«Ni el temple del pueblo mexicano es revolucionario ni lo son las condiciones históricas del país. Nadie quiere una revolución sino una reforma: acabar con el régimen de excepción iniciado por el PNR hace 40 años».
Octavio Paz
Estoy citando una frase del maestro Octavio Paz, nuestro premio Nobel de Literatura, citada hace muchas décadas… ¡pero qué vigencia! Y la vinculo con lo expresado por otro ilustre mexicano, don Daniel Cosío Villegas, en el mismo sentido. Decía don Daniel, que un día el PRI iba a perder las elecciones, pero que si los mexicanos creíamos que con ello iba a cambiar el país, estábamos completamente equivocados, porque el problema de nuestra patria no era ese partido, sino la idiosincrasia, la mentalidad, la cultura generada por el mismo, por su permanencia hegemónica en el poder. Y tenían y tienen ambos, la razón de su lado. Los mexicanos somos muy aguantadores. Mi tía Tinita utilizaba otra palabra, impronunciable en este espacio, por eso me la reservo, pero usted la conoce, y describe con exactitud meridiana nuestro talante a hacernos de la vista gorda ante injusticias y desmanes cometidos por quienes tienen la obligación de generar bienestar generalizado para la población, me refiero a los gobernantes. Y eso explica la ristra de presidentes de la república que hemos tenido, en la que solo, cuando mucho, unos dos o quizá tres se salvan del deshonor de haber venido a servirse, no a servir a quienes les juraron que lo harían. Y también legisladores, gobernadores y alcaldes de la peor ralea nos han insultado con sus raterías, desvergüenzas y mezquindades, de todos los colores, porque no es privativo de un sector en particular, de la deleznable clase política. Y quienes no le entramos al trafique la tenemos bien complicada para llegar a un cargo público.
El pueblo de México, en lo general, está acostumbrado a recibir los peores agravios de los hombres del poder y a doblar la cerviz ante semejante despropósito, para llamarlo de manera educada. En la actualidad la exhibición de canalladas se ventila en proyección nacional a todo lo que le da, no hay día en que no se expongan a los cuatro vientos los escándalos de violadores que al amparo del desgraciado y obsoleto fuero quedan al margen del ejercicio de la acción penal, como el «senador» de Guerrero y su «compa» depravado con cargo de diputado. Y la parentela beneficiada en la sustitución. Y si a esto le suma declaraciones sobre los asuntos públicos y temas que debieran conocer de antemano para atreverse a verterlas, pues estamos aviados. Entre la ausencia de luces de los mismos y la irresponsabilidad de los partidos políticos que se atreven a darles su aval, bajo la premisa de que se premian los compadrazgos, las complicidades y no las capacidades y la honestidad, se va volviendo más «pobre» el nivel de quienes llegan a ocupar los cargos públicos de elección y también los de designación, ahí el despliegue es más descarado. Y el destinatario de cuanto ocurra ante tal número de incompetencias y sinvergüenzadas, pues somos los mexicanos.
Hoy estamos en elecciones, el proceso culminará el 6 de junio. ¿Cuántas personas conocen las plataformas electorales de los partidos políticos que contienden? Le comparto la dirección electrónica por si es de su interés, generoso leyente: https://www.ine.mx/actores-politicos/plataformas-electorales/. En ellas se contienen las propuestas de carácter político, económico y social, enarboladas por los partidos políticos nacionales en sus declaraciones de principios y descritas en sus programas de acción. El grueso de los mexicanos no las conocen, y lo más desalentador, no les interesan. ¿Por qué? Porque en nuestro país la educación cívica no tiene la menor importancia. Hubo un tiempo en que la desaparecieron de las asignaturas escolares y hace apenas unos años que la regresaron, con calzador. Y es que si la educación, en general, que se impartiera en México fuera para despertar conciencias, descubrir talentos, enriquecer habilidades, colmarse el espíritu de luz, deslumbrarse ante todas las cosas que puede alcanzar una persona a la que le enseña a estudiar, a aprender, a sentirse y respetar el mundo del que es parte sustantiva, entre otras maravillas, se acabaría esta esclavitud consentida e instaurada por un régimen podrido como en el que hoy discurren las vidas de casi 130 millones de almas. Estaríamos ante la era del empoderamiento del ser humano, de su preciosa dignidad y condición de persona.
