La credibilidad suele ser una divisa muy valorada, especialmente cuando escasea. Alguna vez referí el notable caso de un grupo de gasolineras, en la época en que nada más había de una marca (Pemex), cuya estrategia consiguió que sus estaciones de servicio estuvieran rebosantes de clientes, mientras que las de la competencia no. ¿Qué atraía tanto a los automovilistas? La respuesta es «credibilidad». Ofrecían «litros de a litro». Su propuesta de valor era relevante en función de la escasez (de honestidad). De no haber desconfianza entre los consumidores, «litros de a litro» sería algo ordinario.
La desconfianza es natural al ser humano. En procesos políticos, en México, ha sido parte de su médula. Cada vez que hay votaciones, hay conflictos en potencia. Desde las elecciones donde los clubes deportivos privados renuevan sus órganos de gobierno, o los condóminos establecen su asamblea general, los procesos suelen ser ríspidos, generar animadversión y enfrentamiento. Cuando se trata de elegir autoridades civiles el asunto es más sensible. En México nos ha costado mucho tener instituciones que aporten credibilidad. Por supuesto que ha de defenderse la integridad de una institución que en las últimas décadas ha sido un sinónimo de credibilidad; tan es así que el medio más solicitado para demostrar identidad es la credencial para votar. Esa credibilidad es un activo de la ciudadanía mexicana.
La defensa al INE debe darse en medio de una manifestación cívica, pacífica, para exigir a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que actúe para revertir, por inconstitucional, el llamado Plan B. Sí, hay que marchar, pero no en una defensa a ultranza de algo que se considere intocable. Cualquier institución es perfectible. El INE sí se toca cuando sea para fortalecer su accionar como baluarte de los procesos democráticos. Sí se toca cuando renueva sus consejeros, seleccionados en función de sus capacidades y su trayectoria. Sí se toca cuando es capaz de hacer autocrítica para enderezar lo corregible y entra, como sucede a muchas instituciones durante su vida, en procesos de austeridad (que no mermen su capacidad operativa), no como pose escenográfica sino como una manifestación genuina de empatía con un país donde hay mucha más pobreza de la que debería haber (y esa brecha dificulta la democracia).
En las elecciones, los mexicanos queremos litros de a litro. De ahí la importancia de un árbitro electoral con credibilidad. Irónicamente, el régimen que hoy busca minar al Instituto llegó al poder (gracias a la incapacidad crónica de los grandes partidos políticos de México) en medio de elecciones creíbles. Argumentar ahorros cuando se va a gastar lo ahorrado en liquidar a los colaboradores del INE no hace mucho sentido. Debilitar las capacidades operativas de la institución es debilitar su credibilidad, equivale a un disparo en el pie. Entiendo a los miembros del Congreso norteamericano que opinan que AMLO sabotea la democracia.
Es igualmente irónico que muchos de quienes apoyan la iniciativa que nos regresaría a los tiempos en que teníamos elecciones turbias por falta de credibilidad, se gestaron en la arena política luchando por una institución que les diera credibilidad y la posibilidad de competir y ganar. «El logro más importante es el de la autonomía del Consejo del IFE, la forma como se llegó a tener consejeros independientes (…), no pudieron tener ellos el control… ya no tienen la mayoría en el Consejo del IFE, no sólo dejó el IFE de depender de Gobernación… sino que ya el órgano de dirección del IFE se formó tomando en consideración la opinión de los partidos de oposición». Es la voz del presidente López Obrador hace años, claramente tenía una forma de pensar como opositor y tiene otra muy distinta como primer mandatario, al pretender, con las reformas legales, un instituto electoral maniatado y con personeros a modo. La alma mater política del presidente es el partido político que dominó la arena electoral en la mayoría del siglo XX, siendo juez y parte de los procesos. La cabra tira al monte.
Más allá de una exitosa marcha en defensa de la democracia, la ciudadanía debe ser consciente de que seguimos con una oposición huérfana y con partidos políticos en crisis, que mal harán en colgarse de un triunfo ciudadano.
Fuente: Reforma