Océanos de rojo quemado

El de Marisela Escobedo, otro feminicidio que mira de frente la manera en que las autoridades son sobrepasadas por ríos de sangre de mujeres y hombres, de inocentes y culpables, entremezcla indolencia e incompetencias

El jueves 16 de diciembre de 2010, alrededor de las 21 horas, a Marisela Escobedo Ortiz le dieron un balazo en la cabeza. Cayó —y calló— a unos pasos de la puerta principal del Palacio de Gobierno del Estado de Chihuahua. Siete días después, el jueves 23 de diciembre, yo llegué a la ciudad de Chihuahua, sola, casi a las cero horas, luego de manejar por carretera desde Torreón. De manera intencionada, pasé exactamente por el mismo punto donde la activista fue asesinada. Líneas de veladoras por las banquetas, fotografías, flores, frío y más soledad. Al día siguiente, en teoría, era fecha para celebrar la Noche Buena y Navidad. Ironía ácida.

Este relato, encapsulado de tanto dolor y miedos en mi recuerdo, irrumpe una década después. Apenas unas cuantas noches atrás, de nuevo a solas, frente a la pantalla de televisión, atenta a los contenidos del documental «Las tres muertes de Marisela Escobedo», distribuida por Netflix y dirigida por Carlos Pérez Osorio —Vice Studios Latin America, Scopio, México, 2020—, sentí una profunda vergüenza. Ira y desconsuelo. Los contenidos me recontextualizaron y, el mensaje final, el escrito sobre fondo negro, fue absolutamente desconsolador. Un marrazo.

Después de maldormir, la mañana siguiente busqué en mis archivos aquella columna que escribí en la ciudad de Chihuahua, con motivo del atroz feminicido de Marisela y más asesinatos provocados por el abyecto poderío del crimen organizado y su barbarie.

«Ya no, muchachos» fue el título que le di a mi sentimiento por escrito, de frente a la manera en que las autoridades eran sobrepasadas por esos podridos océanos de rojo quemado. Sangre de distintas edades, de mujeres y hombres, de inocentes y culpables entremezclada con indolencia e incompetencias. Hoy vuelvo al caso de Marisela con una mirada distinta: la misión periodística fue azuzada por todas las voces que aparecen en «Las tres muertes de Marisela Escobedo». Me queda claro, con especial énfasis en esta etapa de mi vida, que con una sola vez no basta para denunciar y pedir justicia. Aquí, de nuevo, y las ocasiones que sean necesarias, repetiré el mensaje de éste y todos mis textos dedicados a la construcción de la paz, del perdón y la reconciliación. 

«Ya no, muchachos

»La disculpa tiene que abrir este texto. Es sincera y necesaria. Escribir una columna, como lo he expresado en otras ocasiones, supone experto a su autor. Demanda un ejercicio periodístico que le permite opinar con suficiente luz. Exige conocimiento de causa para plantar las palabras con certitud. Y también con valentía. Por eso, dicen, al columnista no le debe temblar la mano para redactar. Pero, hoy, detrás de este escrito, además del pulso, tiritan la lógica y la sangre.

»No sé siquiera por dónde comenzar. Todas las aristas del caso son dolorosas y nublan. Sacuden varios recuerdos indignantes presentados aquí mismo: las ausencias de Benjamín LeBaron y Luis Carlos Widmar asesinados en Galeana, Chihuahua; la de Luis Manuel Armendáriz Galdeán y los doce estudiantes masacrados en Creel; las de Marcos y José Luis, los hijos de Luz María Dávila muertos en Villas de Salvácar en Ciudad Juárez; la del abogado Ernesto Rábago asesinado en su oficina en la ciudad de Chihuahua. Cada historia tiene su propio matiz, pero la impunidad es constante. El triunfo de la injusticia se repite como si estuviéramos condenados a padecer ese destino.

»Ahora, la pérdida de la joven de 16 años, Rubí Marisol Frayre Escobedo, asesinada en Ciudad Juárez, y la de su madre, Marisela Escobedo, acribillada esta semana en las puertas del Palacio de Gobierno de Chihuahua, lugar donde se manifestaba para exigir justicia en torno a la muerte de su hija, repiten el mensaje que nos azota hasta el hartazgo: impunidad e incompetencia ganan las batallas y cada vez abofetean más duro. Aumentan su nivel de atrevimiento y cinismo. Como si el objetivo fuera probar hasta dónde llega la estoica resistencia del chihuahuense.

»El 29 de agosto de 2008 Marisela vio por última vez a su hija. A partir de ese día dedicó su vida a buscarla por las calles de Ciudad Juárez, Chihuahua. Así se enteró que fue asesinada y su cuerpo arrojado a un basurero donde depositan desperdicios de cerdo. Supo que Sergio Rafael Barraza Bocanegra, pareja sentimental de Rubí, era el responsable del crimen y que su nieta, la hija de ambos, estaba al cuidado de la mamá del homicida. (…) Esas penas y su lucha por alcanzar la justicia para sus seres queridos fueron relatadas por Marisela Escobedo a El Universal desde la segunda semana de mayo, quince días después de presenciar el juicio oral en el que el asesino de su hija fue absuelto por un tribunal, tras dos horas de deliberación en las que los juzgadores decidieron que el Ministerio Público no presentó pruebas suficientes para acreditar la causa de muerte de la joven (www.eluniversal.com.mx/nacion/182624.html).

