Populismo

Calificar a un régimen como populista por lo general tiene carga negativa. Como excepción se recuerda una respuesta singular del presidente Barak Obama a raíz de unas expresiones del presidente mexicano Enrique Peña Nieto, en el que suscribió ser populista si por tal se entendía que veía por el bien del pueblo. El argentino Ernesto Laclau, hasta hoy día es el teórico del populismo con mayor prestigio e influencia, autor de cabecera de los líderes que conformaron Podemos en España y del kirchnerismo en Argentina. Para él, populismo podría ser progresista como el peronismo —movimiento de su simpatía—, o el fascismo de Benito Mussolini. Recientemente, han proliferado ensayos y libros que refieren al tema, destacando los trabajos de Nadia Urbinati y el del historiador y periodista Federico Finchelstein.

Es el caso que el régimen del presidente López Obrador y él mismo como activista político han sido calificados de populistas, que no es de su agrado, con razón porque quienes se lo adscriben es por razones claramente negativas. Más allá de calificativos, en la obra Del Fascismo al Populismo en la Historia (p. 120), Finchelstein describe rasgos comunes para la diversidad de movimientos y proyectos políticos de corte populista. La descripción es útil y oportuna, sobre todo porque el texto antecede al arribo de López Obrador a la Presidencia, así que cualquier coincidencia de lo que ocurre no se corresponde al propósito del autor de calificar o juzgar.

La adhesión a una democracia autoritaria electoral, antiliberal que rechaza en la práctica la dictadura.

Una forma extrema de religión política.

Una visión apocalíptica de la política, que representa los éxitos electorales y las transformaciones que esas victorias electorales transitorias posibilitan como momentos revolucionarios de la fundación o refundación de la sociedad.

Una teología política fundada por un líder del pueblo mesiánico y carismático.

La idea de que los antagonistas políticos son el antipueblo, a saber: enemigos del pueblo y traidores de la nación.

Una visión débil del imperio de la ley y la división de poderes.

Un nacionalismo radical.

La idea de que el líder es la personificación del pueblo.

La identificación del movimiento y de los líderes con el pueblo como un todo.

La reivindicación de la antipolítica, que en la práctica implica trascender la política tradicional.

La acción de hablar en nombre del pueblo y en contra de las elites gobernantes.

Presentarse a sí mismos como defensores de la verdadera democracia y opositores a formas reales o imaginadas de dictadura y tiranía (Unión Europea, estados paralelos o profundos, imperios, cosmopolitismo, globalización, golpes militares, etc.).

La idea homogeneizadora de que el pueblo es una realidad única y que una vez el populismo convertido en régimen, este pueblo equivale a sus mayorías electorales.

Antagonismo profundo, incluso aversión, con el periodismo independiente.

Una antipatía al pluralismo y a la tolerancia política.

Un énfasis en la cultura popular e incluso, en muchos casos, en el mundo del entretenimiento como encarnaciones de tradiciones nacionales.

A pesar de que el autor dice que el populismo moderno es una herencia del fascismo, marca una diferencia fundamental: preserva como fuente de legitimidad el voto ciudadano y mantiene el sistema democrático como tal; valga la paradoja, es democrático pero antiliberal. También señala los riesgos ya en el poder, de involucionar en autoritarismo. El debate sobre la reforma electoral, al igual que la militarización, da mucho a pensar sobre el populismo.

El PRI en su laberinto

Finalmente, el dirigente del PRI, Alejandro Moreno, encontró una fórmula para que su propia sobrevivencia no comprometiera a la del partido que dirige. El evento Diálogos por México dio lugar a que prospectos de candidatos presidenciales del tricolor con sólidas credenciales políticas y profesionales y los gobernadores que decidieron participar, expresaran su posicionamiento en función del interés político que a cada uno mueve. El peor momento del PRI con la mejor plantilla de candidatos presidenciales. La credibilidad y el prestigio de los ponentes contrasta con los del dirigente y no sólo eso, el deterioro del ascendiente ciudadano del partido y, consecuentemente, su fragilidad electoral.

