No es adónde vas, sino de dónde huyes

Ya son siete jóvenes beisbolistas cubanos que desertan del Mundial sub-23 de México… y aún puede sumarse algún otro. Es presumible que sus objetivos apunten más al norte, a Estados Unidos, donde figuras como el cerrador de los Yanquis, Aroldis Chapman, o el inicialista de los Medias Blancas de Chicago, José Abreu, —desertores ellos también— personifican ejemplos de sobrado éxito en la Grandes Ligas. Sin embargo, aseverar que todos abandonan el país porque se han propuesto jugar en la gran carpa, sería pecar de inocente. El sueño americano seduce, pero la realidad cubana espanta.

Recuerdo un chiste del humorista Robertico, donde asegura que a los cubanos que salen del país no les importa si el avión en que viajan tiene un accidente. «No importa. Donde caiga, yo resuelvo», sentencia el comediante. Y tiene razón. Para el cubano que reside en el archipiélago lo importante no es adónde va, sino de dónde sale.

Es de esperar que alguno de estos siete jóvenes emigre a Estados Unidos y jamás pise un estadio de béisbol en el máximo nivel. Advierto, no por falta de calidad, sino porque otra realidad lo va a envolver y hacer suyo. Varios, incluso, ni siquiera cruzarán la frontera y permanecerán en México, a probar suerte en un equipo nacional o a dedicarse a cualquier otro oficio que le permita vivir dignamente sin tener que angustiarse al pensar cómo llenar el plato de comida que se sirve a la mesa.

Resulta evidente que la flexibilización para que beisbolistas cubanos participen en ligas profesionales como las de Japón, México o República Dominicana, por citar tres ejemplos, no es suficiente. Las nuevas generaciones tienen mucho más contacto con la realidad mundial. Están mejor documentadas y cuentan con referencias que les sirven para comparar qué les ofrecen y a qué pueden aspirar. A las más recientes hornadas les podrán llamar «de cristal» pero no idiotas. Desde hace bastantes años ya, los cubanos no se conforman con el pelo del lobo. Creo que desde que las jineteras aprendieron a cobrar.

Cuba, por supuesto, culpará al Gobierno de Estados Unidos, a la mafia anticubana de Miami y, sobra decirlo, al bloqueo económico que asfixia —y no mata— al archipiélago. Se despotricará contra los apátridas que traicionaron a la revolución y, para el próximo torneo, se reforzarán las medidas de seguridad en aras de garantizar la «medalla de la dignidad», uno de los tantos eufemismos que promovió Fidel Castro, en este caso para referirse a que todos los atletas que salieron del país, también regresaron.

Lo curioso es que la politización que hacen muchos funcionarios en Estados Unidos cuando abordan la migración cubana, va de la mano con el mismo ejercicio de politización que hace el Gobierno de Miguel Díaz-Canel. Los primeros aseguran que balseros y desertores existen porque no soportan el régimen comunista. Los segundos, en cambio, afirman que abandonan su tierra natal encandilados por las maravillas que les ofrece el vecino del norte.

En el fondo, ni siquiera es válido afirmar que ambos están equivocados, porque todo error se fundamenta en la inocencia o el desconocimiento. Y tanto en la Casa Blanca como en el Comité Central están más que convencidos de que la principal razón —no digo que la única— por la que emigra la mayoría de los cubanos es económica. Si el comunismo les garantizara una vida con recursos o, al menos, libertad para obtenerlos, mucho más alegres y concurridos se vieran los desfiles en la Plaza de la Revolución cada 1 de mayo. Aunque sospecho que ya no podría llamarse comunismo. Por otro lado, si los portentos de Estados Unidos fueran la causa de la migración cubana, entonces ¿por qué hay tantos miles de paisanos desperdigados por otra decena de naciones alrededor del mundo?

Noticias como la deserción de estos cubanos se repetirán una y otra vez sin importar si retiran la ley de ajuste cubano, o cierran las fronteras, o la COVID-19 obliga a restringir aún más las salidas al extranjero. Mientras el hambre se combine con la voluntad y el deseo de ser libres, alguna puerta terminará por abrirse, y si no se abre, se echa abajo. Éxito entonces para los siete jóvenes. En el deporte, claro, pero sobre todo en la vida.

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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