de libros.
Desde hace 17 años, aquí, en nuestra casa, fui llenando los pasillos de ejemplares donados. Comencé con una entrega voluminosa por parte del Tec de Monterrey Campus Laguna que luego canalicé al Cereso de Torreón, sitio donde opté por no nada más entregar el embarque bibliográfico y escabullirme. Abrí mi primer proyecto educativo resiliente con un acervo de tres mil libros y muchos profesionistas voluntarios para dar cursos a internas e internos. Lo mismo sucedió en el área de pediatría del IMSS 16 y en dos albergues para niñas y niños. Los cuatro sitios fueron un oasis para la formación de los públicos en vulnerabilidad de esas instituciones con el libro como bandera. Pedir donaciones de libros y materiales didácticos fue mi leit motif.
Los años pasaron con motivante fortuna en aquellos Centros Interactivos Multimedia IMAGO hasta que el crimen organizado, en 2010, marcó un primer confinamiento personal. Tuve que creer, con bucólica fe, que los líderes de las comunidades podrían resguardar o tomar las riendas administrativas de los Centros IMAGO.
De aquellos cuatro esfuerzos monumentales, solo el recuerdo quedó, como dice la canción, pero en el imaginario colectivo las donaciones de libros seguían llevando mi nombre y apellido.
Mis padres fallecieron y la muerte de cada uno fue un punto y aparte en mis días. Al quedarme sola, sin su respaldo y lealtad irrevocables, la muy agria sensación de orfandad me llevó a atesorar de una manera diferente aquellos casi dos mil libros que conformaban la biblioteca personal de mi madre. Fue una tarea de suyo desgastante, dolorosísima, muy hiriente, cristalizar el traslado de aquel acervo de Chihuahua a Torreón. Pero una vez que coloqué la última caja dentro de mi casa en La Laguna, y al ver las montañas de los otros tantos libros donados a lo largo de los años por familias comarcanas, fui yo la primera necesitada en verlos ordenados. A merced. Al imaginar que pudiera vivir rodeada de miles y miles de ejemplares, propios y ajenos, que podría no sólo cuidarlos, sino consultarlos 24/7/365 y, además, compartirlos con quienes quisieran venir a visitarnos, me volvió a prender la imaginación.
La sensación perenne de muerte provocada por la COVID-19 me llevó a acelerar el paso. A tener, para empezar, la sala y el comedor ya habilitados, al igual que el cuarto para el acervo infantil. Era inminente una fuerte inversión económica personal y armarme de paciencia con los prestadores de servicios y sus tantos caprichos e incumplimientos.
Reitero: mis hijas, mi perra y yo vivimos en nuestra casa en Torreón pero, oficialmente, desde el 20 de diciembre de 2020, también es casa de la comunidad. Esa noche, día del cumpleaños de mi mamá y aniversario de bodas de mis padres, fue la inauguración virtual, vía Zoom, de IDÍLEO: el puerto del libro y las artes. La casa de una familia de mujeres, acompañadas de casi siete mil libros, fue puesta al servicio de fotógrafos, músicos, poetisas, científicos, enólogos, bailarines, deportistas, profesores, dramaturgos, médicos. Es hogar de niñas, niños y adolescentes, sin duda, al igual que de adultos mayores que quieren venir a leer, a estudiar, a exponer, a enlazarse por Internet, a dar conferencias. La convocatoria fue, y sigue siendo, ancha y límpida. La comunidad necesita saber que aquí honramos al libro, a la lectura y que, en lo individual, en grupo, en colectivo, los espacios de IDÍLEO son compartidos. Ese es su llamado y ya tuvimos al primer grupo musical en vivo, grabando su participación para el Laguna Power Fest, primer festival en Torreón de grupos musicales de distintas partes de México presentados por videostreaming.
—Si el IDÍLEO hace marca ¿la casa que le hospeda impulsará un enclave cultural y facilitará, por ejemplo, permisos como el cambio de uso de suelo de la zona para alentar experiencias similares?
—Leo la pregunta y, aunque se leería un valiente afán emprendedor si te dijera que sí a ambas suposiciones —y hasta le podría subir más a la visionaria canasta— por ahora su identidad es dar estos primeros pasos, precisamente, «desde casa», muy al interior. Sin angustias relacionadas con trámites, papeleos, funcionarios, gobiernos, solicitudes, raterías, caras largas, caras chicas. La marca IDÍLEO avanza a paso libre, con mi innegable fatiga del caso, pero también con la sana parsimonia de quien te puede servir un café caliente o un tequilita blanco para mostrarte el acervo de la sala maestra Ernesto y Olga Chapa en IDÍLEO.
—Si la casa, si el IDÍLEO genera consumidores del rumbo y de otros puntos de la comarca ¿cuándo se mantendrá solo?