Cualquiera que sea la situación fue una decisión virtuosa. Mucho de lo que allí se dijo allanaría el camino para ratificar la voluntad de los más y de los mejores para suscribir la alianza opositora. La autocrítica de Claudia Ruiz Massieu, la convicción de Beatriz Paredes por la coalición y para elegir democráticamente al candidato o candidata, el planteamiento propositivo de Enrique De la Madrid, la visión de futuro de Miguel Ángel Gurría y el juicio razonado de Ildefonso Guajardo ratifican que en el PRI hay quien pueda gobernar después de la tormenta que se volvió tragedia, pero para ello antes hay que ganar la elección, asunto de la mayor incertidumbre.

Más allá de la propuesta, el mensaje y de los nombres de prospectos de candidatos, el reto está en el ámbito del interés de los ciudadanos, de despertar la emoción de un cambio que apunte al futuro y no a las malas cuentas del pasado. La narrativa del cambio deseable está todavía por construirse y será tarea no solo del tricolor, ni siquiera de los demás partidos, sino de la presencia comprometida de la mayoría de los ciudadanos que han dejado de creer en los partidos, aunque sí en las elecciones.

Reveladoras las intervenciones, por su facilidad para conectar, de Esteban Villegas, gobernador de Durango y de Miguel Riquelme, de Coahuila, por quien hablan el oficio y las buenas cuentas. Ambos apuntan al futuro a partir del presente. Los dos tienen a su alcance la oportunidad y los medios de su propia sobrevivencia y para dar credibilidad a un mañana del tricolor. Ellos andan en lo suyo, gobernar bien y en el caso del coahuilense, hacer todo para concertar la alianza con las otras fuerzas políticas nacionales de la oposición y así ganar con claridad y contundencia la elección el próximo año. De ser así, Riquelme, no por diseño propio sino por resultados, sería el próximo dirigente nacional del PRI, coordinador de la campaña o, eventualmente, candidato si prevaleciera en la primaria.

Alfredo del Mazo con su ausencia se hizo presente. Al igual que en Coahuila su empeño es cerrar bien su Gobierno y generar las condiciones para una alianza con el PAN y PRD y postular a Alejandra del Moral o Ana Lilia Herrera para ganar la elección de 2023. Estos dos partidos y quienes visualizan la alternancia en la presidencia saben que derrotar a Morena en ese año es el objetivo, y tarea conjunta de los tres partidos que, a su vez, alentaría a Movimiento Ciudadano para sumarse, en 2024, con un candidato definido a través de una elección primaria.

Alejandro Moreno deberá entender que su futuro transita por el del PRI y la alianza opositora. El objetivo de Morena y del presidente López Obrador es la destrucción del tricolor y la fractura del bloque opositor. El voto legislativo se vuelve determinante y para ello es indispensable cerrar filas con sus compañeros de viaje de la elección de 2021. La negociación con el Gobierno debe hacerse de manera conjunta, así como los acuerdos a que se llegue. La iniciativa electoral del presidente es inviable. No es lo mismo justificar el voto por el Gobierno invocando el estado del país por la inseguridad, que destruir al INE y al Tribunal Electoral, la representatividad de la Cámara y la concurrencia federalista en la organización de las elecciones.

El futuro se disputa en distintos planos. El electoral es lo más visible y allí convergen las diversas propuestas de lo que deberá ser el país a futuro. El PRI presenta una variada y sólida baraja, a la que se suman las del PAN con Lilly Téllez, Ricardo Anaya, Santiago Creel, los gobernadores Mauricio Kuri, Mauricio Vila y Maru Campos, y Juan Carlos Romero Hicks.

Por razones electorales Morena y sus aliados se pronuncian por más de lo mismo, que tiene sentido si la consideración es la popularidad de López Obrador, no la valoración que hacen los ciudadanos de los resultados, abriendo espacio para una competencia mucho más cerrada, particularmente en las zonas densamente pobladas, y si es el caso de una amplia coalición opositora, con una candidatura legítima construida de manera democrática y una narrativa de proyecto de salvación nacional que emocione, convenza, mueva y conmueva a los votantes ante el grave deterioro del país en todos sus ámbitos.

Autor invitado.

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