Entre más camino, toco puertas y hablo con la gente a la que voy pidiéndole que lea nuestras propuestas, que vaya a votar el 6 de junio, que nos concedan el beneficio de la duda para demostrar en los hechos que no todos quienes dedicamos a la política somos mentirosos, traidores, ladrones, etcétera, me consternan sus miradas colmadas de incredulidad, de desesperanza, de hartazgo, de indiferencia, de todo lo que ha generado este estilo despreciable de hacer política. Pero también alientan mi esperanza las voces que cuestionan con inteligencia los «cómos» vamos a hacerle para cambiar una realidad que agobia, que proponen para construir, y que no se dan por vencidos porque reconocen en México a su única casa, el espacio en el que nacieron, en el que han vivido y en el que habitan las personas que son más caras a su corazón, y del que no piensan marcharse. Y entonces se fortalece mi determinación y mi afán de seguir hablando, de continuar convocando a no darnos por vencidos. No quiero, me niego a aceptar que los millones de niños y jóvenes que ya están aquí y los que sin duda vendrán, corran la misma desgraciada suerte de ser presos de dádivas ad perpetuam, de programas asistencialistas que no han resuelto nunca la marginación material y mantienen a la gente con las alas amarradas, convencidos de que jamás podrán volar. Me niego a dejar abandonados a su suerte a millones de mexicanos que en base a su trabajo, a su esfuerzo consuetudinario aprendido con el ejemplo de sus padres han mantenido a México para que no se lo traguen políticos sin patria ni matria, que solo llegan al cargo a ver que se roban y dejan robar, y han construido andamiaje para sostenerlo contra viento y marea.
No puedo, ni quiero quedarme de brazos cruzados. No me enseñaron a darme por vencida, tuve una madre que era guerrera de la cabeza a los pies y me enseñó a crecerme ante la adversidad. Esta elección del 2021 en la que aspiro a ser representante en la Cámara de Diputados, no es miel sobre hojuelas, el terreno está bien empinado. Hoy además, nos enfrentamos a la consigna del «voto útil». Aquí en Coahuila el voto útil es para el PRI, el partido del que han venido los peores agravios, el que ha permitido a lo largo de muchas décadas que enraícen hasta lo más hondo la corrupción y la impunidad en detrimento de muchos coahuilenses. Y en el llamado al voto útil para que no gane Morena, se conmina a olvidar momentáneamente ese pasado y tener una Cámara de Diputados balanceada ¿De verdad es este el argumento? ¿Cómo? El PRI instauró las mayorías absolutas, sin contrapeso alguno. Aquí mismo en Coahuila, nunca ha habido una mayoría diferente a la tricolor en el Congreso local. Es insano lo que sucede en nuestra entidad y lo mismo expresaría si fuera mi partido el de tan infausta y prolongada estancia. ¿De verdad es así como pretenden convencer a los coahuilenses que va a lograrse el contrapeso en la Cámara de Diputados? ¿Votando a favor de quienes jamás lo han vivido en la práctica? ¡Que incongruencia! Sólo quien no quiera verlo da por bueno semejante razonamiento. Al PRI jamás le ha interesado que existan equilibrios institucionales, el sistema político que engendraron y han alimentado desde el siglo pasado va en sentido contrario, fue diseñado precisamente para mantener la monopolización del poder. Y el pueblo ha sido acondicionado para aceptarlo como algo ordinario y mire como nos ha ido. Las evidencias están a la vista.
Si usted quiere, coahuilense, una Cámara de diputados en la que los intereses de usted sean los que se defiendan y se abanderen sus causas, debe de votar informado, conociendo la trayectoria, el desempeño de quienes aspiramos a un escaño en la Sexagésima Quinta Legislatura. Sufrague a su favor no dándole oportunidad a ningún espécimen con amo y atadura, acostumbrado al servilismo y a servirse, sin el menor asomo de vergüenza. Un poder Legislativo conformado por personas competentes, que conozcan el oficio parlamentario, con formación ética y valores, es lo que nuestro país necesita para iniciar una era en la que el Estado de Derecho deje de ser mito y los mexicanos tengamos la certeza de que el poder y la actividad del Estado están regulados y garantizados por ley. Sobre esto se asienta en mucho, la prosperidad de una nación.