Partiendo a una nación

Escribía el poeta francés Charles Baudelaire que «el odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida». ¡Qué horror ser presa de semejante verdugo! Cuando el hombre le permite adueñarse de su voluntad los estragos son terribles, para él mismo y no se diga para sus destinatarios. El odio es el que genera desavenencias, conflictos, violencia, dolor, muerte, guerra… y es insaciable. A su paso destruye cuanto toca. Su veneno es mortal. Por odio la humanidad a lo largo de su trayecto por la tierra ha vivido las de Caín y lo ha pagado con creces, pero no aprende.

«Divide et impera», es una frase que se le atribuye al emperador romano Julio César, y resume una estrategia que han hecho suya en muchos ámbitos, y el político no es la excepción, sino todo lo contrario. Tiene una deleznable actualidad, su despliegue lo tenemos a la vista. Se trata de una táctica sin duda militar que la han transformado los políticos sin patria ni matria en algo rastrero, indigno, al llevarlo a la arena pública, sobre todo cuando hay inferioridad y desventaja en la capacidad y en la valía de sus argumentos o medios para hacerse cargo de la responsabilidad que llevan sobre sus hombros. Cuando existen estas carencias se recurre a todo género de artimañas y maniobras sucias cuya fuente son el engaño, la simulación, la negación reiterada de la realidad, todo con la finalidad de presentarse como el invencible. Y todas estas tretas aumentan en la medida en que sus hechos van exhibiendo sus miserias y sus carencias, y no tienen freno para aumentar la inclusión de elementos de toda laya que dificulten la coordinación y conjunción de esfuerzos en su contra.

El «divide y vencerás», como ya lo apuntamos, es más viejo que Matusalén. Es la táctica de la que se valen los más ruines, mentirosos y cobardes para alcanzar sus objetivos. Hoy día tienen a su disposición no sólo los medios tradicionales sino cuanto les ofrece la tecnología, para esparcir sus mentiras y su «otros datos» y para atacar a quien o a quienes se atrevan a discrepar. De todo se valen estos taimados, ejemplos de deshonestidad en su amplia gama para salirse con la suya. Desdecirse de lo sostenido en otros tiempos y presumir de lo que no son ni han sido jamás es parte de lo que se traen para hacerse de prosélitos.

Con el «divide y vencerás» estos pillastres ganan y se mantienen en el poder a través de las rupturas en concentraciones muy grandes que les son adversas, al hacerlo las debilita. Este concepto, que también se toca en El Arte de la Guerra, no es más que estrategia para romper la estructura de poder existente y dificultar la vinculación de grupos más pequeños, con esto se divide lo que se le oponga a su proyecto. La característica sustantiva de esta técnica estriba en generar controversia y disputas entre las facciones opositoras al interés del manipulador. La técnica es simple pero perversa, se fomenta la división para evitar la unión de las entidades que se le oponen porque eso las fortalece. Para alcanzar su objetivo se recurre a maneras que exacerben las diferencias, de tal modo que no sean posibles los acuerdos y con eso eclipsan las amenazas. «Divide y vencerás» sugiere que la mejor manera de obtener el poder es sembrando dudas, intrigas, entre las partes de una entidad social o política. Y a fuerza de aplicar esta ruindad se ha metido en la propia cultura del colectivo humano que «en política todo se vale».

Así se hizo de la presidencia Donald Trump, Daniel Ortega en Nicaragua, Hugo Chávez y Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y muchos otros antes que ellos. Así llegó también Andrés Manuel López Obrador y así ha decidido mantenerse en el poder, a través del «divide y vencerás». Su objetivo lo va logrando y los mexicanos le estamos haciendo el juego, deje usted a los partidos políticos, esos son otro cantar, pero contribuyendo también a lo grande a la debacle, pero lo más doloroso y sobre todo peligroso es lo que López está haciendo con nosotros, con la población. Y esto si no es para tomarlo a la ligera. Por principio, con la desunión entre los mexicanos, debilita más a nuestra enclenque democracia, afecta el equilibrio de la economía e impacta nuestras vidas de manera devastadora. López está logrando dividirnos en buenos y malos, los buenos son todos aquellos que están con él, y malos quienes no comulgamos con su perversa manera de hacer política. ¿Cómo es posible? Si costó sangre, sudor y lágrimas, como diría Churchill, que se reconocieran como derechos fundamentales la libertad de pensamiento y la de expresión. ¿Qué derecho le asiste para descalificar e insultar y difamar a quienes no coinciden con él? Ha sembrado odio y división entre los mexicanos, proferido falsedades, ha hecho gala de su intolerancia.

