Qatar, un mundial sin derechos

Pese a que el país debía garantizar el respeto a los derechos humanos para poder albergar la Copa Mundial de Fútbol 2022, las mujeres cataríes no tienen autonomía ni libertad plena, pues dependen del «permiso» de los hombres para realizar las más simples actividades. Prisión, latigazos y muerte, los castigos por desafiar la ley islámica

De humildes pescadores a reyes del petróleo

Klagenfurt, Austria

El mundo puso la mirada sobre Qatar en 2010, cuando se anunció que sería el anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol 2022. Desde entonces, las violaciones de los derechos de las mujeres en aquella nación islámica han captado la atención de la prensa internacional.

Y es que si bien fue uno de los primeros países del Golfo Pérsico en permitir que las mujeres voten (8 de marzo de 1999) y obtengan una licencia de conducir sin el «permiso» de un hombre (enero de 2020) la gran parte de sus vidas está regida por la tutela varonil, ya sea de padres, hermanos, tíos, primos o esposos. Sin la autorización de su «tutor», ellas no pueden ser «adultos», como en Occidente. No importa su edad, nunca tendrán completa autonomía ni libertad.

Las restricciones van desde el control de las finanzas y teléfonos celulares, hasta viajes dentro y fuera del extranjero, así como estudios académicos, seguridad médica, vestimenta y viajes en taxi solas. En el caso de las solteras, no pueden escoger marido. Y una vez casadas, no pueden pedir el divorcio ni denunciar a un hombre por agresión sexual o sexo extramarital (si los hombres las desmienten, enfrentan hasta 10 años de prisión y 100 latigazos por «perjurio»). Si cometen adulterio, enfrentan pena de muerte. Tampoco pueden tener la custodia completa de sus hijos —aún divorciadas—, trabajar o rentar/comprar una vivienda, la mujer siempre está supeditada a la tutela del hombre.

Su situación se complica aún más cuando el padre o tutor muere o se ausenta y no hay quien pueda ayudarlas. Sobrevivir «sola» en Qatar es casi impensable, por no decir imposible.

Los cataríes argumentan que sus leyes provienen de su tradición y niegan que se violen derechos humanos, porque la Sharía —ley islámica— es el único camino hacia la salvación de la humanidad. El problema es que las leyes son ambiguas y las sentencias no están escritas, por lo que muchas de estas sanciones las crean en el momento de la condena.

El Artículo 35 de la Constitución catarí dice que todas las personas (sin especificar género) son iguales ante la ley, por lo que todas las restricciones, incluyendo el tutelaje, son anticonstitucionales. Lamentablemente, muy pocas mujeres de este país lo saben.

En su «Guía para Reporteros de Derechos de la Copa Mundial Qatar 2022», la organización de derechos humanos Human Rights Watch expresa indignación y detalla cada una de las situaciones denigrantes en contra de las mujeres. En su página de internet, también ofrece una lista de los consejos para mejorar la situación legal de las mujeres y de los trabajadores migrantes.

Voces silenciadas

El pasado 30 de noviembre, la televisora SRK TV y Radio de Suiza llevaron a cabo una encuesta a mujeres cataríes, en la que 65% no quiso responder por temor o por estar de acuerdo con las leyes.

Las mujeres que sí se animaron a responder —bajo anonimato— afirmaron que si bien la situación ha mejorado un poco en los últimos cinco años, tienen miedo de que al pasar el mundial las cosas vuelvan a ser como antes. O peor, pues al salir de la mirada del mundo sienten que quedarán desprotegidas y vulnerables.

Noof Al-Maadeed, una de las pocas mujeres que ha podido escapar de Qatar, encabeza la corta lista de mujeres que abandonan su país con historias increíbles. Al-Maadeed fue asilada en Reino Unido, pero al darse cuenta de que extrañaba su tierra, decidió regresar a su país. Hoy vive escondiéndose de su progenitor y teme por su vida.

Una de las historias que no terminó bien es la de Arwa Al-Sanea, una mujer de Yemen casada con un catarí, quien ganó su divorcio y la custodia de su hijo, después de cuatro años de litigios. Su marido cumplió sus amenazas: Arwa estaba saliendo de un taxi frente al tribunal cuando su marido la mató de un disparo en la cabeza frente a su hijo.

Paola Schietekat, una mexicana musulmana de 28 años —que desde los 19 años vive en Medio Oriente— llegó a Doha, la capital catarí, en febrero de 2020, a trabajar para el Gobierno en la organización del mundial.

