Ni tres, ni reyes, ni magos

Los cristianos modelaron su actual identidad durante dos milenios. En año 200 de la era actual, Tertuliano, uno de los padres fundadores del cristianismo como fe, afirmaba que lo que conocemos como los tres reyes magos eran de «estirpe real». Por el contrario, Juan Calvino, uno de los reformadores de la doctrina cristiana, opinaba en contra de cualquiera que los llamara los «tres reyes».

En la Biblia, solo Mateo hace referencia a ellos: «Después de haber nacido Jesús en Belén de Judea, en el tiempo del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el que ha nacido, el rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo. Al oír esto, el rey Herodes se puso muy preocupado; entonces reunió a unos señores que se llamaban pontífices y Escribas y les preguntó el lugar del nacimiento del Mesías, del Salvador que el pueblo judío esperaba hacía mucho tiempo. Ellos contestaron: En Belén de Judá, pues así está escrito por el Profeta. Entonces Herodes, llamando aparte a los magos, los envió a la ciudad de Belén y les dijo: “Vayan e infórmense muy bien sobre ese niño; y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”. Los Reyes Magos se marcharon y la estrella que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos hasta que fue a pararse sobre el lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella, sintieron una gran alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Se hincaron y lo adoraron. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños de que no volvieran a Herodes (pues él quería buscar al Niño para matarlo), regresaron a su país por otro camino».

Hasta aquí el relato de Mateo que jamás dice que eran reyes, ni magos ni cuántos eran. Solo alcanza a decir que venían de Oriente. ¿Pero de dónde más podrían ser en esos tiempos?

La verdad es que no existe la más mínima prueba de que existieron. Mucho menos que eran santos, ni reyes o magos. Tampoco de que eran tres. La historia de los hombres, con brillantes túnicas de terciopelo y barba, que atravesaron desiertos siguiendo una estrella hasta Belén para adorar a Jesús, el hijo de Dios, es intrigante. Se trata de una mezcla de antiguos ritos, leyendas, mitos, cálculos astronómicos erróneos, malas traducciones y hasta falsedades. De nuevo, el cristianismo se hizo de una fecha pagana —el 6 de enero—, día en que se celebraba el nacimiento de Aién, el dios del tiempo para los egipcios. Los siglos y los milenios lo convirtieron en la fiesta de la Epifanía, la fecha en que los «sabios de oriente» llegaron a adorar a Jesús, el hijo de Dios de la cristiandad y presentarle regalos.

Pero quizás, la confusión inició con la palabra mago, de origen persa y cuya traducción al griego es magi, la misma que utilizó Mateo. Siglos antes, el escritor romano Cicerón, los describió como «hombres sabios y eruditos entre los persas». A esto sumemos que la palabra hebrea «sabio» se usa con frecuencia en el Antiguo Testamento. El historiador griego Heródoto definió a los «magos» como figuras políticas que competían con el poder real. Varios reyes en el mundo antiguo consultaban a estos hombres debido a su «habilidad» para interpretar presagios, signos y las estrellas.

Los nombres de los «reyes magos» les fueron dados apenas en el siglo XV por el obispo italiano Petrus de Natalibus, quien determinó que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltazar, todos de raza blanca. Años después, se les identificó con las tres razas humanas: Melchor como europeo, Gaspar, asiático y Baltazar de la raza negra africana. Todas las razas adheridas al cristianismo.

Pero existe otro problema y este es político: ¿Imagina usted a tres reyes de oriente, inclinándose ante un hebreo adorándolo como su rey? Eso no ha sucedido jamás. Ni entonces ni ahora.

Los datos históricos nos indican que el sincretismo —¿o pragmatismo?— cristiano convirtió a los tres reyes magos de Oriente en lo que hoy conocemos. No fueron reyes, ni magos y quizás no eran tres y es posible que el hecho jamás sucediera. Pero como en toda cuestión de fe, los seres humanos nos enfrentamos ante una de las pruebas más difíciles de nuestras vidas: ¿Creer o no creer? La decisión es suya.

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

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