Nuestra Democracia está mal vista ante la agudeza internacional. El descrédito que muchos gobiernos han generado —en los tres niveles de gobierno— y el desapego creciente que tenemos hacia la actividad política, ha producido una sensación de que navegamos sin rumbo y sin futuro.
Por un lado se presenta un problema grave de los procesos, las instituciones electorales y los partidos políticos; por otro, el desgaste de la figura presidencial, la corrupción de los gobiernos, la ausencia de transparencia y la falta de profesionalización en el quehacer político y de la administración pública, han generado este esperpento que llamamos Democracia.
Pero, si llegamos a ser más minuciosos como ciudadanos, si llegamos a reclamar lo que es de nosotros —nuestro poder frente al Estado— y si llegamos a elegir a quienes nos van a gobernar, no tanto por carismas y porque articulan consecución de proyectos, sino más bien porque tienen una visión clara del sendero por el que deben llevar a un territorio, —aunque algunas veces coincidamos o no con sus decisiones— solamente así, podemos contribuir a salvar a la democracia.
¿Dónde empezó a formarse nuestra democracia? Comenzó a formarse a principios de los 80’s cuando se pasaba por una crisis financiera, política e internacional. Pero el proyecto democratizador comenzó después del año 1994 cuando el país sufrió otra crisis financiera y el proyecto democracia fue una alternativa frente el deterioro del Estado y no como debiera ser, un producto de una sociedad civil vigorosa y una fuerte cohesión social. En ese momento, el entorno que construyeron los políticos «liberales» generaron una reducción real del poder del Estado y esto disminuyó nuestra democracia al restarle poder, arrebatarle funciones y limitar su alcance y relevancia política.
Si ponemos a nuestro país frente al contexto internacional, podemos analizar lo siguiente: al término de la Segunda Guerra Mundial se tenía la convicción de que a más Estado, mayor democracia, después se devino el colapso del welfare state y se adoptó la fórmula inversa; a menos Estado, mayor democracia. En la actualidad, ha quedado claro, que sin Estado no hay democracia, porque el Estado es el que garantiza el imperio de la ley, de la sana convivencia social, del compromiso con la equidad, la igualdad, de la tolerancia, del respeto… y del freno a élites de poder y a funcionarios ambiciosos que imaginan a la corrupción como un camino fácil a sus aspiraciones.
¿El fortalecimiento del Estado?
Es difícil responder, pero más difícil declarar sobre el camino que debe llevar nuestra democracia para poder consolidarla. Quizá, la presencia del Estado en el ejercicio de sus funciones, de sus responsabilidades y de sus atribuciones, con transparencia y cuentas claras y como están definidas en la Constitución, bastaría para darle vida al juego democrático, responder ante la debilidad institucional, a la dispersión de los recursos políticos, a la dispersión-concentración de los recursos económicos.
Hoy, la gente quiere resultados, reformas y pactos realmente consensados, aprobaciones de leyes que repercutan en sus bolsillos y en la economía familiar, no en tangentes que solo dispersan atenciones, la gente quiere razones, explicaciones, transparencia, argumentos, los ciudadanos no quieren toda la explicación gubernamental «rollo» no, sí transparencia y explicaciones pedagógicas, la gente quiere un Estado fortalecido, sí pero con todos los límites de la ley a los funcionarios y representantes que lo integran.
Creo que las explicaciones, la cierta profesionalización, la transparencia son compensaciones al binomio ciudadano-Gobierno que contribuyen al fortalecimiento de la democracia. La ciudadanía, los integrantes de esta nación que es México, los integrantes de este Estado que es México, estamos más desilusionados con los gobiernos que hemos elegido que con nuestra democracia; si hay algo que cambiar son los gobiernos, las formas de comunicación entre los que nos representan y los ciudadanos. La democracia y los buenos gobiernos se fortalecen con una invitación al debate, a la convocatoria a todos los puntos de vista y en reformas y aprobaciones de leyes que transiten por el bienestar del ciudadano.