Somos mexicanos, eso lo debiéramos de privilegiar cada uno de los que hemos nacido en este suelo, y no permitir que un simple mandatario —temporal y por paga— por muy presidente de la república que sea, venga a querer romper con su lengua ladina y sobre todo con su pobreza interior, ese vínculo de sangre, de tradiciones, de lengua, de costumbres, de sentires, de historia, de vida en común de miles de generaciones que han nacido, sido, crecido, trabajado y muerto en este país, en esta tierra que está empecinado en dividir a través del odio entre connacionales.

Una nación dividida, como lo expresara Lincoln refiriéndose a la suya, es débil, es vulnerable. «Una casa dividida contra sí misma, no se mantiene en pie», es estremecedora, cimbra.

Los mexicanos tenemos que entender, que un individuo que está de paso tiene el deber de respetar la casa que es suya también. Estoy asqueada de oír como machaca, como censura, como amaga el pensamiento distinto al suyo. ¿Quién demonios le metió en la cabeza que él lleva la razón inmersa en su persona?

Somos un país con vergonzantes lastres de corrupción e impunidad, y él enarboló la bandera de la decencia y de la lucha contra todo eso durante su campaña en 2018, pero esa basura no se acaba con discursos, ni bravuconadas, ni con promesas electoreras, ni con la aplicación de la ley de manera discrecional, como ordena a sus compinches que la ejerzan. Tiene gente impresentable acompañándolo, como Manuel Bartlett, como el senador Gómez Urrutia, inútiles como la exsecretaria Sánchez Cordero… y eso es corrupción… Dice el viejo adagio «dime de qué presumes y te diré de que adoleces».

Salviano de Marsella, un autor latino cristiano del siglo V, escribía sobre el Imperio Romano del siglo IV: «Todo esto que vivimos es el justo castigo por la explotación económica, la corrupción política, la desbandada moral. El mundo romano degenera…», y Christian Matthias Theodor Mommsen, el jurista, filólogo e historiador alemán, premio Nobel de Literatura en 1902, abunda cuando se refiere al «rebajamiento moral de un pueblo que antaño, fue grande y que se volvió cínico, que dudaba de todo, que huía de las responsabilidades de la vida… La decadencia política penetraba en la decadencia económica… Había unos aristócratas que sabían administrar, mas no gobernar; hombres de negocios demasiado ocupados por su provecho personal para preocuparse por salvar a su país, y una burocracia que agotaba todos los recursos y que era irremediablemente corrompida». Nótese de la época sobre la que se habla… por eso dicen que la historia es cíclica. Hay gente capaz, siempre hay gente capaz, lo que no existía ni existe hoy es la capacidad de utilizarlos. Abrámonos a esta posibilidad, evitemos que individuos como López Obrador sigan llegando a los sitios en donde se toman decisiones trascendentes para el destino de México. Y con divisionismo como su mediocridad alimenta, nuestro país no saldrá adelante. Pensemos en las futuras generaciones, no merecen un país en estas condiciones.

López Obrador desprecia el orden jurídico, la división de poderes, los equilibrios institucionales. Insiste en no luchar contra la pobreza y en doblegar a los pobres a fuerza de dádivas que salen del bolsillo de los mexicanos, igual que lo han hecho quienes lo precedieron y que él aprendió a pie juntillas porque de ahí salió, comió y creció. Estos pobres «por mandato» son su fuerza y sustento, igual que la complicidad de los ricos sin escrúpulos ni un tantito de amor a México, sumados a la indiferencia que padecen millones de clasemedieros. Por eso ha prosperado el divisionismo.

De modo que 2 + 2 son 4, o nos unimos o nos hunde.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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