Oposición a la deriva

Las embestidas de los poderes fácticos, conectados con un grupo de ministros de la Suprema Corte de Justicia, han acelerado la sucesión presidencial. Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de Ciudad de México, es la favorita de Andrés Manuel López Obrador. También Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, es una opción ganadora. Estar bajo los reflectores y encabezar las intenciones de voto les concede una ventaja insuperable, mal que le pese a los detractores de la 4T. Máxime porque la coalición PRI-PAN-PRD y sus patrocinadores nacionales y extranjeros carecen de figuras competitivas, y quienes aspiran son una vuelta al salinismo depredador o al peñismo corrupto. Vicente Fox y Felipe Calderón representan los mismos intereses.

La reforma político-electoral de 2014 adelantó un mes la elección presidencial (en lo sucesivo será el primer domingo de junio) y acortó dos meses la administración 2018-2024 para volver al sexenio completo en el periodo siguiente. El Gobierno de AMLO, por tanto, será de cinco años 10 meses. Quien le suceda asumirá el poder el 1 de octubre del 24. Morena anticipó para agosto la designación de su candidata(o) por varios motivos: a) sintonizarse con los tiempos de su líder (López Obrador), de cuyo capital depende conservar la presidencia; b) disipar la incertidumbre y evitarle a los aspirantes un mayor desgaste; c) presionar a la coalición Va por México, capitaneada por Claudio X. González; y d) movilizar a la estructura de Morena para lograr una votación masiva que le permita hacerse también con la mayoría calificada en las Cámaras de Diputados y de Senadores a efectos de empujar la agenda reformista de la 4T.

El presidente López Obrador tratará, hasta donde le sea posible, de que el cambio de régimen (entendido como el desplazamiento del modelo neoliberal, en el cual la minoría ganaba todo a costa de una mayoría cada vez más empobrecida) no se detenga ni mucho menos tuerza el rumbo. Las alusiones a la sucesión de 1940, cuando el general Lázaro Cárdenas se decantó por Manuel Ávila Camacho, en vez de haberlo hecho por Francisco J. Múgica, son una advertencia de cómo un movimiento social puede devenir experiencia frustrada. A partir del Gobierno avilista, el país entró en una espiral de corrupción, los poderosos recuperaron privilegios y las clases desfavorecidas volvieron gradualmente a su condición anterior.

Las políticas y acciones de AMLO tienen su fundamento en la legitimidad obtenida en las urnas. El presidente no engañó a nadie. Recibir la más alta votación (superior a la de sus adversarios juntos) le ha permitido desplegar su proyecto dentro los límites constitucionales y con los contrapesos del Congreso y de la Corte. La respuesta de los grupos de presión, afectados en sus intereses por un Gobierno democrático y bien calificado —para frustración y coraje de sus malquerientes— es inédita. Quienes anticipaban, a estas alturas del sexenio, la implantación del socialismo (una nueva Venezuela), el colapso del país y la emigración masiva de mexicanos de los estratos medios y bajos, están molestos y perplejos.

López Obrador ha cometido errores garrafales e incumplido sus promesas de seguridad, salud, combate a la impunidad y crecimiento económico, pero, además de la incompetencia gubernamental, afronta resistencias enormes y ataques como ninguno de sus predecesores. Gobernar sin arredrarse y mantener una comunicación directa con sus electores y bases de apoyo, en sus giras y conferencias mañaneras, explica sus niveles de aprobación y que Morena se perfile para ganar la presidencia dentro de un año. La estrategia contra AMLO adolece de una falla: su inexistencia. Cada cual se preocupa por sus propios sus intereses. Falta visión de país y altura de miras.

Tan lejos de Turquía

Mientras Andrés Manuel López Obrador recorría el territorio nacional, dialogaba con las comunidades, escuchaba a pequeños y medianos empresarios y estudiaba a sus rivales, las oposiciones y los grupos de poder hacían negocios entre sí, sin importarles el país. Cierto: la política también es un negocio, acaso el más rentable y con menos riesgo de ir a prisión por graves y deleznables que sean los delitos cometidos a su amparo. La alternancia política dio por resultado presidentes débiles, sujetos a todo tipo de presiones. Vicente Fox dilapidó el bono democrático en frivolidades y fruslerías. Felipe Calderón y Peña Nieto se «legitimaron» con violencia, venalidad y con la aquiescencia de los potentados. Gobernaron, pero no mandaron. Ese papel correspondió a la oligarquía.

López Obrador retomó el poder secuestrado por las élites y sus adláteres en los partidos y en los gobiernos. A un año de las elecciones para renovar los poderes Ejecutivo y Legislativo, las fuerzas contrarias a la 4T permanecen presas de sus orejeras y atrapadas en el laberinto de sus intereses. Ya han probado todas las posibilidades para someter al presidente. Sin embargo, las fórmulas aplicadas con Fox, Calderón y Peña, en el caso de AMLO —por malo que sea su mandato— no funcionan. Ante su fracaso y falta de humildad, los adversarios de uno de los jefes de Estado y de Gobierno más poderosos han respondido con las mismas armas: encono, soberbia y manipulación.

Los opositores de AMLO no han generado liderazgos. Una revisión somera de la nómina de aspirantes del PAN, PRI y PRD a la presidencia permite advertir la pobreza de cuadros y perfiles. Incluir a la senadora Lily Téllez en la baraja sucesoria no solo es patético, sino ofensivo. Los demás (Santiago Creel, Beatriz Paredes, Claudia Ruiz, José Ángel Gurría, Enrique de la Madrid…), son, además de obsoletos, las caras de un régimen caduco. «De aquellos polvos vienen estos lodos». Al presidente López Obrador se le debe afrontar con ideas, propuestas y carácter, pero, sobre todo, con inteligencia. Todo esto escasea o es inexistente en el frente anti-4T compuesto por partidos decadentes y cúpulas cuyos intereses e insensibilidad frente a la pobreza y la injusticia los ciega a la realidad.

El analista Jesús Silva Herzog, crítico de López Obrador, de los partidos en general y de los antagonistas del presidente en particular por carecer de juicio y estar ensimismados, ofrece, a propósito de las elecciones en Turquía una ruta para salir de la dinámica perversa que atrapa al país. Destaca la «aparición de un bloque opositor que logra construir una alternativa creíble» en un contexto donde «los medios reproducen casi unánimemente la voz oficial. (…) ¿Cómo pudo abrirse camino? Lo primero que ha logrado es escapar del anzuelo de la polarización que solo beneficia a quien sabe usar ese chicote. (…) A los opositores corresponde el deber de cambiar la conversación». En vez de replicar «las invectivas del autócrata» (Recep Tayyip Erdoğan) su atención la centra «en los asuntos concretos de la gente».

«La oposición turca —resalta— no ha llamado al desquite. A las agresiones del oficialismo no ha respondido con amenazas de cárcel a quienes quiere derrotar electoralmente. El mensaje esencial han sido demostraciones prácticas de tolerancia y de sentido práctico. (…) Frente al caudillismo, la oposición ha buscado consensos y propone soluciones concretas. Frente al hombre fuerte, un equipo que dialoga. En las propuestas hay sensatez, no utopía», advierte. En México las oposiciones están en las antípodas. No entienden que la mejor manera de obtener el voto de quienes apoyan al régimen es, como Silva Herzog lo plantea, «facilitar el brinco al campo democrático».

Espacio 4

Deja un comentario