Después de un año y medio de vivir allí, fue víctima de una agresión sexual por parte de un colombiano que ingresó a su casa. Paola acudió a las autoridades para presentar la denuncia y al poco tiempo recibió una llamada para presentarse en la estación de policía, donde el caso se volvió en su contra: fue acusada de Zina, sexo extramarital, un delito que solo es aplicado a mujeres. Como en muchos otros casos, el agresor aseguró que era su novio. Fue sentenciada a siete años de cárcel y 100 latigazos o azotes. Su abogada y las autoridades le ofrecieron liberarla del cargo si aceptaba casarse con su agresor.

En una entrevista con el diario español El País, Paola denunció el poco apoyo consular que recibió durante el proceso. Y no es el único caso en el que las entidades consulares fallan en ayudar a mexicanos en el exterior.

El 8 de agosto de 2022 un joven que prefiere quedar en anonimato sufrió un ataque brutal debido a su condición LGTB en la ciudad de Praga, República Checa. El joven fue reportado como desaparecido y según las autoridades consulares se había dado reporte a la policía. Tres días después, la familia se trasladó a Praga para enterarse de que la policía no tenía idea de su desaparición. La familia encontró al joven semidesnudo, drogado, deshidratado y con signos de violencia… a dos calles de la embajada mexicana.

Paola señala haber recibido más ayuda de Human Right Watch y de sus compañeros de trabajo que de las instituciones gubernamentales mexicanas. La repuesta del cónsul de México en Qatar, Luis Ancona, fue «pues cierra bien la puerta». Ancona es hoy cónsul en Bolivia.

La voluntad de Alá

Marwa es una mujer catarí de 21 años. Está casada y tiene un hijo de un año y medio. Vive en Viena, Austria, desde hace unos seis meses. Su esposo es empresario y llegó a Europa por trabajo.

Ella ama su país, su religión. Está muy triste en Viena, donde todo le parece una aberración. No comprende por qué puede existir en el mundo tanto descontrol y libertinaje, y asegura que la decadencia de una cultura se mide en la cantidad de mujeres solteras que hay en una sociedad.

Ella tiene la esperanza de que el mundo siga la Sharía y el Corán y que todos se conviertan en musulmanes, pues tiene la firme idea que es la única salvación de la humanidad.

Marwa y su marido Ahmed tienen estudios universitarios, pero ella decidió no hacer la maestría en Negocios Internacionales porque quedó embarazada y quiere más hijos.

Ahmed, quien tiene una maestría en Marketing, señala que en Occidente hay muchos mitos con relación a la forma en que se trata a las mujeres en su país (Marwa asiente con una sonrisa).

Por ejemplo, reconoce que el hombre puede casarse hasta con siete mujeres, pero para ello debe demostrar al Gobierno que puede mantenerlas a todas. Es decir, si una mujer quiere un auto lujoso, él está obligado a comprarle el mismo auto a las demás mujeres, no importa si éstas no conducen. Todas sus familias deben mantener el mismo nivel de vida. Recuerda que su abuelo se casó con cuatro mujeres y su padre con dos.

Al preguntarle si ella estaba de acuerdo con que su marido su vuelva a casar, Marwa responde —luego de que Ahmed le diera «autorización» con un gesto—: «No, yo no quiero que se case con otra mujer, pero eso es ahora que estamos recién casados. Quizás cuando sea más madura y tenga más hijos y me canse sería bueno que él tuviera otra mujer. Así ya no tendría tiempo para pelear conmigo y yo descansaría de él un poco». Los dos ríen discretamente y Ahmed le da un beso en la cabeza.

Después, dice muy seria: «Es una realidad que a veces no nos gusta a las mujeres de Qatar, pero la aceptamos. No se trata de nuestra voluntad sino la de Alá».

La libertad de elegir

Sophia es una mujer suiza de 36 años. Está casada con Mohamed, también de 36, desde hace 10 años. Tienen dos hijas y viven en Lusail, Qatar. Ella es profesora en Filosofía, pero tiene un puesto gubernamental. Mohamed tiene una pequeña empresa de construcción. Se conocieron en Suiza en el postgrado universitario y decidieron irse a vivir a Qatar.

Sophia es muy feliz, la familia de Mohamed la ha aceptado muy bien y ella dice no sentirse prisionera de nada. Señala que a veces es incómodo porque para todo lo importante ella necesita la aprobación de su esposo ante las autoridades, pero lo han solucionado siempre. Se convirtió a la religión musulmana y se siente muy cómoda, viaja cuando quiere a visitar a sus padres a Zúrich y va de compras sola. Asegura que lleva una vida casi tan libre como en Suiza, pero sabe que es diferente en las familias más conservadoras.

