El método con que nos educó mi madre tuvo muy poco de ortodoxo o convencional. Y es que, como hija del comunista del pueblo, se enfrentó al rechazo laboral y debió tocar cientos de puertas, hasta que finalmente recibió una oportunidad en un medio de comunicación. Ya en su oficio de reportera y periodista, soñaba con encontrar una forma digna para sacar adelante a sus hijos y dejar atrás una realidad que amenazaba con condenarnos. Pero la sociedad de Monclova de hace cinco décadas no era de lo más benévola con una madre soltera con dos hijos. Así que ella debió trabajar más y demostrar mucho más que los demás. Y lo hizo. Eso significaba trabajar de lunes a domingo en empleos absorbentes, pero que siempre le apasionaron.
«El trabajo todo lo vence» y sus jornadas de 12 horas al día rindieron frutos, y tras años de esfuerzo y limitaciones, compró a crédito una casa de interés social en la Colonia Miravalle de Monclova y un carro Datsun, en el cual nos embarcamos en una aventura hacia Acapulco para conocer el mar. Solos, mi madre, mi hermano Sol y yo, recorrimos una trayectoria hoy imposible porque nos ha sido arrancada por la inseguridad.
Mi madre nos enseñó a valernos por nosotros, a ser útiles a esta sociedad, pero lo hizo en la cultura del libre albedrío y en poner en práctica aquella frase del florentino Dante Alighieri acerca de que «los lugares más oscuros del infierno, están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral», en tomar una posición ante los atropellos del poder, cualquiera que fuera su origen.
Pero además de su trabajo, sus otras pasiones han sido las letras, la música, el cine y el teatro. Fue el paso del tiempo el que me hizo entender que todo se trataba de una especie de entrenamiento que se define en forma sencilla: pensar en libertad y respetar la diversidad del pensamiento humano, para eso es que sirve la cultura, no para fingir talentos inexistentes o pretender ser culto. Fue por ella que aprendí a leer y a escribir y si yo lo hago tan mal, es mi responsabilidad plena.
Usted la conoce, es María Guadalupe Durán Flores y escribe desde hace muchos años «Rosa Mexicano», una columna de corte político que la ha llevado a enfrentar en distintas épocas a la intolerancia, el acoso y la persecución sistemática de aquellos sensibles a la crítica. Pero todos sus censores se han topado con dos verdades casi universales: la gente termina leyéndola más, mucho más; mientras que el destino de ellos siempre ha sido el olvido y el desprecio de la historia. Jamás entendieron que nada es para siempre, mucho menos en política.
Mi madre es una mujer entusiasta y sigue escribiendo, como desde 1967, de lunes a viernes dirige su programa de radio «Las Aquellitas» en la estación 100.9 de FM en Saltillo. Canta, sigue visitando «La Vega» en Cuatrociénegas, otra de sus grandes pasiones, y se da tiempo para ver a sus nietos, Sofía Amaranta, Rodrigo, Regina, Sol, Marcos y Miranda y sus bisnietos Carlos y Alex que la tienen perdida.
Pero hace unos años, al inicio de la pandemia, le ocurrió un accidente que modificó su estilo de vida y movilidad, pero que jamás logró minar su espíritu. Hoy cuando la veo caminar lentamente a mi encuentro y me doy cuenta de que ya no puede ir a mi paso y que muchas veces quiere hacer cosas por sí misma, yo me desespero, pero luego me arrepiento y me pongo a pensar que debo amarla y abrazarla más y quisiera tener el valor de pedirle de frente perdón. Sé que han cambiado los roles y agradezco a mi hermano Sol y a mi sobrino Sol Alejandro que la cuiden. Yo por mi parte quisiera poder aprovechar cada instante a su lado y no estar de prisa con ella. Lamento no comprender que, si la vida me lo permite, mi destino será similar y dependeré de la paciencia y el amor de otros.
A ella se le han venido un poco más los años y las manecillas de su reloj y su calendario tiene más hojas gastadas, pero ¿A quién no le ocurre eso? Es verdad, mi hermano y yo le causamos un montón de problemas, desilusiones y no hemos sido los hijos que esperaba, pero nadie puede poner en duda el amor que le tenemos. Balzac decía que «El corazón de una madre es un abismo profundo en cuyo fondo siempre encontrarás perdón». Eso lo sé porque nunca tuve que hacer nada para que me amara, solo necesité ser su hijo. Feliz Día de las Madres.