»En todos los niveles de gobierno se multiplican las evidencias de lo fallido, sin olvidar que la ciudadanía también tiene su grado de corresponsabilidad. Apenas y se avanzan unos milímetros en materia de seguridad pública cuando el retroceso suma kilómetros. Así de abismal es la diferencia. Así de monumentales son las tragedias. Así de arraigado está el problema. Pese a todo, las familias de las víctimas arremeten contra el enemigo. Su duelo se transforma en una extenuante participación social que encara a quien sea y como sea con tal de esclarecer lo que tampoco a ellos les resulta claro. Dignificar la muerte de los suyos está detrás de esa metamorfosis que les llena de un valor inaudito. Ése que pone en jaque su propia vida y la de los demás.

»Aquí también, hace varios años, reproduje la carta íntegra que Nelson Vargas, padre de la joven plagiada y asesinada, Silvia Vargas Escalera, dirigió a la comunidad mormona de los Lebaron con motivo de la respetable y admirable forma en que ellos buscaron resolver el caso del plagio de uno de los suyos, Erick LeBaron, pero que derivó en el asesinato de Benjamín LeBaron, líder de la comunidad, y su cuñado, Luis Carlos Widmar. Recordé esta publicación cuando leí la reciente declaración de Alejandro y Juan Manuel Frayre, hijos de Marisela Escobedo, hermanos de Rubí. Ambos han comentado que la lucha por la justicia se acabó. No más enfrentamientos. Se quedan con las muertes de su hermana y de su madre como evidencia de lo podrido del sistema mexicano. Tienen claro que son los familiares sobrevivientes más cercanos de Heidi, su sobrina de tres años, hija única de su hermana Rubí.

»Lo que Nelson Vargas escribió aquel verano de 2009 con base en su trágica experiencia vivida en 2007, casi al finalizar este 2010 sigue vigente: “Indignación y frustración me ha causado el asesinato del activista antisecuestros Benjamín LeBaron y de su cuñado Luis Carlos Widmar. Me da tristeza que hayan dejado morir solos a gente tan valiente y decidida; siento indignación porque presentí que iba a suceder este lamentable hecho y no puedo creer que la autoridad y las organizaciones civiles que los asesoraban no lo hayan intuido. Desde que supe las acciones de la comunidad mormona, cuando hace mes y medio liberaron a su hermano Érik, después de acordar no pagar el rescate del millón de dólares que exigían sus secuestradores, sabía que podía suceder una penosa tragedia, ya que, aunque todo mundo aplaudió su valentía, las consecuencias vinieron después. Me da tristeza que la autoridad y algunas organizaciones sociales exhorten a la gente a que se organice y denuncie, cuando no se cuenta con la protección adecuada, lo que sucumbe en una tragedia como la que le sucedió a esta familia. Es inaudito que después de las denuncias que hizo la comunidad mormona y que dirigieron a la detención de 25 delincuentes no se le haya dado la protección que se requería para cuidar de su integridad y la de sus familias, cuando eran evidentes las posibles represalias y que los delincuentes buscarían vengarse en los dirigentes de los LeBaron. Mi petición es que no se siga exhortando a la sociedad a denunciar abiertamente a la gente que sabe son delincuentes porque van a correr el mismo riesgo. No puede haber una denuncia de esa naturaleza sin una estrategia, sin un sistema de protección adecuado. En el caso de los LeBaron no hubo una protección posterior a sus denuncias. Yo que he vivido en carne propia el asesinato de un familiar por secuestro, como fue el caso de mi pequeña Silvia Vargas Escalera. Le pido a la autoridad y a las ONG que sean congruentes; que tengan un plan de acción para cuando se llama a la sociedad a que se inconforme públicamente, porque de otra manera se observarán venganzas como ésta, con gente inocente. Lo sucedido en Chihuahua es tremendo, un insulto para la ciudadanía. La gente que hace este tipo de denuncias requiere protección, ya que de otra forma, cuando una persona decida alzar la voz y vea que está desprotegida junto con su familia, desistirá de denunciar posibles casas de seguridad, movimientos extraños de sus vecinos, nombres de delincuentes. Tragedias como la sucedida a Benjamín LeBaron pueden hacer que la gente decida callar por temor; desde mi experiencia, posiblemente hacerlo de una manera anónima es lo más adecuado ante la falta de un aparato que de verdad proteja a las personas que están haciendo las denuncias (impreso.milenio.com/node/8605873)”.

»Los años siguen pasando. La lista de víctimas no frena. La violencia no es una, sino varias cabezas de Medusa. Las serpientes se reproducen por millones. Como mencionó Nelson Vargas, es increíble cómo ante la inminente presencia del peligro, dejen morir solos a quienes buscan, en pleno ejercicio de sus derechos, respuestas justas por parte de la autoridad. Sí, inverosímil, pero cierto. Ésa es la realidad que va más allá de lo que muestran los videos. Ahí está enfrente de nosotros. Nos rodea. Marisela es una vida más que se pierde, desafortunada e innecesariamente. Su lucha y asilenciamiento duelen hasta la médula, pero mientras no exista un sistema fiable de protección a las víctimas, es necesario pensar dos o más veces qué tan pertinentes son las estrategias de manifestación abrazadas.

»Respeto y me solidarizo con la decisión de los hermanos Alejandro y Juan Manuel Frayre. Decir “ya no”, muchachos, no siempre significa claudicación total. Menos aún cobardía. El recogimiento también es necesario para analizar los alcances y límites propios, y, en esa medida, los ajenos. Crecer sí es posible en medio de la paz que ofrece el silencio. Si la violencia tiene millones de caras distintas, es necesario enfrentarla con la misma cantidad de opciones. Una de ellas consiste en decir “ya no” y poder transitar con la frente erguida hacia otros caminos no menos dignos».

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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