Quizá cuando yo recobre fuerza y foco para realizar fondeos, campañas, citas, cartas, actividades de recaudación, anuncios, entrevistas, programas. Cuando me reponga de solicitar tantas ayudas (gratuitas y pagadas) y no llegar a ver los resultados esperados, o hasta tener que correr riesgos innecesarios, desgastantes. Puede ser que IDÍLEO se mantenga no sólo de mi bolsillo cuando una o dos personas clave, casi mágicas, sepan comprender, desde una trinchera en común, la inmensa necesidad de auxilio que para mí representa el crecimiento de IDÍLEO, y procedan en inteligente, respetuosa y solidaria consecuencia. Sin cliché de por medio: de corazón. Así sé trabajar.
—Si no se mantendrá solo el IDÍLEO ¿cómo pasará la prueba de los meses de arranque?
IDÍLEO no está a prueba. Como nació dentro de nuestra casa, IDÍLEO es parte viva de y en ella. Sus permanentes visitantes somos mis hijas y yo, así como las personas que, al día de hoy, hemos convocado a que nos acompañen a desayunar, comer o cenar aquí y experimenten la combinación de esos momentos alrededor de la mesa de nuestro comedor, al lado de la cocina, y la lectura comentada de alguno de los cuatro mil ejemplares distribuidos alrededor.
Ahora bien, en el caso del contexto de contingencia compartida, todas las clases, talleres y conferencias que imparto o que tomo de manera virtual tienen este espacio como escenario. Siempre aprovecho para presentar a nuestro puerto del libro y las artes, y reiterar el sentido de pertenencia compartido.
—Libros, lectores, cultura, ¿también una editorial?
—IDÍLEO Editorial es una de las actividades más significativas para obtener recursos y afianzar la marca IDÍLEO. Opté por esta alternativa al iniciar 2019 y en 2020 fue publicado el primer libro con el sello de esta mi otra casa, pero editorial.
Quienes me han solicitado este servicio son enterados del afán del proyecto rector y trabajamos unidos para que su nuevo libro sea lanzado con calidad y con una interesante optimización de recursos. Saben que sus aportaciones económicas van directamente a la compra de entrepaños, equipo, materiales de limpieza, accesorios.
Yo me encargo de casi todo el proceso de edición. A veces edito textos ya redactados, o bien, escribo los capítulos luego de entrevistar a quienes sí desean publicar un libro, pero no tienen tiempo, ánimo o herramientas para hacerlo. Aún sigo en el afán de lo más engorroso: conseguir los ISBN, códigos de barras, distribuciones en Amazon. Veré cómo lograrlo, también.
—¿Llevas datos, cifras, cuentas, para dar solvencia a tus quehaceres o mera intuición?
—Algunos de ellos, nada más. Ciertos gastos (y desgastes) se volvieron imborrables, al igual que las donaciones póstumas y ejemplares emblemáticos obsequiados. En algún otro momento, con probabilidad, me sentaré a armar registros. Pero volvemos al mismo tenor arriba comentado: la parte rígida y angustiante de ciertas formalidades no la tengo, por lo pronto, en la agenda del puerto del libro y las artes. IDÍLEO, de crecer, prenderá sus propios focos de alerta. Ya los conozco. He pasado por esta experiencia como ex titular de las direcciones de Cultura municipales tanto de Gómez Palacio, Durango, como de Torreón, Coahuila.
—Háblame de ti, de otros desvelos o pasiones que no sean de cultura…
—Desvelos, desde años atrás. Los altos grados de estrés provocados por buscar y conservar trabajos, así como varias pérdidas familiares y de amistades (muertes, violentaciones y distanciamientos), mermaron mi salud y mi economía de una manera que jamás imaginé. Para comprender mejor lo que sucedía en mi cuerpo, comencé a estudiar otro tipo de disciplinas humanísticas. También quise entender, de otra manera, la práctica deportiva: ya no como el ejercicio que te reta a subir tus límites diarios hasta casi dejarte exhausta y garantizar la disminución de peso. Comencé a ejercitarme para generar químicos en mi sangre y modificar mis patrones de percepción y conducta. La resiliencia, desde distintas plataformas, ha sido una fuente para investigar más y practicar, por ejemplo, mindfulness y breathwork. La pandemia y el encierro me han retado, pero también han abonado a la constante autoevaluación. Avanzo lento, pero no he desistido. Aquí sigo de pie.
Actualmente, también cuento con el financiamiento del Conacyt para desarrollar mi primera investigación-intervención con ellos y con un equipo multidisciplinario de trabajo. Es una pasión académica muy satisfactoria.
—¿Te importa el qué dirán los que no pierden oportunidad de ver el costado dónde fregar?
—Sí me importa. No sólo porque tengo que cuidar mi salud y la integridad de mi persona, la de mis hijas, la de mis proyectos. Saber de dónde y cómo vienen los arponazos me ayuda a dimensionarlos y a construirme la más sana «ruta tiburón» hasta el puerto del libro y las artes. Pero también es verdad que, con las cantidades y variedad de tareas que tengo en estos momentos, supongo que el golpeteo no ha sido tan trascendental en mi día a día.
* Entrevista publicada con la autorización de Paso Libre del Grecu