Por décadas durante el siglo XX, los procesos eleccionarios en nuestro país no eran más que un circo controlado y validado por el partido hegemónico. Se acuñó la frase de «a ver, gánenle al pri», lo que permeó hasta el tuétano para que el grueso de la población lo estimara invencible. Esto tuvo como consecuencia que a partir de 1977, presionado por la oposición, léase PAN, se iniciaran los trabajos para un proyecto democrático. Sin duda que esto respondió también a que esos vientos empezaron a soplar en otras latitudes iberoamericanas.
El objetivo era acabar con los regímenes autoritarios con base en nuevas reglas e instituciones. No fue miel sobre hojuelas transitar hacia allá. En el año 2000 culmina este esfuerzo con un paso muy importante en México, las elecciones ya no fueron organizadas por la Secretaría de Gobernación, sino por el Instituto Federal Electoral (IFE), y validadas por otro actor relevante, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Esto es una síntesis de la transición vivida en nuestra tierra. Y no pararon ahí las reformas en materia electoral, la consigna específica era que nunca más hubiera intervención del Gobierno en nuestras elecciones. Por eso me enerva, como mexicana, como ciudadana, que el individuo que hoy desgobierna mi país, esté emperr… empeñado en traer de vuelta la injerencia del Gobierno en este ámbito tan de la ciudadanía. Y no nada más en el INE, sino en todo aquel organismo que según su sesera atente contra su absolutismo deleznable.
Sin duda que la elección de 2018 fue un tsunami político que hizo tiritas el sistema de partidos políticos que por décadas imperó en nuestro país. En este esquema estable, tripartita, con vigencia de 25 años, el PAN representando a la derecha política, el PRI el centro y el PRD la izquierda. Una generación de mexicanos creció bajo esta égida, y de manera abrupta fue arrasada por el «caudillo» de Macuspana. Y me parece que el gran error de los partidos en aquel momento, fue no haber ponderado la dimensión de su significado. Cometieron la torpeza, si no es que la arrogancia, de pensar que sus votantes les permanecerían fieles, sobre todo el PAN. Y lo subrayo, porque me consta, yo soy panista. Se le olvidó a este tripartidismo que era una generación bien distinta a la que se estaban dirigiendo, más abierta a decir lo que se le viene a la cabeza, menos tolerante, más acorde con lo que el illuminati les representaba. De la democracia se ríen y se carcajean los jóvenes de hoy, no les dice nada, y súmele el pavoneo de la demagogia que sale de la bocaza y sobre todo de los hechos, de gente que llega a los cargos públicos y que se ha encargado de hacer del ejercicio del poder político un montón de inmundicia, pues más desapego.
El illuminati ha sabido, lo supo, desde que inició su carrera hacia la presidencia de la República, canalizar a su favor toda esa inquina, ese desprecio, ese resentimiento de millones de mexicanos que aprendieron a odiar a los gobernantes hegemónicos. Tan lo supo hacer que en 2018 arrasó en las elecciones federales. Ahora bien, la oposición, y hablo específicamente del PAN, porque no hay otra en México, va a irse desdibujando sino revisa su relación con la ciudadanía.
Está más que claro, que no les estamos representando alternativa para seguir identificándose con nosotros, y por ende votar a favor nuestro. Asimismo, el slogan de que el fulano es un peligro para México, es letra muerta. No le dice ya nada a nadie.
En 2024 la gente no va a movilizarse a favor de alguien que le ponga la oposición nomás porque sea la antítesis del inquilino de Palacio. Es una bobera pensar así. En Edomex, una de las entidades federativas que aporta más votos y hasta define victorias electorales, lo acaba de dejar claro.
Para 2024, la oposición tiene que presentarle a los mexicanos, a alguien que conecte genuinamente con la gente, y que se capaz de proyectarlo más allá de su discurso, que su deseo de cambiar radicalmente la estrategia para hacer polvo la inseguridad provocada por una autoridad inútil e incompetente para combatir esta ola de violencia que cada día se vuelve más cruenta y destructiva, estremezca a quienes lo escuchen. Llevar como su candidato o candidata a alguien que sepa promover la recuperación económica y social de nuestro México. Y con capacidad de escuchar.
De ahí que la oposición deba reinventarse y adaptarse al hoy y hablarles con conocimiento de causa a las nuevas generaciones. Este es su más grande desafío. Tiene que brindarles a los jóvenes esperanza, ofrecerles rutas por donde puedan transitar y realizarse como personas de éxito. Desarrollar una lengua nueva, que rompa con la impuesta por el individuo en sus Mañaneras. Si no es capaz la oposición de hacer esto, vamos a tener la cuarta dictadura instaurada en nuestro país, por lo menos los próximos 50 años.
