Morir para vivir: eutanasia

«Vivir con miedo a enfermarse, vivir con miedo a morir, es vivir con miedo a vivir». No recuerdo quién diseño este pensamiento filosófico, pero nos da a entender que debemos vivir con una buena proporción de estoicismo, epicureísmo y el legado de la pléyade de filósofos de la antigua Grecia, entre otros no menos trascendentes que forjaron nuestro modus vivendi actual.

Hay temas en medicina tan inmersos en la vida cotidiana social y cultural, cuyo enfoque puede entrar en controversia con la visión del paciente y de esa forma entorpecer la relación con el médico. Uno de ellos, tan viejo como la vida, en el momento actual, está presente en los medios masivos de difusión social.

Edgar London recién abordó el tema de la eutanasia, actualmente en la palestra mundial, con los recientes casos de eutanasia asistida acaecidos en Colombia (Espacio 4, 684), tema controversial por sus implicaciones y repercusiones filosóficas y éticas, biológicas, sociales, religiosas, antropológicas, psicológicas, políticas y económicas, y que atañe directamente a la profesión médica. En general, la eutanasia forma parte de mis quehaceres médicos, incluso desde mucho antes de iniciar los estudios de medicina, puesto que la eutanasia data desde el inicio de la vida en la tierra, hace unos 3 mil 800 millones de años.

Esta entrega del tema en cuestión es el primero de unos 15 que desarrollé desde el 2005 y a pesar de la fecha, los conceptos vertidos son vigentes en función de que cotidianamente estoy ejerciendo la eutanasia en cada enfermo, puesto que eutanasia significa literalmente: bien morir y para bien morir, hay que vivir bien y la esencia del ser médico es ayudar a bien vivir, y esto, con mis limitaciones humanas, trato de hacerlo lo mejor posible, todos los días.

Pasemos al tema directamente con personas enfermas o sanas, dejando a un lado por el momento los libros, las estadísticas, las revistas y las páginas de revistas y la internet y escudriñemos las diferentes aristas de la controvertida eutanasia.

—Doctor, ya fui a ver al oftalmólogo tal como me recomendó. Me dijo que, por el momento, estoy bien de mi vista, no necesito lentes, que mi retina está bien, no tengo derrames, no tengo hinchazón del cerebro y de la operación de mis cataratas estoy bien, sigo leyendo, mi diabetes no me ha causado ninguna otra complicación.

Era don Culturín Dulcín, diabético de varios años de evolución, bien controlado por méritos del propio paciente, estudioso y preguntón en temas relacionados con su diabetes y de la vida cotidiana. Emocionalmente no se dejó dominar por la enfermedad a la cual ve con toda naturalidad y como parte de su vida, sin miedos ni temores, Vive como cualquier persona sana.

—Oiga, qué relajo se traen con eso de la «tantanasia»…, «atanasia»… no, «utanasia» o…. «tanasia»… ya se me «lenguó la traba». No se ría de mí, doctor. Lo tengo en la punta de la lengua: eu-ta-na-sia. Eso, eutanasia —continuó, don Culturín en tanto el Dr. Kiskesabe sonreía—. He visto los noticieros y he leído en los periódicos. Digo, sí que está cabrón para ustedes esta cosa ¿No? ¿Ha leído los periódicos verdad? ¿Cómo ve usted eso? Quiero que me aclare cómo está esto porque ya está el pleito de siempre, la Iglesia con la política y, pues lo confunden a uno, de por sí medio «apendejao». ¿Cómo está eso de que ustedes los médicos matan a los pacientes? ¿Así es realmente o les están cargando los puntos?

—Sí, sí he estado al tanto de ese tema tan controvertido por la referencia a la vida y la muerte —afirmó el Dr. Kiskesabe ante el alud de preguntas—, puede que, por descuido, se nos vaya uno que otro paciente al cementerio, pero eso no es la eutanasia. Me gustaría hacerle una pregunta, la cual nos permitirá abordar este tema independientemente si coincidimos o no, usted y yo:

—Viene de ahí, doctor, al son que me toque bailo.

—Sin importar la causa. ¿Le gustaría morir rodeado de sus seres queridos con los cuales pudiera dialogar, recordar algunos hechos de su vida pasada, hacerles recomendaciones, encomendarles que cuiden y amen a sus hijos, que cuiden sus tierras, sus vaqu itas o sus naranjos, reconocer ante su familia sus errores, ofrecer disculpas si alguna vez los ofendió, decirles por última vez que los ama, recibir la ayuda espiritual del algún representante de su religión si así lo desea, decidir si lo llevan o no a un hospital, tener las atenciones necesarias para calmar sus sufrimientos, más con el apoyo familiar y menos en medicamentos, reconocer en ese momento que va a morir y que el morir es parte de la vida y aceptar con dignidad ese final ante la imposibilidad de prolongar su existencia sin causarle más daño? ¿Le gustaría terminar así, tranquilo consigo mismo y rememorando sus buenos recuerdos con su familia, apoyado por su médico de confianza para calmar el dolor o la náusea, pero, además, sintiendo que ese médico los conforta a usted y su familia, en lo más profundo de sus sentimientos?

—¡Claro que sí, médico! —exclamó vehemente y emocionado don Culturín—. ¿A quién chingaos no le va a gustar terminar sus días de esa forma?

—¡Pues bien! —afirmó el internista—: ¡Eso es eutanasia!, mi estimado, culto, ínclito, preclaro y acrisolado amigo.

—Oiga Doc, ya parece usted «diputao» pueblerino en campaña, que no sabe ni el significado de las palabras de sus discursos porque se los escriben. Pero… entonces… ¿De esa forma debemos entender la eutanasia? Entonces… ¿No es que ustedes los médicos… disculpe… maten o asesinen a los pacientes como dijo el representante ese de la Iglesia?

—No, de ninguna manera es así la eutanasia. Eutanasia en realidad es dar vida, es prolongar y mejorar la cantidad y calidad de vida. Ya discutiremos esto más adelante. Matar es, por ejemplo, borrar del mapa al pueblo de Israel como sugiere actualmente el presidente de Irán, los muertos de las torres gemelas en Nueva York, los de la estación de Atocha en España, y en las guerras y hasta los muertos de las antiguas guerras de las Cruzadas, paradójicamente, todos esos muertos han sido en el nombre de Dios: Alá, Moisés, Jesucristo, Mahoma, el dios petróleo o el supremo y poderoso dios don dinero (dólares). ¡Eso sí es matar, don Culturín, por dinero, por poder político, por irracionalidad, mentes fundamentalistas, por ignorancia! ¡Eso sí que es matar! Pero aquí le paramos por el momento, ya son más de 800 palabras y no quiero aburrirlo.

—Sale Doc, nos vemos en la próxima consulta. «Ta bueno» esto de la eutanasia!

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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