México, su democracia y el mal gobierno

Nuestra democracia está mal vista ante la agudeza internacional. El descrédito que muchos gobiernos han generado (en los tres niveles de gobierno) y el desapego creciente que tenemos hacia la actividad política, ha producido una sensación de que navegamos sin rumbo y sin futuro.

Por una parte, se presenta un problema grave de los procesos, las instituciones electorales y los partidos políticos; por el otro, el desgaste de la figura presidencial, la corrupción de los gobiernos —que todavía lacera, y fuerte—, sin dejar de lado la ausencia de transparencia generalizada, y por último, la falta de profesionalización en el quehacer político y de la Administración Pública han tenido como resultado que por lo que hoy llamamos democracia, Eunomia fustigara a nuestro pueblo si volteara a vernos.

No obstante, si llegamos a ser más minuciosos como ciudadanos, si llegamos a reclamar lo que es de nosotros —nuestro poder frente al Estado— y si llegamos a elegir a quienes nos van a gobernar, no tanto por carismas y porque articulan consecución de proyectos, sino más bien porque tienen una visión clara del mejor camino por el que deben llevar a un territorio —aunque algunas veces coincidamos o no con sus decisiones—, solamente así podemos contribuir a salvar a la democracia.

¿Dónde empezó a formarse nuestra democracia? Comenzó a formarse a principios de los 80´s, cuando se pasaba por una crisis financiera, política e internacional. Pero el proyecto democratizador comenzó después del año 1994, cuando el país sufrió otra crisis financiera y el proyecto democracia fue una alternativa frente al deterioro del Estado, y no como debiera ser: un producto de una sociedad civil vigorosa y una fuerte cohesión social. En ese momento, el entorno que construyeron los políticos liberales —o neo— generó una reducción real del poder del Estado, y esto disminuyó nuestra democracia al restarle poder, arrebatarle funciones y limitar su alcance y relevancia política.

Históricamente, si ponemos a nuestro país frente al contexto internacional, se puede analizar lo siguiente: al término de la Segunda Guerra Mundial se tenía la convicción de que a más Estado, mayor democracia; después devino el colapso del welfare state y se adoptó la fórmula inversa: a menos Estado, mayor democracia. Actualmente ha quedado claro que sin Estado no hay democracia, porque el Estado es el que garantiza el imperio de la Ley, de la sana convivencia social, del compromiso con la equidad, la igualdad, la tolerancia, el respeto… y una correa a élites de poder, a funcionarios ambiciosos que imaginan a la corrupción como un camino fácil a sus aspiraciones.

¿El fortalecimiento del Estado?

Es difícil responder, pero más difícil declarar sobre el camino que debe llevar nuestra democracia para poder consolidarla. Quizá la presencia del Estado en el ejercicio de sus funciones, de sus responsabilidades y sus atribuciones, con transparencia y cuentas claras como —debiese— están plasmadas en la Constitución bastaría para darle vida al juego democrático. Responder ante la debilidad institucional y a la dispersión de los recursos políticos y a la dispersión-concentración de los recursos económicos, hoy es una tarea difícil, con un Estado más que débil en sus instituciones.

La gente necesita resultados, reformas y pactos consensuados, aprobaciones de leyes que repercutan en sus bolsillos y en la economía familiar, no en tangentes que sólo dispersan atenciones. La gente quiere razones, explicaciones, transparencia y argumentos; los ciudadanos no quieren toda la explicación gubernamental «rollo», no, sin transparencia y explicaciones pedagógicas, la gente quiere un Estado fortalecido. Sí, pero con todos los límites de la Ley a los funcionarios y representantes que lo integran.

Creo que las explicaciones, la cierta profesionalización, la transparencia, son compensaciones al binomio ciudadano-Gobierno que contribuye al fortalecimiento de la democracia. La ciudadanía, los integrantes de esta nación que es México, los integrantes de este estado, estamos más desilusionados con los gobiernos que hemos elegido con nuestra democracia práctica mal formada. Si hay algo qué cambiar, son los Gobiernos, las formas de comunicación entre los que nos representan y los ciudadanos. La democracia y los buenos gobiernos se fortalecen con una invitación al debate, a la convocatoria a todos los puntos de vista, y en reformas y aprobaciones de leyes que transiten por el bienestar del ciudadano.

Aguascalientes, 1982. Cursó sus estudios de Licenciatura en Derecho en la Universidad Autónoma de Coahuila, posteriormente hizo sus estudios de maestría en Gobierno y Gestión Pública en la Universidad Complutense de Madrid. Labora en la administración pública estatal desde el año 2005. Es maestro de Teoría Política en la Facultad de Economía de la UA de C desde el año 2009. Ha sido observador electoral de la Organización de los Estados Americanos en misiones para Sudamérica, en la que participa como miembro de observadores para temas electorales.

Deja un comentario