Cliente curado, cliente perdido

Un paciente curado es un cliente perdido. La industria farmacéutica ha convertido a personas sanas en enfermos y al enfermo en cliente.

El doctor Fleming descubrió la cura de numerosas enfermedades, en un lóbrego sótano de un hospital y tan solo con la ayuda de un microscopio. Hoy, la medicina oficial con todos los avances tecnológicos no puede encontrar la cura de casi nada, sólo desarrolla e impone costosos tratamientos de por vida. Lapidarias y objetivas reflexiones.

Alexander Fleming (Escocia, 1881 – Inglaterra, 1955) fue un médico y científico británico famoso por ser el descubridor de la penicilina. Al observar de forma casual sus efectos antibióticos sobre un cultivo bacteriano, fue obtenida a partir del hongo Penicillium notatum. También descubrió la lisozima. Se formó en la Universidad de Londres, donde más tarde sería profesor e investigador en bacteriología. En 1945 recibió el Nobel en medicina.

Los dos descubrimientos de Alexander Fleming ocurrieron en los años veinte y aunque fueron accidentales demuestran la gran capacidad de observación e intuición de este médico escocés. Descubrió la lisozima después de que mucosidades procedentes de un estornudo cayeran sobre una placa de Petri en la que crecía un cultivo bacteriano. Unos días más tarde notó que las bacterias habían sido destruidas en el lugar donde se había depositado el fluido nasal. La lisozima es un antibacteriano natural localizado en la mucosa nasal y muchas regiones de nuestro cuerpo, de ahí el porqué las bacterias que tenemos normalmente en vías respiratorias superiores no nos invaden. Esta es la explicación, en parte, de por qué más del 95% de las infecciones respiratorias agudas se curan con médico, sin médico y a pesar del médico.

Esta curación natural completamente gratuita no es negocio para la industria farmacéutica ni para los charlatanes, por lo que se han establecido protocolos de atención médica por demás comerciales; un catarro común, barato, actualmente nos puede costar unos 10 mil pesos con estudios de laboratorio, cultivos innecesarios de exudado faríngeo, radiografía de tórax, tomografía, prueba torch y otros.

¿Cuál es el examen de Torch?

Es un grupo de exámenes de sangre. Sirven para evaluar algunas infecciones diferentes en un recién nacido. Torch corresponde a las iniciales en inglés de toxoplasmosis, rubéola citomegalovirus, herpes simple y VIH. Sin embargo, puede incluir otras infecciones en los recién nacidos. El costo de esta prueba puede ser de unos 3 a 4 mil pesos, gasto innecesario la mayoría de las veces, puesto que la mayoría de las infecciones se diagnostican en un 90% tan sólo con los datos de una buena historia clínica, y los estudios de laboratorio deben solicitarse selectivamente para confirmar o desechar el o los presuntos diagnósticos que explicarían los datos clínicos por los que el enfermo acude a consulta.

Una ampolleta de la penicilina descubierta por Fleming cuesta unos 68 pesillos. Ya no es «bisnes». Hoy, a un catarro común lo tratan con ceftriaxona, de 500 pesos por ampolleta, por siete días, prescripción innecesaria en más del 95% de los casos. Y todavía le agregan otros dos o tres fármacos «de relleno», incluyendo vitaminas por demás injustificadas.

Fleming, con su descubrimiento de la penicilina hizo perder muchos clientes a la industria farmacéutica, pero ésta los ha recuperado promoviendo la prescripción innecesaria de antibióticos novedosos, igual de efectivos, pero más caros.

Y uno de los rubros más productivos es la prescripción de fármacos para el «control» de la presión arterial de por vida. A personas sanas con ligera elevación de la presión por encima de 120/80, las enferman y decretan la ingestión de medicamentos para toda la vida.

Recientemente vi una paciente de 75 años, con un cuadro clínico benigno de colon irritable: estreñimiento hasta de tres días sin evacuar y dolor en colon. Cinco años atrás acudió en silla de ruedas con elefantiasis: edema duro de varios meses de ambos miembros inferiores, que semejaban patas de elefante, con presión muy baja (de 80/40), frecuencia cardiaca muy baja (de 50 latidos por minuto, normal de 60/100). En servicio de cardiología, con 140/90 (dentro del rango normal de 90/50 a 150/110) de presión arterial, le prescribieron amlodipino para toda la vida. Tenía 12 meses tomándolo, porque si lo dejaba de tomar «en cualquier momento podría morir de un infarto o un derrame cerebral». En esos 12 meses le hicieron seis electrocardiogramas, todos normales, y otras tantas mediciones de colesterol y triglicéridos y otros estudios generales de laboratorio. Todos normales. Y si esos estudios eran normales, si acaso la recomendación preventiva sugiere realizarlos a intervalos de un año. Obvio, esta estrategia no es negocio.

Después de una amplia explicación a ella y sus desesperados familiares, se convencieron de que estaba intoxicada con Amlodipino (no con AMLO, que todavía no llegaba a la silla grande), un medicamento que tiende a retener líquidos y debilitar el bombeo cardiaco al debilitar la fuerza y los latidos del corazón, por disminuir la entrada de calcio a los músculos, calcio esencial para contracciones efectivas del músculo cardiaco.

Con cierto miedo aceptaron retirar el medicamento con supervisión personal de su presión arterial, la cual durante un mes de observación ellos confirmaron que sin el fármaco mencionado se mantenía dentro de los límites normales mencionados y desaparecieron las «patas de elefante». Además, durante esos cinco años en que no acudió a consulta porque estaba bien, también confirmaron que, en situaciones de estrés, pues era muy sensible emocionalmente hablando, su presión arterial ocasionalmente rebasaba los 150/110, pero retornaba a cifras normales sin medicamento alguno, convencidos de que esas elevaciones pasajeras son inofensivas porque no se mantienen elevadas.

Y no ha tenido ni infarto de corazón ni hemorragia cerebral, amenaza interpuesta en los servicios de cardiología. Puesto que en 50 años de ejercicio profesional he observado cientos de casos como éste, como dice AMLO, tengo otros datos: me atrevo a afirmar, en observación de casos, que más del 70% de los pacientes que actualmente toman medicamentos para la presión no los necesitan, y por lo tanto es una falacia eso de prescribir medicamentos antihipertensivos para toda la vida.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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