Para Ana Alicia Prado.
Tengo para mí que en el orbe palindrómico no existe un nombre más dúctil y feraz que Ana, en sí mismo palíndromo.
A lo largo de los años he creado una colección de frases que se leen a contrapelo, a contracorriente, con la bella palabra Ana.
Uno, por ejemplo, que regalé a mi dilecto cuñado César Santos y que festejó de manera efusiva.
¿Por qué? Porque su encanto de mujer se llama Ana. Y es éste: «Ana me sala la semana», que no disimula su retranca irónica y que admite una variante jocosa: «Ana me sana vana semana».
Hay uno que me gusta, por su emoción de inmediatez quemante. Y es este: «Ana crece cercana». Otro de raigambre histórica y movediza: «Ana se trocará cara cortesana».
Y uno más que nos teletransporta al celebérrimo cuento de la Caperucita y su amenazante y furibundo lobo: «avellanas Ana lleva».
Y así podemos seguir bordando palíndromos con la bellísima palabra Ana. Recuerdo que en alguna ocasión me preguntaron: «Oye, ¿para qué diablos sirven los palíndromos?».
Y respondí «para qué sirve la Mona Lisa». Por eso quiero mucho a Nervo y a su Ana Cecilia: «santa inutilidad de la belleza». ¡Ah!