La oposición que necesita México será la que se atreva a remover sus propios estereotipos y no se quede enquistada en lo que ya tienen de sobra conocido los electores. Necesitamos una oposición que se atreva a romper con la cultura que se conforma con el pensamiento predominante, que encare la realidad del siglo XXI tal cual. Hoy, ante el embate del boom tecnológico y la veloz implantación de las redes sociales, la manipulación ha encontrado un sitio ideal para crecer y multiplicarse, así como las agresivas expresiones de ofensa que se gestan desde el Twitter, donde se le da más peso a la distorsión que se quiere plantar que al debate serio sobre la profundidad del problema a tratar.
La situación económica que atraviesa ahora mismo México es bien complicada, muy complicada. Con la inflación galopante y sin visos de parar la escalada, lo que nos grita la razón es que necesitamos un jefe del Ejecutivo que acepte, en primer lugar, la existencia del problema, lo afronte y se arriesgue a tomar decisiones en beneficio de sus gobernados. Pero, ¿qué tenemos? Pues un Gobierno más ocupado de la ideología que de la gestión, más preocupado del pasado que del presente que viven muchos mexicanos que cada día se enfrentan, verbi gratia, a que como resultado del alza de la gasolina, los precios de la canasta básica se han ido a las nubes y no hay salario que alcance. Un Gobierno que le apuesta a la desmemoria, valiéndole tres cacahuates el futuro de tantos y tantos mexicanos.
Necesitamos un Gobierno serio y responsable, que nos dé trato de adultos y que tenga la suficiencia para presentarnos soluciones reales a los problemas reales. La inseguridad pública es espeluznante; los servicios públicos de salud y de educación están por la calle de la amargura ¿Por qué no se clavan en eso él y su Gabinete en lugar de andar en campaña? Hay una ausencia de una hoja de ruta del Gobierno para destinar recursos a donde realmente se requieren, a todas luces. Son tiempos para ajustar el gasto y los ingresos públicos de manera inteligente, no en sus obsesiones de obras faraónicas, que en este momento es suicida continuar con ellas. Se empeñan, los príncipes «socialistas» en mirar el mundo al revés.
¿Y la oposición? Empecemos por tener un concepto claro de lo que eso significa. Se trata «del conjunto de organizaciones, grupos, fracciones o partidos políticos y personas en lo individual, que disienten y que critican o impugnan los actos de la fuerza política dominante, generalmente constituida en Gobierno, que se oponen a su postura política y a las organizaciones de cualquier tipo y personas que la apoyan».
La oposición política es esencial para tener y luego consolidar una democracia con pesos y contrapesos. Una democracia no sólo requiere de elecciones justas, también demanda de participación ciudadana, cultura política, libertades civiles, Gobiernos funcionales y, por supuesto, garantías para el ejercicio de la oposición. Tiene la oposición entre sus tareas primordiales la de poner límites al Gobierno en turno, para alcanzar el equilibrio entre las intenciones de la autoridad y la observancia al orden jurídico.
El jurista argentino Ricardo Haro puntualiza que la oposición dentro de un régimen democrático tiene tres funciones sustantivas: Colaboración, control y contestación. Una oposición firme no se posiciona nada más a partir de los votos en contra de las iniciativas de ley venidas del Ejecutivo y su partido político, sino también en el debate con sus adversarios sobre lo que se debe hacer para solucionar las problemáticas del país. Apunta Haro que el pluralismo y la convivencia en el disenso son «presupuestos inexcusables de la democracia». La oposición tiene la obligación de instrumentar los mecanismos que le permitan gobernar desde la colaboración y de asumir la responsabilidad del disenso, asimismo de apoyar para alcanzar el mayor bien para los gobernados.
Aún y cuando no detente el poder, la oposición tiene la responsabilidad de «hacerse oír para debatir, criticar, denunciar, investigar, ilustrar a la opinión pública, mostrar cuál es la “politique de rechange”, y ejercer su derecho a convertirse en mayoría», destaca Haro. Y tiene razón, porque una oposición muda o ausente deja el campo libre para que las decisiones que se tomen vayan acordes con los intereses del grupo en el poder en detrimento de los de la nación.
Para el maestro italiano Giovanni Sartori las oposiciones son responsables cuando están conscientes de que tendrán que rendir cuentas, porque pueden caer en la tentación de llegar a arreglos con los del poder en turno para obtener canonjías y provechos individuales, olvidándose de que los que deben procurar y defender son los derechos de la ciudadanía.
