No son espinas

No son espinas. Son lápices, son pinceles, son colores que entreveran frase y matiz. Son la oración en medio de la grisura y auroras. Son fluorescente relato, emancipado, de vívida introversión.

No son espinas. Son flechas hacia allá. Directas hasta ese punto. Apuntadas al cruce de caminos. Insistentes. Tercas. Devotas. De alas reverdecidas. De savias entre arenas.

No son espinas. Son manecillas de brújula y reloj. De reloj y brújula. De coordenadas perdidas y encontradas. De una y otras madrugadas con cara de atardeceres. Con rostro de amanecida.

No son espinas. Son astas. Cada una porta, vigilante, su bandera de estambres. Algodones. Terciopelos. Cueros. Plásticos. Cartones. Aceros. Ixtles. Todas y todos, vueltos agua. Vertidos.

No son espinas. Son antenas que, hoy, no parecen buscar señales celestes. La sintonía, hoy, con probabilidad está en el cuadrante vecino, al lado. La señal, hoy, quizá, es de frecuencia corta, modulada, repentina.

No son espinas. Son cúspides. Que si llegaré no es pregunta, sino afirmación multiplicada.

No son espinas. Son, sin duda, los rayos florecidos desde la valiente luna. El sol agreste también sabe de Misericordias.

No son espinas. Son baquetas que percusionan ira; son teclas apenas a dos o tres roces; son flautas transversales, rítmicas, con aire de suficiencia; son líneas del pentagrama inacabable; son batutas, batutas, batutas. Es el canto por ti, por él, por ella. Somos tú. Somos yo. Es lo que hubo. Es lo que ha sido.

No son espinas. Son pestañas húmedas. Pestañas áridas. Palabras no dichas. Palabras de alma.

No son espinas. Son mis dedos. Sí, diez, todos, uno por uno. Completos. Y no es nada más el índice, tan derecho, y de la derecha. Especializado inquisidor. Siempre en busca de la decena que estuvo en su propia palma desde el principio de los siglos. Y amén.

No son espinas. Son una misma «i» latina trazada en mayúscula. Con ella arranca el Imago mundi de Colón. Con ella bienviene la Imaginación de Sor Juana. Con ella comienza la Inteligencia de Luther King. Ella es el Idílio propio. Con puntos —y sin ellos— sobre sus íes esparcidas.

Y qué tal si, en realidad, fueran espinas. Auténticos arpones. Afiladas espadas. Ardientes aguijones…

Pues si una por una de mis espinas, espinas fueran, comenzaría de nuevo el relato. Las volvería fábula. Poema. Leyenda. Himno. Testamento. Flor y fruto. Las pondría, otra vez, en evidencia. Y renacerían los lápices, los pinceles, los colores. Las fechas. Las manecillas. Las astas y las antenas. Las cúspides. Los rayos. Las baquetas, las teclas, las flautas, los pentagramas y las batutas. Las pestañas y mis dedos. Y andaría horizontes horizontales. De ida y vuelta. De muerte y vida. De espinas, corazón.

A dos días del cierre de abril, 2021.

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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