Retratar el dolor

El pasado 8 de junio se cumplieron 50 años de una icónica fotografía que uniría insospechadamente los destinos del fotógrafo y el sujeto. Oficialmente se conoce como «El terror de la guerra», aunque su sobrenombre fue más fuerte: «La niña napalm». La imagen le mereció el Premio Pulitzer y el galardón a la fotografía del año a Nick Ut, un reportero vietnamita de entonces 21 años; le dio la vuelta al mundo y se convirtió en un símbolo contra la violencia y la guerra. El tema se vuelve relevante no por el aniversario, sino porque Kim Phuc, la niña fotografiada mientras corría desnuda con su frágil cuerpo quemado por el napalm es hoy una madre de familia que tiene una fundación que ayuda a los niños que son víctimas de la guerra, y recientemente declaró, en relación a la matanza de Uvalde, Texas, que el gobierno debería dar a conocer las imágenes de (horror) del tiroteo que dejó más de una veintena de muertos.

¿Tiene la imagen un efecto terapéutico? En su brillante ensayo «Ante el dolor de los demás», Susan Sontag escribió: «Las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Un llamado a la paz. Un grito de venganza». En algún tiempo, la entonces Policía Federal de Caminos acostumbraba a poner aparatosos automóviles chocados en las salidas de las carreteras, con el fin de sensibilizar sobre los riesgos de un accidente por exceso de velocidad. Ignoro si existe algún estudio que muestre la utilidad de estas advertencias. Tiendo a creer que sí funcionan, por lo menos durante un lapso corto, pues se requiere una continuidad de estímulos para provocar un efecto duradero.

Difícilmente puede probarse que la foto de «La niña napalm» contribuyó a que terminara el conflicto en Vietnam, sin embargo, esa imagen, como otras que han sido estelares en diferentes guerras, han servido para alentar movimientos pacifistas y sacar a la gente de su zona de confort. Sontag cita una consigna publicitaria del semanario Paris Match en 1949: «El peso de las palabras, la conmoción de las fotos», y también alude a André Breton: «La belleza será convulsiva o no será». Como sea, la autora de Sobre la fotografía, es contundente: «Desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte».

Sin embargo, a diferencia de otros géneros, la «iconografía del sufrimiento» parece no tener espacio para una visión estética. Dice nuevamente Sontag: «En la fotografía de atrocidades la gente quiere el peso del testimonio sin la mácula del arte, el cual se iguala a la insinceridad o mera estratagema. Las fotos de acontecimientos infernales parecen más auténticas cuando no tienen el aspecto que resulta de una iluminación y composición “adecuadas”…». La tremenda erudición de Sontag tiene una fisura, tal vez no conoció la obra del fotógrafo mexicano (recientemente fallecido) Enrique Metinides, quien durante décadas realizó una impresionante obra gráfica sobre accidentes, desastres y nota roja. Sus imágenes no sólo tienen el dramatismo realista de los hechos, también logran un equilibrio estético que ciertamente pone en conflicto al espectador: cómo un hecho así puede producir una imagen bella (dicho, o pensado, con rubor). ¿Arte o amarillismo? ¿Qué habría pensado Susan Sontag de la obra de «el mejor fotógrafo de la muerte»?

Tiendo a creer que la difusión de imágenes donde se muestra el dolor ajeno tiene el poder de conmover a través de la emoción que provocan. Aquí se inserta, por ejemplo, toda la iconografía martirizante de la religión católica. La Pasión de Cristo y la exacerbación de su sufrimiento tienen sin duda un efecto en los creyentes. Mostrar el horror no siempre genera más horror. La ruta a la pacificación o la reconversión de sentimientos tiene un caprichoso camino. La fotografía que por años avergonzó a Kim Phuc ahora la lleva como estandarte en sus ponencias. Su piel aún tiene las cicatrices de aquel fuego, pero su corazón (es decir, lo que ella piensa sobre aquello) ha transformado la experiencia al darle otro significado.

Nick Ut salvó la vida a la niña que inmortalizó. Amenazó así a los doctores que se negaban a atenderla en un hospital: «Si muere, lo sabrá el mundo». Traía en el pecho una poderosa arma, su cámara fotográfica.

Fuente: Reforma

Columnista.

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