Este domingo 4 de junio, en Coahuila y en Edomex se mostraron cosas, por llamarlas, de algún modo, muy importantes, dignas de no pasarse por alto. Y ay de la oposición si se duerme en sus laureles y se conforma en Edomex con su derrota y si echa las campanas a vuelo en Coahuila por la victoria. En Edomex, apuntan los analistas, palabras más, palabras menos: «…los mexiquenses mostraron sus deseos de un cambio de rumbo mientras que los coahuilenses decidieron mantenerse en los brazos de los Moreira».
Lo que se espera es que los sufragantes no se hayan equivocado. No olvidemos que todos los actos tienen consecuencias. ¿Qué expectativas levanta la decisión tomada el domingo por los electores de ambas entidades federativas? En primerísimo lugar, que cumplan lo que prometieron en campaña, eso signará que la decisión tuvo sustento. Pero también que las lecciones que reporten estas elecciones sirvan a los partidos para actuar en consecuencia, de modo inteligente y ad hoc a la realidad que hoy campea. Es posible que alguno no se levante del quebranto, porque la paliza estuvo ruda en las dos entidades, no obstante, la victoria en Coahuila y la derrota en Edomex, para la oposición.
El primer deber es reconocer las derrotas, y no solo eso, también sopesarlas, afrontarlas, evaluarlas y tomar decisiones. Negarlas es estéril e idiota. Quien no tenga los tamaños para hacerlo, ya está sembrando la próxima. Es hacerse guajolote, como dicen en mi rancho, conformarse con logros y avances parciales. Para hacerlo con perspectiva de corregir rumbos y avanzar en positivo, se tienen que construir resistencias con alcances de mediano y largo plazo: un sueño, una utopía, un camino, así en ese orden. ¿Qué no?
La historia nos ilustra con creces al respecto. Se tiene que elaborar una narrativa consistente, de tal magnitud, que nos permita deslegitimar este sistema infausto de injusticia e inequidad, convencer de que si se puede terminar con el, porque nada es eterno ni insuperable. No le demos un solo espacio al pesimismo, porque desemboca en escepticismo. Y hoy, más que nunca, necesitamos creer en nosotros, sin sectarismos ni aislacionismos. Ser capaces de ver a lontananza las rutas que nos conduzcan a la construcción de un México acorde al siglo XXI. Aprendamos con humildad de nuestras fallas, de nuestros errores, démosles el viraje para que a partir de lo que no se debe hacer, edifiquemos una nación en la que quepamos todos, no obstante nuestras naturales diferencias. Dividir a una nación es una perversión propia de los dictadores
Las alianzas partidistas, no siempre generan victorias: Edomex. Pero tampoco puras derrotas: paramos la desaparición del INE. Hay enseñanzas que de no asimilarlas en la oposición, nos debilitarán. En Coahuila con la Alianza se ganaron la gubernatura y las 16 diputaciones de mayoría del Congreso Local. La participación ciudadana, con los datos que tengo cuando esto escribo es del 56% de los 2.3 millones de electores. Albricias, nomás que al abstencionismo no lo derrotamos, y si nos quedamos con la cantinela de que más o menos ha sido así siempre, pues estamos estancados, ahí está un reto, que de vencerlo, le hará mucho bien a nuestro Estado. El PRI ha gobernado Coahuila desde siempre, cumplirá en breve los 100 años, pero va a tener que aprender a hacerlo con las exigencias de su nueva realidad, o estará firmando su extinción.
El PAN por su parte, enfrenta una problemática, que por principio de cuentas debe reconocer y después de hacerlo, entenderla con mucha humildad e inteligencia, y partiendo de esto, inicia con trabajo permanente, ordenado, sistematizado, una tarea mayúscula, que es recuperar la confianza que nos han perdido los electores, también puede irse despidiendo de lo que significó un día para millones de mexicanos, a quienes les debemos entre mucho de lo que nos confiaron, habernos dado su voto para darle dos períodos de alternancia a la nación.
Al diablo los triunfalismos. En Coahuila este 4 de junio, los electores nos mandaron a cuarta fuerza. No perdamos de vista lo siguiente, solo tendremos cinco panistas con curul en el Congreso. Los números son fríos. Hace seis años estuvimos a punto de ganar la gubernatura, hoy obtuvimos en todo Coahuila solo el 6.8% de la votación. Hay que ser necio o un miserable soberbio para hacer caso omiso de esto.