Cuando se le preguntó qué pensaba de la posibilidad de que su marido tuviera más mujeres, él de inmediato contestó: «¡Pero estás loca, con una mujer me sobra para esta y las subsecuentes vidas! Sophia sonríe: «No es algo que me preocupe».

La paja en el ojo ajeno

Cuando Amnistía Internacional juzga el «maltrato» a las mujeres cataríes musulmanas ¿lo hace desde una mirada occidental? ¿Tiene Occidente autoridad moral para hacerlo?

En México, sin ir más lejos, muchas mujeres deben pedir permiso a sus maridos o padres para viajar, salir a tomar un café con sus amigas o ir de compras. Y además de tener sus finanzas controladas, son juzgadas por su vestimenta o por «hablar con hombres».

Esto, sin contar la violencia intrafamiliar y la discriminación de género en el trabajo y en la sociedad misma. Ni hablar de los cientos de miles de mujeres desaparecidas, secuestradas, asesinadas y mutiladas. México es un país de doble moral, donde juzgamos a otro país por violencia sin reflexionar lo que sucede puertas adentro.

En Medio Oriente, por ley, las mujeres son invisibles, vigiladas, amancilladas, sometidas, sumisas y obedientes, sin derecho al libre albedrío o a decidir sobre sus cuerpos —un objeto que le pertenece al hombre—.

Este contexto de poder y supremacía permite que a veces sean torturadas, violentadas y violadas. Y estos delitos quedan impunes, pues, aunque se trata de flagrantes violaciones a los derechos humanos internacionales e incluso a las constituciones como las de Qatar, se les toma como actos «normales». No existe una cifra exacta y oficial de las mujeres que han muerto a causas de estas normas, simplemente porque no se les da importancia.

Por su parte, la mujer en Occidente es hipersexualizada, con cuerpos expuestos, vendida como un objeto en un supermercado, un producto sexual para la satisfacción de los demás. Todas las mujeres debemos cumplir esos estándares que no pocas veces generan desórdenes alimenticios, depresión, estrés e incluso suicidios.

 Al no poder cumplir las expectativas, se buscan cambios estéticos por medio de cosméticos o sometimientos quirúrgicos. Estándares que son normales en México y que al final sirven para «conseguir» un hombre que provea una vida «digna».

Y si bien las mujeres occidentales se sientes libres y poderosas, callan sobre los abusos que sufren por temor a la revictimización, tanto por parte de la sociedad como de un Estado que fomenta estas agresiones por el alto grado de impunidad.

Lo cierto es que si bien hay muchas mujeres en todo el mundo que defienden sus derechos, hay otras que son felices o al menos aceptan sus vidas y su entorno.

¿Cuál de estas dos visiones es la correcta? ¿Es Qatar 2022 otro sportwashing como las Olimpiadas de 1936 celebradas en Berlín por Hitler o la Copa Mundial de 1978 organizada en Argentina por un Gobierno militar que desaprecia a decenas de miles de ciudadanos?

¿O sólo es un acuerdo de mercadotecnia para promover el país por el pago millonario que el jeque Tamim bin Hamad Al Thani aceptó haber realizado al exdirector de FIFA? E4


De humildes pescadores a reyes del petróleo

Qatar era un país de pescadores con altos índices de pobreza. Su economía se basaba en la venta de perlas. Sin embargo, esto cambió a finales de la década de 1930, cuando se encontró uno de los depósitos de petróleo más grandes del mundo.

Este país del Golfo Pérsico, sin montañas y con temperaturas que en verano alcanzan hasta 50 grados Celsius, tiene un sistema de Gobierno monárquico absoluto, el cual fue apoyado en sus inicios por el Reino Unido, del cual se independizó en 1971. La familia Al Thani gobierna al país desde hace más de 100 años.

Hasta 2019 contaba con 2.8 millones de habitantes, de los cuales el 25% son mujeres y solo el 20% son cataríes por linaje, el resto es de origen extranjero.

Su capital, Doha, con sus edificios de diseño de alta tecnología y de alto presupuesto de construcción, es un santuario al capitalismo. La ciudad es un museo que celebra el dinero, la riqueza y el poder.

Si bien las mujeres pueden votar desde 1999, no hace mucho las leyes privaron el derecho al voto a miles de cataríes debido a su nacionalidad por linaje.

Con una inversión de más de 220 millones de dólares, el mundial de fútbol de Qatar se convirtió en el más caro de la historia, por encima del de Brasil 2014 (15 millones) y Rusia 2018 (11 millones). E4

Mexicana. Estudia música en Klagenfurt. Vivió en Viena varios años y ama este país (Austria) desde que llegó. Su pasión es descubrir y escribir sobre las anécdotas y experiencias de personas que luchan por un mejor futuro.

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