Pensar la democracia de otra manera

Antonio Caso, el gran filósofo mexicano formado en el más puro Positivismo de Gabino Barreda, decía en uno de sus múltiples estudios en torno a los problemas de México, que el mundo contemporáneo (la aseveración vale no sólo para su tiempo, sino también para el nuestro) se gobierna democráticamente.

La contundencia de la afirmación en tiempos de don Antonio deja entrever que, por lo menos, esa es también la tendencia en el mundo globalizado de hoy; y lo es de manera incontrovertible e inaplazable.

Pero también, y de manera muy lúcida, el filósofo advierte que con la afirmación anterior no se quiere significar «que el verdadero Gobierno del pueblo por el pueblo, que es lo que etimológicamente ha de entenderse por la palabra democracia, se haya logrado en todas partes».

Seguramente Antonio Caso sabía contundentemente que la democracia perfecta existe, no ha existido y, probablemente, nunca haya de existir tal régimen de Gobierno. Pero también, segurísimamente, entendía que es ley esencial y principio inflexible de los esfuerzos humanos –sean estos individuales, colectivos, de la sociedad, de los movimientos políticos– mantener la tendencia tan humana de ir hacia los fines últimos por alcanzar la democracia, y no lograr, a pesar de ello, su plena consecución y su auge; y a pesar de ello, insisto, es el más caro ideal, y por conseguirlo hay que mantener el impulso.

A sabiendas de eso, sin embargo, vale mucho la pena mantener los deseos, la ocupación y la preocupación por conseguir una situación mejor para los pueblos del mundo, aun cuando nunca pudiera existir la posibilidad real de lograr tal estado.

Así pues, por motivos incuestionables, la democracia tiene que ser la fórmula política única entre los pueblos advenidos de la modernidad. Y lo es porque la democracia también es una necesidad de desenvolvimiento social y un ideal de insuperable valor para las relaciones de los individuos que viven en sociedad.

También porque la democracia es un impulso que emerge de las condiciones mismas de la civilización moderna. La democracia es algo que, en la esfera más pura de las ideas, responde a la aspiración más alta de justicia, porque se sustenta en condiciones de igualdad.

En la práctica política esto debiera expresarse como el Gobierno de todos por todos, ser la participación de la fuerza colectiva, la armonía de toda la sociedad, donde gobernantes y gobernados mantienen la misma visión de proyectos que desemboquen en el bienestar de todos.

En el caso de nuestro México, ese ideal se presenta de manera caótica y dispersa, difuso y carente de abordamiento crítico. El criterio democrático mexicano ha sido sustituido con el criterio monárquico, encarnado aquí en la figura del caudillo en quien se depositan, simbólicamente, las aspiraciones y la grandeza de un pueblo.

En México, cuya democracia de sufragio encumbra cada seis años a una figura presidencial de tipo monárquico en quien deposita el alma de la patria, en esa representación individualísima se agrupan los sufragantes y entregan la soberanía de las libertades consagradas en toda democracia verdadera para ellos.

En ese momento el caudillo, convertido ahora en presidente de la República, encarnación del monarca europeo, por el consentimiento unánime de la multitud. A partir de ese momento culminante de cada elección en México, en esa figura sin méritos de honrosa pulcritud habrán de concentrarse, sin metáfora de por medio, todo el esplendor de la raza mexicana. A partir de ese momento sus designios, aprobados y acatados por el pueblo, serán los designios de la colectividad.

Una democracia fundada sólo en el sufragio (fácilmente manipulable) y no en la conciencia ciudadana, es una democracia frágil, fugaz, efímera, que se fractura y se quiebra en cualquier instante. Las señales de que esto ocurre son múltiples y continuas, a veces son imperceptibles, pero están ahí.

La explicación de la quiebra de una democracia, en palabras del Premio Príncipe de Asturias 1987, Juan J. Linz, se puede encontrar en los conflictos surgidos por las características estructurales de las sociedades. Los conflictos, reales y latentes, «ofrecen una serie de oportunidades y obstáculos para los actores sociales y políticos, que pueden llevar tanto al mantenimiento como al derrumbamiento de un sistema democrático. Las decisiones adoptadas tienden a tener un efecto reforzador y acumulativo que aumenta o disminuye las probabilidades de supervivencia de una política democrática».

Lo más visible de esta quiebra se presenta en la destrucción de instituciones, en el funcionamiento parcial –y a veces nulo– de ellas, o en el desinterés e indiferencia con que actúan frente a los problemas y conflictos que se viven a diario, provocando inestabilidad social.

Y de que nuestra democracia está en quiebra, lo demuestran sus conflictos y la manera como son abordados (generalmente no son abordados) por nuestras autoridades de Gobierno. Democracia quebrada resulta del hecho de que en la muerte de una doctora en la Sierra Tarahumara el presunto responsable haya sido detenido, juzgado y entregado a la colectividad por un grupo de la delincuencia organizada, nos muestra la carencia de un Estado de Derecho donde las instituciones del orden y la aplicación de la justicia no operan para garantizar estabilidades.

Lo mismo ocurre con el drama de la salud, porque en México, el que se enferma tiene que pasar por el drama de buscar, conseguir y comprar las medicinas que las instituciones del Estado no pueden garantizar, y eso pone en duda la existencia del Estado de Derecho.

No puede haber Estado de Derecho surgido de una democracia si los colectivos de búsqueda son los que tienen que encontrar a sus muertos porque las instituciones del Estado no responden al imperioso llamado de las familias mexicanas para atender su angustia, su incertidumbre y su dolor.

Así pues, las condiciones peculiares de nuestra democracia en un mundo político y social se asumen como indecisas, inquietantes y hasta dramáticas. Quizá ha llegado la hora de entender la democracia de otra manera. A lo mejor no quedarse en el mero sufragio con un electorado poco ilustrado, sino dar el salto hacia un ciudadano que tiene conciencia de sus intereses y, por ello, sea capaz de hacer realidad las libertades civiles que presupone la democracia, fortaleciendo en ellas el Estado de Derecho en que se ha construido esa democracia.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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