Los años de la UAdeC

La fundación de la Universidad de Coahuila en 1957 dio origen para que, en 1973, obtuviera su autonomía con vientos renovadores que formaron su autogobierno, pues desde años anteriores se pensó que el Ateneo Fuente establecido en 1867, marcara el camino para que años después se concretara su independencia.

Desde esos años y hasta nuestros días, hablar del Ateneo Fuente es hablar de historia, de cultura pues sus aulas fueron habitadas por alumnos cuyas semillas del saber se dispersaron y germinaron por los caminos que han caminado.

El centenario colegio ha fungido como centinela fiel de la ciudad y ha sido constructor de hombres de bien, por sus pasillos levita el eco de sus voces juveniles que vigilan la antigua escuela, sus jardines bellísimos son espejo de los espacios verdes que anteceden a los castillos europeos asiento de la nobleza de reyes y reinas, su paraninfo escenario maravilloso del arte universal junto con su pinacoteca, recinto donde adosados a sus muros se refleja la creación maestra de artistas plásticos, y luego su famoso museo de historia natural, y que decir de su biblioteca espacio que acuna la cultura y que anhelante llama a sus hijos para derramar sobre ellos su riqueza.

En el ateneo jamás se apaga el vocerío de los estudiantes pues el fenómeno acústico se encarga de repetir esa maravillosa algarabía de la que sería imposible descubrir mi propia voz, cuya jactancia presente revive mis pasos.

Ese majestuoso monumento dedicado a la cultura, despunte de nuestra Universidad Autónoma de Coahuila, se siente orgulloso por haberla cobijado en sus inicios y que al mismo tiempo se ha convertido en un emblema de Saltillo, ciudad pujante, que ahora se viste con manteles de gala como se hace con el hijo mayor, que a pesar de su edad sigue cuidando a sus moradores y gozando el estremecimiento al apoderarse de nosotros el saudade de los que pasamos por él, impresionante arquitectura que abre sus brazos para recibir a los ávidos del conocimiento, semejante a la madre amorosa que acoge al recién nacido para amamantarlo y cubrirlo con sus brazos llenos de ternura.

Me enorgullece ser ateneísta, es decir, saltillense, universal, respirar su aire es llenarse de esa savia sabia que nutre para siempre. El haber navegado por sus entrañas es haber conocido el tiempo, de antes, de hoy y de siempre.

Disculpe usted si le parezco hiperbólico, solo que al recordar vuelvo a vivir lo vivido, pues jamás se olvida.

En esta fecha en que celebramos otro aniversario más de nuestra querida y respetada universidad, entre otros actos, Salvador Hernández Vélez, rector de la casa de estudios, ha convocado a la sociedad a que vivamos un evento extraordinariamente extraordinario, y nos maravillemos con la actuación de la Orquesta Filarmónica del Desierto, dirigida por el maestro Natanael Espinoza, con el coro de la Compañía de Ópera de Saltillo, acierto del alcalde José María Fraustro por su creación, el Coro Voces del Desierto de la maestra Elizabeth Martínez Yeverino, el coro de la Escuela Superior de Música de la UAdeC, y los solistas Alejandra López-Fuentes como soprano, el tenor Cesar Delgado, la mezzosoprano Mayela López y el barítono Juan Carlos Heredia, los cuales ofrecen ese prodigio que es la novena sinfonía de Beethoven que en su cuarto movimiento nos conmueve con su estruendoso final entonando la «Oda a la Alegría», basado en la poesía de Frederik Shiller. Sencillamente una sinfonía terrenal, una sinfonía celestial.

Démosle un abrazo a nuestra universidad como ella lo hace con los que se acercan, y disfrutemos esta velada que es la cúspide de la música clásica y recordemos a su creador el genio de Bonn, el inolvidable Ludwig Van Beethoven.

El divino sordo.

Se lo digo en serio.

Autor invitado.

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