Patético

Sí, en efecto, así se nos presenta la lucha por la conquista del poder político. Los candidatos que aspiran a gobernar en este país ignoran a propósito que México es un país que sangra por las heridas profundas que la indiferencia agrava cada día, sin que nadie se ocupe de atender, ni siquiera ellos mismos.

Pero eso, claro, no le importa a la clase política en cuya agenda no entran ese tipo de asuntos. Su prioridad es mantener su status a fin de consolidar un poder que los enferma y los sustrae de una realidad que a gritos clama por otro enfoque en la percepción del mundo real.

Todos los involucrados en esa farsa de insulto para la inteligencia de la ciudadanía, han preferido ignorar a la nación entera y abordar sus problemas vitales con la solución fácil de prometer beneficiar efímeramente al pueblo sabio con programas asistenciales a cambio de que se deje convertir en un cliente que compra la retórica del político sin que medie la más mínima noción de crítica.

En el sexenio de López, la pasarela electoral ha hecho desfilar a una serie de personajes siniestros que destilan mentira tras mentira avalados por sus partidos. En medios de comunicación y en redes sociales despliegan su verborrea para engañar incautos de la manera más impune.

No necesitamos estos merolicos que han hecho de la política la representación de la mejor farsa en busca de un voto que legitime ese universo de maldad donde se mueven con la ligereza del pez en el agua.

Hoy podemos observar cómo los candidatos a ocupar un puesto de elección son de una insultante terquedad en la búsqueda de los grandes capitales políticos de sufragio a fin de incrementar su poder. Y lograrlo está a tiro de piedra por la carencia de una formación ética que los predispone a lo peor de las perversidades del poder; ese que buscan con tanto afán ignorando las tragedias que tiñen de sangre al país y que no están en el discurso de campaña.

No encuentro en la historia reciente de este país las soluciones que nos ofrecieron en el pasado, y nos ofrecen en el presente los dichosos candidatos. Lo cierto es que los dioses de la política mexicana constituyen en su conjunto el más sonoro y contundente fracaso para la construcción de un país fuerte, asentado en un escenario proyectado hacia el logro del progreso y el desarrollo.

En la realidad contundente de todos los días fueron derrotadas todas y cada una de las formas de adaptación que los líderes políticos de cada sexenio han puesto en práctica, sin inventiva, sin inteligencia, sin el más mínimo sustento de razón y de pasión para conseguir algunos logros que beneficien al ciudadano.

En la incontrovertible contundencia de la realidad, todas sus ideologías se volvieron rápidamente obsoletas ante la falta de una verdad que las sostuviera; quizá también porque todas pusieron al ser humano en segundo término; eso en el mejor de los casos pues más de una vez ni siquiera alcanzó el status de un lugar. El poder y el dinero siempre han mantenido el primerísimo y detestable lugar de privilegio.

¿Son estos los candidatos que se requieren? ¿Por qué no ciudadanos? Me parece que hoy resulta indispensable recuperar los verdaderos liderazgos políticos para que se conviertan en la garantía de construcción de un futuro mejor para todos, pero entendiendo que el liderazgo implica un compromiso ético de relación.

Por compromiso debe entenderse un pacto establecido entre dos partes para obtener un beneficio mutuo donde se alcancen metas superiores que hagan fructificar los pactos sociales. Eso sería lo deseable para que los dioses de la política mexicana descendieran al suelo patrio donde transcurre la vida ciudadana de todos.

Pero en un país sin ideas, improvisado en sus definiciones básicas de gobernabilidad, perdido en una confusión de pensamientos que no encuentran pista segura de aterrizaje, caótico en el murmullo de voces desplegadas para escucharse a sí mismo, no hay maneras.

Las dirigencias de los partidos políticos han hecho sentir que la finalidad de los liderazgos es el poder por el poder mismo y que su única misión en la vida consiste en llegar al poder y luego conservarlo a como dé lugar. Naturalmente es esta una concepción muy primitiva del liderazgo.

Digo todo esto porque la evidencia me lo confirma. Si no, dirijamos la mirada a los supuestos debates que han tenido lugar por estos días. Sin ideas que sustenten alguna propuesta por lo menos, la parodia de un juego de inteligencias se vuelve patético, es en esencia un insulto a la inteligencia de la ciudadanía a la que pretenden gobernar.

Sin ideas, los aspirantes sabotean su propio discurso frente a las cámaras de televisión mientras el país se les desmorona porque su liderazgo sólo alcanza para la proclamación de unas cuantas palabras vacuas.

Sin ideas y sensibilidad de ninguna especie, los liderazgos que aspiran a recibir la herencia política realizan impúdicamente sus campañas a lo largo y ancho del país mientras mueren por la violencia los muchos a lo largo y ancho del territorio nacional.

Sin ninguna madurez emocional que los distinga, estos liderazgos constituyen la prueba más contundente de que la confianza, la autoestima y las habilidades que creen tener para alanzar la jerarquía de dioses de la política mexicana, no están presentes en ellos.

Eso debería obligarlos a romper las cadenas de un pensamiento burocrático que devalúa la existencia y se convierte en la gran mensajera de la desconfianza. ¿Cuándo entenderán estos sujetos que el acto de gobernar constituye la oportunidad de realizar un servicio de vocación sagrada? El gobierno no es un premio, sino la oportunidad de sintetizar las aspiraciones ciudadanas para consumar su existencia. Tampoco es, por supuesto, un botín de rufianes.

La gran y verdadera transformación de la patria sólo se consumará cuando sus liderazgos se planteen una nueva cultura política basada en normas claras, en prácticas que favorezcan el surgimiento de auténticos agentes de cambio favorables para construir un país de paz, libertad y justicia impulsado por una democracia participativa, no de sufragio, que no le entrada a los sueños de los fantoches que se creen iluminados por los dioses, pero que en la contundente realidad de los hechos, se vuelve patético.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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