Poder terrenal o gloria histórica

Eróstrato de Éfeso soñaba pasar a la historia; al fracasar en todos sus intentos como militar, político y artista, decidió convertirse en el destructor del templo de Artemisa, considerado una de las siete maravillas del mundo. En 356 a. C., le prendió fuego y se quedó ahí gritando que él era el responsable, pensando que así lograría su propósito. Al entender su demencia, los griegos prohibieron, so pena de muerte, que su nombre se pronunciara y luego lo ejecutaron. Se llama «complejo de Eróstrato» a la obsesión con poseer fama que es capaz de realizar cualquier acto para alcanzarla.

En la historia de México ha habido muchos personajes que, alcanzando cierto nivel de poder, desean conservarlo o incluso aumentarlo, soñando que de esa manera pasarían a la historia y la verdad es que más bien, pierden todo; veamos algunos ejemplos:

Agustín de Iturbide; auténtico consumador de la independencia de nuestro país; hubiese sido el Simón Bolívar de México si su ambición por ser emperador no la hubiese refrenado, hoy sería auténticamente «El Padre de la Patria», pero su ambición lo privó de la gloria imperecedera y ahora ninguna calle, plaza o ciudad lleva su nombre.

Porfirio Díaz Mori, transformador del México salvaje en nación civilizada y reconocida globalmente; construyó 20 mil kilómetros de vías férreas comunicando todo el país en el sistema más moderno de su época. Solidificó la economía y convirtió el peso en moneda dura de aceptación mundial; construyó puertos marinos que permitieron la navegación comercial a gran escala; pacificó al país con crueldad como él mismo reconoció. Su imagen planetaria era casi perfecta, prometió retirarse del poder en 1910; si lo hubiese cumplido, hoy sería el héroe nacional más reconocido, pero al reelegirse por octava vez y durar exiguos seis meses en el cargo de ese período, se convirtió en odiado déspota que hubo de abandonar el país y refugiarse en Europa, donde murió y donde aún reposan sus restos.

Otros casos son de quienes tuvieron un primer momento de gloria y como los tres mosqueteros, 20 años después ya no fue lo mismo, recordemos que la gente olvida lo bueno de antes y recuerda solo lo malo reciente. También aquí pueden quedar las familias que se heredan los cargos públicos por consanguinidad o por adopción; todos ellos reputados como nefastos.

A contrapelo encontramos casos similares que se salvaron por causas ajenas a su voluntad: Benito Juárez García se reeligió repetidas veces contra la voluntad incluso de sus amigos, que ya se le tachaban de «tirano» (Justo Sierra), pero tuvo la gracia de morirse antes de llegar a la infamia y hoy es el semidiós de la historia nacional. Álvaro Obregón, revolucionario y sustentador del «Sufragio Efectivo, no reelección», fue presidente 1920-24 y se reeligió en 1928 traicionando la revolución y la Constitución. Un fanático religioso ayudado veladamente por muchos callistas lo asesinaron antes de que reasumiera el poder, ahora es héroe nacional pudiendo haber terminado como autócrata.

A escala latinoamericana podemos encontrar dos casos paradójicos: Evo Morales Ayma, electo democráticamente presidente de Bolivia, realizó una labor dignificante del pueblo y fue muy amado, quiso reelegirse por tercera vez, y aunque hay dudas de su triunfo electoral, con un golpe de estado le quitaron el poder y la gloria. José Alberto Mujica Cordano, presidente innovador y reformador de Uruguay (2010-2015), a pesar de que muchos ciudadanos le insistían que se reeligiera, jamás aceptó y se retiró del cargo. Hoy vive tranquilo, amado y respetado, una figura insigne que anda solo por las calles y es reverenciado hasta por quienes poseen ideología contraria a la suya.

Realizando un análisis serio, sin ridícula aversión política ciega e irracional, de los actuales actores nacionales, yo por ahora solamente percibo uno que podría pasar a la historia, de él dependerá si con gloria o con abyección. En cambio, los demás protagonistas, aunque estén dispuestos a cometer la más terrible atrocidad para sobresalir, sus huesos se disolverán en el Mictlán y solamente los muy expertos alguna vez conocerán sus nombres, como sucedió con los adversarios de Juárez entre 1855-67. En este cúmulo se incluyen personas, instituciones, partidos políticos, medios de comunicación y hasta asociaciones ciudadanas.

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