El constitucionalista Segundo V. Linares Quintana plantea: «Tan importante como la acción del partido en el poder, es la crítica constructiva del partido opositor». No obstante, no debe confundirse la crítica con el insulto, la descalificación, la queja o la especulación. Haro, sobre el particular, expresa que para ponderar los objetivos a lograrse «es preciso cuestionar los “porqué”, los “para qué” y también los “cómo”». Desde la oposición es primordial ofrecer propuestas concretas a los retos que se enfrentan. El politólogo alemán Jan Werner Müller es enfático cuando dice que el populismo necesita enemigos, la democracia demanda oposición: «La democracia requiere pluralismo y el reconocimiento de que es necesario encontrar términos justos para convivir como ciudadanos libres e iguales, pero también irreductiblemente distintos».
Sin duda que un correcto ejercicio del poder político podrá existir cuando la oposición sea autocrítica, de lo contrario, carecerá de elementos para ver los errores y vicios que dice cargan los otros. Por otro lado, si los partidos políticos de oposición resultan insuficientes porque han perdido el respeto y credibilidad, habría que volver la vista hacia los organismos no gubernamentales, los políticos independientes y los ciudadanos que trabajan en otras maneras de encarar a quienes detentan el poder. Una oposición de desearse es aquella cuyo propósito no es entorpecer ni atravesar obstáculos, sino la que transparenta su labor, la que propone alternativas de solución y aporta crítica constructiva.
La buena oposición es además una escuela de viabilidad, donde se van conformando ideologías por contraposición y se consolidan programas que luego pueden defenderse llegados a un Gobierno, pues han ido madurando su implementación. Es fundamental que la canalización de la opinión disidente al Gobierno en turno se ubique como opción, empezando en la oposición, y no en movimientos situados fuera de la legalidad, de ahí que la crítica popular se identifique con alguno de los partidos de oposición. Este cambio de paradigma abona a mejorar la calidad democrática, disminuye la maniobrabilidad ejecutiva, hasta que se creen sinergias de pacto que agilicen la consecución de acuerdos, tarea nada fácil, pero tampoco imposible.
Hoy día, si bien es cierto que el debate en torno al actual Gobierno es álgido, también lo es que ninguno de los partidos que se le oponen le presenta a los mexicanos una propuesta articulada, coherente e idónea para resolver las distintas problemáticas que agobian al país, más recalcitrantes dada la problemática sanitaria —porque el COVID no se va— y económica que estamos enfrentando.
También es importante señalar, porque se dice mucho, que en las filas de la oposición no hay figuras del tamaño de quien hoy gobierna para enfrentarlo, y eso no es cierto. El problema es de otra naturaleza. Los partidos políticos siguen aferrados a apostar por «liderazgos carismáticos», antes que por liderazgos sustentados, preparados para una responsabilidad de ese tamaño. Tienen que apostarle a la institucionalización y a una democratización a fondo del país, y las «vedettes» no sirven para eso. Bajo la égida de proponer «famosos», han instaurado una lógica antidemocrática que se ha traducido en un verdadero monopolio cuando de definir candidaturas se trata, con ello le han dado, perdónenme la expresión, en toda la torre a la democracia interna partidista, pues los únicos beneficiarios son los caciques y su corte.
Por otro lado, hay que ponerle un hasta aquí también a esa entelequia, a ese lastre deleznable que carga la cultura colectiva de andar buscando figuras providenciales, salvadores de la patria. Han sido nuestra desgracia. Ya basta de llevar candidatos y candidatas al electorado mexicano que sólo son capaces de articular frases pegajosas que les «crea» la mercadotecnia electorera, pero que no tienen ni la más pálida idea de cómo generar una propuesta de gobierno viable, aterrizable, susceptible de llevarse a cabo. Y desde ahí ya se está evidenciando la deshonestidad, de la que se dice todo el mundo está harto pero se sigue votando sin discernimiento.
México necesita gobernantes que sean capaces de escuchar, de armonizar visiones diferentes, de generar consensos que sean producto de la discusión inteligente, de la voluntad genuina, que alcance no sólo para enlistar prioridades, sino para instrumentar todo aquello que permita materializarlas. Y es esto por lo que una oposición coherente y responsable debe luchar que suceda.