Psicosis por COVID

El inventor del pararrayos, Benjamin Franklin, decía que: el mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayoría de las medicinas.

En los 60 días de agosto y septiembre supervisé por teléfono a 25 pacientes sospechosos de COVID con prueba de antígeno positiva. Cinco asintomáticos, sin prueba indicada y no les indiqué medicamento, pero vivieron 20 días de pánico sin síntomas. Diecinueve de ellos tuvieron fiebre y síntomas respiratorios muy sugestivos de COVID, con tos y catarro, y solo en dos casos fue necesario el oxígeno porque las respiraciones por minuto aumentaban a más de 35 al hacer algún esfuerzo, pero retornaban a lo normal de 20, en reposo. A los que tuvieron síntomas se trataron con calmantes de la fiebre, antigripales y antihistamínicos de uso común, nada extraordinario como para afirmar que «tengo» un tratamiento especial que cura COVID.

De los 25, murieron dos, uno de 40 años cuya evolución a los siete días era satisfactoria, ya tenía dos días sin fiebre, la tos había disminuido, sus respiraciones eran normales, no necesitaba oxígeno, pero fue con un «especialista en COVID» y le prescribió 10 medicamentos, entre ellos la dexametasona a dosis doble de la recomendada. A los tres días de aplicársela, me habló, había empeorado y la oí con grave dificultad respiratoria, ocho días después un familiar me informó que la habían intubado y murió. El otro de 70 años, si acepté que me lo trajeran al consultorio. Ya lo conocía con diagnóstico de asma crónica, tuvo recaída de su asma en los dos meses previos y al hacerle la prueba de anticuerpos, al inicio de la recaída del asma, lo reportaron positivo y le prescriben ocho medicamentos, como si fuese COVID, dos de esos fármacos con dexametasona y metilprednisolona, es decir, dosis excesiva de derivados de la cortisona. Este murió por choque séptico: presión muy baja: 70/40, taquicardia de 120 latidos por minuto, 39 grados de temperatura, 45 respiraciones por minuto (normal 20) apenas sí pude medir signos vitales, tomar una muestra de sangre e inmediatamente falleció. La prueba de anticuerpos en realidad sugiere que la persona tiene defensas contra COVID que posiblemente sucedió varias semanas antes y lo superó.

Los derivados de la cortisona son inmunodepresores disminuyen defensas para infecciones, dependiendo de la dosis, y eso empeora infecciones bacterianas y virales. En estas dos muertes hay una fuerte relación causa-efecto con los derivados de la cortisona, pero no con COVID, y esto me consta, en otros diez certificados de defunción que he expedido durante los más de 15 meses de esta contingencia médica.

Lo anterior forma parte de la llamada tercera ola de COVID, que si bien es cierto, que puede ser una forma natural de la evolución de la enfermedad, yo veo que hay algo de artificial en correlación con el hecho de estar realizando más pruebas diagnósticas que en los meses previos, y que no son concluyentes de COVID.

Ya se ha comentado que la prueba más confiable es la PCR y que la prueba de antígeno solo tiene significado si se solicita en personas con síntomas clínicos sugestivos de COVID, porque puede ser positiva en personas sanas. Además, los síntomas sugestivos de COVID con prueba de antígeno positiva, debe confirmarse con PCR, que puede ser negativa porque de cada 100 casos de personas con síntomas sugestivos de COVID, el 50% son causados por otros virus: influenza y otros, pues hay cinco grupos de virus que pueden dar síntomas respiratorios semejantes.

Por lo anterior, una persona puede tener síntomas respiratorios sospechosos de COVID, con prueba de antígeno positiva, pero si la PCR es negativa, se descarta COVID. El problema actual es que a cualquier persona con o sin síntomas, que le realizan la prueba de antígeno, si es positiva ya los catalogan como COVID sin confirmarse con la PCR.

Esto no tendría repercusión alguna si a una persona con síntomas sugestivos de COVID, con o sin pruebas, o con pruebas positivas o negativas, se maneja prudentemente con vigilancia clínica en su domicilio y con estricta sana distancia y calmantes de la fiebre, de la tos, del catarro, reposo y buena hidratación, puesto que no hay tratamiento farmacológico específico ni preventivo ni curativo, debiendo recurrir a tratamiento con oxígeno en los pacientes que empeoran. Esta vigilancia cautelosa se fundamenta en que de cada 100 casos de COVID la mayoría, un 90 a 95% se curan: con o sin médico y medicamentos, o pese a ellos.

Con la descripción de los 25 casos observados y los datos teóricos mencionados, ¿Qué podemos deducir y concluir?

Primero: Con el aumento de pruebas de diagnóstico rápido como la de antígeno, se diagnostica COVID a personas asintomáticas o con síntomas sospechosos, pero que no tienen COVID, o personas que tiene síntomas de otras enfermedades que no son por COVID, o personas con fiebre causada por otras infecciones que ni son respiratorias y mucho menos por COVID, como la tifoidea.

Segundo: Se abusa de medicamentos ineficaces: aspirina, ibuprofeno y otros antinflamatorios, ivermectina, antibióticos, antivirales, anticoagulantes y los muy tóxicos derivados de la cortisona —dexametasona, prednisona, metilprednisolona, deflazacort, por mencionar los más usados— cuyo abuso y excesos pueden empeorar la evolución de COVID o facilitar o empeorar otras infecciones y convertirse en fármacos mortales. Ejemplo de lo anterior, son las dos muertes descritas. Lo digo porque me consta y lo publico para orientar, no para desacreditar el criterio respetable de quien asume la responsabilidad de prescribir tal o cual fármaco.

Reitero lo que he afirmado en esta columna: la infodemia (epidemia de información) provoca pánico, confusión en médicos y pacientes. Se diagnostica COVID a pacientes que no lo padecen y se trata exageradamente con derivados de la cortisona muy tóxicos y potencialmente mortales a pacientes de COVID leve que se deben tratar como un catarro común e incluso se da estos fármacos a pacientes que tienen infección por otras causas diferentes a COVID causando muertes que invariablemente, al estilo Poncio Pilatos, se atribuyen a COVID. Lo digo porque lo veo y para que lo sepan, no para que me crean.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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