Qué curioso. Hoy me acordé del poema de Góngora: «Las horas que limando están los días/los días que royendo están los años».
¡Ah! Los meses de nuestro calendario.
Enero con su palíndromo indicativo, sintomático: «en enero llore nene»; febrero febril y marzo con su verbo marcear. ¿Y abril? ¿Quién me ha robado el mes de abril?, como dijo el cantautor jienense.
Mayo el mes festivo. Junio y sus horas (Carlos Pellicer). Julio y evocación del romano que plantó cara en los ejércitos. Agosto y su César.
Septiembre —el mes de mi cumpleaños, observación baladí—. Debió ser el séptimo, pero es el noveno. Octubre y sus lunas. Noviembre debió ser el noveno, pero es el penúltimo.
¿Y diciembre? ¡Ah! El mes en que nació nada menos que el hijo de Dios. Y me acordé de aquel verso de César Vallejo: «yo nací un día en que Dios estaba enfermo». O Algo así. En la otra orilla: «yo nací un día en que Dios estaba sano». Eso creo. Los trabajos y los días: los meses y los años.