Fantástica

Entrar «a ciegas» a ver una película, sin referencias previas, es un ejercicio en desuso pero recomendable; abrirse a la aventura de dejarse sorprender podría, tal vez, llevarnos a una experiencia maravillosa

No consulte. No indague. No pregunte. No caiga en la facilona tentación de ir tras la sinopsis. Es lo último que le recomendaría. Si por afanes de la sicología inversa usted sí decide investigar, dejo aquí la constancia: se habrá perdido del profundo impacto sorpresa causado por una película extraordinaria que, precisamente, apostó a la capacidad de asombro de un receptor casual, quizá despistado, sin contexto, que llega a la sala de cine con el ánimo  de ver «algo bueno». Así me sucedió. Salí con la memoria emocional cargada de una historia inolvidable. Cómo me agradaría que muchos recibieran el regalo de una experiencia fílmica sobresaliente al seguir el consejo dorado: por favor no busque de qué se trata la película Una mujer fantástica (Lelio, Maza: Chile, 2017). Sólo vaya a verla con un voto de fe. Lo más probable es que su vivencia será, para su suerte y la mía, con válida redundancia, fantástica.

Si la trama de Una mujer fantástica queda, así entonces, vedada, no es posible reseñarla tal y como el género lo solicita. Pero, en sustitución, recapitulo algunas de las más fantásticas experiencias relacionadas con mi vivencia fílmica:

1. Fantástica opción la de ir al cine en soledad, todas las precauciones de higiene guardadas. Atención por completo en la pantalla y comodidad plena en el silencio entre butacas. Atender el hilo de la historia, al igual que su espléndida selección musical, es de otro calibre bajo esta particular intimidad. Una a la que, por cierto, no todos se atreven.

2. Fantástica suerte al toparme con un complejo de salas de cine que contaba con una catalogada como «de arte». Quise conocer qué podía tener diferente aquel espacio. Era esa mi intención. Entré directo, sin saber incluso el nombre de la película. Nada relevante en la infraestructura, al contrario de la pieza cinematográfica proyectada.

3. Fantástica sensación, a pesar del intenso dolor soportado, al momento de ver y oír los créditos finales. Jamás imaginé que una película me reventaría en imparable llanto conforme avanzaban las líneas con los nombres del equipo creador de Una mujer fantástica. Nombres, apellidos y cargos avanzaban y mis oídos y mis ojos se conectaron en el presente, en el pasado. Iban y venían. Ni el aire ni el agua salada alcanzaron. El cine, como género artístico, cumplió con medalla sus funciones multisensorial e intelectual.

4. Fantástica claridad en los parlamentos. Tanta así que una cree comprenderlo todo. Sin un ápice de aburrimiento, pasé de una escena a otra. Hasta que la máxima transparencia del relato me indicó que, en verdad, yo no había entendido nada. Cautivante impacto. Lección exprés de humildad. Galardón seguro para el guionista.

5. Fantástica empatía en la presentación de estereotipos. La cosmovisión chilena de los creadores de Una mujer fantástica es una calca de la geografía ideológica de millones de mexicanos. Lo sucedido allá, en aquellos espacios chilenos, retratados sin tanta pompa o alharaca audiovisual, clonan lo que es sentido y ejecutado en otros tantos puntos del planeta cuando de encasillamientos de roles sociales se trata.

6. Fantástica selección de actores. Tino de calidad al elegir a los protagónicos, sobre todo. La representación de los personajes, a partir de sus características físicas, es uno de los primordiales pasaportes de esta producción. La lleva, directo, a la credibilidad del público, su principal cómplice.

7. Fantástica aventura al pasado. Si bien, Una mujer fantástica está plagada de escenas de estremecimiento sostenido, una de ellas, toda proporción guardada, yo la había llevado en mi imaginación, algo así como una visión indeleble, desde marzo de 2006. Esa imagen fue el tema de la primera publicación de mi columna, «Imaginario colectivo». Tampoco encuentro las palabras precisas para describir la sensación de encontrármela en pantalla y regresar a uno de los momentos más tristes en mi recuerdo familiar, pero caracterizado por un relato completamente distinto. Impensable. Y, por ello, fantástico.

8. Fantástica fotografía de la miserabilidad y misericordia humanas. Dos variables, a la vez y de frente, según la manera que cada uno de nosotros tiene de amar. De aquí podrían abrirse seminarios de análisis semióticos, sicológicos, antropológicos, históricos, económicos, sociológicos, etnográficos teniendo a «una mujer fantástica» como objeto de estudio en torno a la definición de «amor».

9. Fantástica —y más— la canción tema. Sin exagerar, esa pieza mutó en un enquistado «gusano cerebral», como los llamaba el neurólogo Oliver Sacks, desde que la escuché en la sala de cine. La letra, notas musicales, cadencia, interpretación, amén de su época e idioma, han provocado que tan solo de escuchar sus primeros acordes, me pase de corrido y en cámara lenta las vivencias de la fantástica mujer de la película, al igual que cada uno de los anecdotarios a su alrededor.

10. Fantástica lista de premios para Una mujer fantástica. En 2017, Premios Oscar: Mejor película de habla no inglesa; Festival de Berlín: Mejor guión; Globos de Oro: Nominada a Mejor película de habla no inglesa; Premios Goya: Mejor película hispanoamericana; Premios «Independent Spirit»: Mejor película extranjera; «National Board of Review» (NBR): Mejores películas extranjeras del año; «Critics Choice Awards»: Nominada a Mejor película de habla no inglesa; Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a Mejor película extranjera; Premios Fénix: Mejor película, dirección y actriz (Daniela Vega); Festival de La Habana: Premio Coral Especial del Jurado y Mejor actriz (Vega). Y en 2018: Premios Platino: nueve nominaciones incluyendo mejor película, dirección y guion.

Será fantástica decisión que usted se acompañe de «una mujer fantástica». Tómela de la mano. Respétela. No dude en seguir el consejo de oro. Vayan por ahí y disfrútense.

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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