Muy picudo pa’ paloma

A continuación, me permito parafrasear unos cuantos párrafos de la novela Un hombre llamado Cervantes, del prestigioso poeta, dramaturgo y humanista alemán Bruno Frank. He sustituido el nombre del rey español Felipe por el de nuestro presidente, así como El Escorial por Palacio Nacional. Empiezo.

Andrés Manuel López Obrador, presidente del mundo, señor de la política de los cuatro puntos cardinales, soberano de todos los territorios y mares de Occidente por obra y gracia del sufragio que le otorgó un capital político como quizá nunca lo tuvo un gobernante del orbe entero.

AMLO, como le dice la grey, en un acto de congratularse y fundirse en la figura universal del dispendio para ser beneficiado con alguna beca, programa social o pensión universal, no está ocioso desde hace veinte años en que se inscribió por primera vez como candidato a la república mexicana.

No, no descansa. Por el contrario, dedica con denodado esfuerzo cuanto le queda de su administración, a la consumación del sueño de transformar a una mitad de la patria que se le entrega sumisa como un cordero bajo la pureza de una fe que lo vincula con su profeta.

Eso en una mitad de la patria porque contra la otra, enemigos de la fe, el Señor del Palacio Nacional levanta el timbre de su voz, armada con la espada de la denostación y la descalificación para todo aquel que no se afilia a su modo de pensar.

Esa otra mitad en la que reina el espíritu de la herejía, adversarios, conservadores, corruptos, réprobos, saqueadores del patrimonio del pueblo, con sus audaces correrías para llenar el Zócalo de la ciudad de México, y provocar el discurso de la gran casa palaciega que lo aloja, son los encargados de alterar la cohesión que por voluntad divina impera en la monarquía universal instaurada por obra y gracia de su espíritu visionario para transformar un país en donde los abrazos y no los balazos sean la norma para redimir a los malos por obra y gracia de un sueño vacío que se quiere proclamar en una realidad que no da para tanto.

A diario, en el ilusorio acto de gobernanza –la mañanera– el pontífice de la palabra administra la febril actividad de una mente que pretende saberlo todo. Desde ese sitio, con la colaboración de una feligresía sumisa que ya no sabe que existe el pensamiento autónomo, se construyen y se deconstruyen numerosos planes para minar a esos apóstatas piratas que se atreven a disentir, y entonces desde palacio salen poderosos ejércitos provistos de pesadas armaduras listos a entablar el combate que sea necesario a fin de mantener la falacia de un Gobierno que apenas puede remedar el trazo de saber dirigir una patria que se hunde en el pantano de la desdicha.

Pero estos ejércitos de apoyo resultan caros; muy caros. Los servidores de la nación sean aliados políticos convertidos en partidos, legisladores o senadores de la república, morenistas o beneficiarios de dinero gratis obtenido sin honor, cuestan mucho. Los voluntarios de la nobleza política, encarnada en la figura del presidente, acuden presurosos a participar en tan venerable empresa arropados por el ocio más insultante y paseando su distinción según sea el rango burocrático con que haya sido distinguido por el dedo del poderoso.

Sí, sostenerlos resulta caro. Y las arcas de la patria están vacías. El soberano pasa día y noche en el palacio de la nación llenando papeles con decretos y correspondencia. Les quita dinero a los empresarios, vende la función pública al mejor postor entre sus aliados y, como consecuencia natural, se crean nuevos organismos burocráticos, vende encomiendas, derechos de la realiza gobiernista, puestos públicos, alcaldías, secretariados, gobernadores. De ese modo cierra todas puertas por donde pudiera escapársele el poder.

Toma dinero de donde pueda obtenerlo, de las empresas extranjeras o nacionales, de los ricos, quizá incluso del crimen organizado (porque ya resulta muy sospechoso que no puedan desintegrar a los cárteles). ¡Dinero! ¡Dinero!, rey del cash. Pero nada es suficiente. Y, mientras tanto, el país que domina a placer padece hambre. Miles de nobles, herederos de una clase política decadente y sacerdotes ociosos encargados de entonar las loas a la Figura, pesan como un inmenso parásito sobre los millones de mexicanos que se la parten a diario trabajando hasta el cansancio.

La Unidad de Inteligencia Financiera, el SAT y otros organismos de presión, embargan sin piedad el sustento vital de la gente o siembran el miedo entre los que son potenciales candidatos a convertirse en perseguidos por el poder vigente.

Bueno, hasta aquí Bruno Frank, porque del mismo modo que al rey español, empeñado en una confrontación con Inglaterra por motivos religiosos, se le derrumbaba España, así también a nuestro presidente, empeñado en una confrontación con imaginarios enemigos, se desgasta, se inutiliza, no gobierna y el país se derrumba poco a poco. Señales hay suficientes para constatarlo.

Mire si no. Sabido es que el crimen organizado tiene el control de buena parte del país y no el Gobierno. Así se lo dicen incluso desde el extranjero, pero el presidente lo ignora sistemáticamente. No necesitamos que desde fuera de nuestras fronteras nos lo digan, es suficiente transitar por las carreteras de Zacatecas, Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Guanajuato, Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas o Nuevo León, para confirmar quién manda en esos territorios.

Y ya ni siquiera el problema es saber quién manda o no, sino la estela de violencia que permea esos actos de auténtico Gobierno fuera de un estado de derecho: dolor, sufrimiento, pobreza, incertidumbre, angustia.

Para nadie es un secreto que los gobiernos de facto que el crimen organizado ha establecido en el país, son los que ejercen las tareas de justicia que debieran estar a cargo de las instituciones del Estado mexicano porque, además de ser su deber, constituye la esencia de su quehacer.

Ya tuvimos un patético ejemplo en Tamaulipas, donde el crimen organizado nos confirmó que son los que mandan al dictaminar quiénes eran los culpables de los secuestros a ciudadanos norteamericanos. Fueron ellos quienes entregaron a los responsables de los ilícitos y fueron ellos quienes establecieron para las autoridades tamaulipecas cómo debían proceder.

Y nuevamente se nos aparece este patrón. Ahora resulta que, otra vez, ha sido el crimen organizado quien ha hecho «justicia» liquidando al responsable de la muerte de los sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara.

Adió, ¿a poco un ajusticiamiento es igual a hacer justicia? ¿Y las autoridades mexicanas? Y (ecos de mi tía Beba, la sabia) ¿el Estado de Derecho, apá).

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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