Rupturas políticas y crisis de partidos preparan el camino para la alternancia

El ascenso al poder de nuevas formaciones y de líderes populistas de derecha e izquierda responde al repudio ciudadano hacia la clase política tradicional. El fracaso de Fox y Calderón, la venalidad de Peña Nieto y debilitamiento del estado catapultaron a López Obrador

Samuel García, el Bronco y el canto de sirena

Jericó Abramo, la piedra en el zapato de la cúpula

Después de la toma de posesión de Jorge Zermeño como alcalde de Torreón (1997), la cual supuso el fin de casi siete décadas de gobiernos del PRI, le pregunté a Felipe Calderón sobre el activismo de Vicente Fox para hacerse con la candidatura presidencial cuando aún faltaban más de dos años para las elecciones. El líder del PAN le restó importancia al tema y al personaje. El entonces gobernador de Guanajuato tampoco atendió los llamados de la jerarquía panista a respetar los tiempos. Igual de atrabancado que Manuel «Maquío» Clouthier, de cuyo gabinete a la sombra formó parte para vigilar al Gobierno de Salinas de Gortari tras el fraude electoral de 1988, Fox impuso su candidatura a un Partido Acción Nacional anquilosado para dirigir la primera alternancia política en el país.

Calderón siguió los pasos de Fox y se destapó prematuramente para la sucesión de 2006. El presidente lo reprendió y Calderón renunció como secretario de Energía para «buscar la candidatura y luchar con todo hasta ganar la presidencia». Germán Martínez, quien coordinaba la bancada del PAN en el Congreso, secundó: «A Vicente Fox se le debe agradecer haber sacado al PRI de Los Pinos, ahora hay que meter al PAN a Los Pinos con Felipe Calderón». El mensaje de Martínez, quien llegó al Senado en 2018 bajo las siglas de Morena y luego las abandonó, era irrefutable: el neopanismo, con Fox a la cabeza, le había comido el pan a los grupos tradicionales.

En la misma sucesión, un puñado de gobernadores del PRI intentó nombrar candidato. El elegido, Arturo Montiel (Estado de México), declinó al ventilarse en los medios de comunicación una parte mínima de su inmensa fortuna. Roberto Madrazo aprovechó su posición como líder del PRI y la maquinaria de propaganda a su servicio (todavía activa) para eliminar a rivales políticos e imponer su postulación. Sin embargo, los mandatarios locales le pasaron factura y en las urnas fue humillado. Felipe Calderón (PAN) y Andrés Manuel López Obrador (PRD) lo superaron por más de 5 millones de votos cada uno.

Después de las elecciones de 2012, López Obrador rompió con el PRD por haberse echado en brazos de Enrique Peña Nieto. El presidente maniobró para anular al líder de izquierdas y aislarlo. Con esa intención incorporó al Pacto por México al partido del sol azteca, con la venia de los Chuchos, representados entonces por Jesús Zambrano. El acuerdo para empujar las reformas peñistas, algunas ya revertidas por AMLO, tuvo un alto costo para el PAN y el PRD, pues excluyó a la sociedad e incluso al Congreso de las negociaciones; en cambio, privilegió a los grupos de interés y a las empresas extranjeras.

Sin liderazgo, fuerza propia ni base social para enfrentar a AMLO, las oposiciones se han cobijado bajo el paraguas de «Va por México», una coalición surgida a iniciativa de organismos patronales (Coparmex), empresarios y activistas como Claudio X. González (fundador de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad), escritores (Enrique Krauze, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín), periodistas y medios de comunicación contrarios al proyecto del presidente y a las políticas antineoliberales de la Cuarta Transformación. El frente es un fracaso, pues ha perdido la mayoría de sus batallas en las urnas. Morena conserva el control del Congreso, gobierna 18 estados y tiene mayor intención de voto para las presidenciales de 2024. El PRI, PAN y PRD siguen con la brújula perdida.

Polarización política

La falta de respuesta a las demandas sociales, el alejamiento de las comunidades, la burocratización y desgaste de los partidos tradicionales y la crisis de liderazgos no es un fenómeno privativo de nuestro país, sino de todas las democracias, incluidas las más consolidadas. En ese contexto emergieron fuerzas que modificaron el escenario político: Ciudadanos y Podemos en España; Asociación para la Renovación de la Vida Política (La República en Marcha) en Francia; y Movimiento de Renovación Nacional (Morena) en México. En el mismo marco resurgieron los nacionalismos, cobraron fuerza los populismos de derecha e izquierda y el discurso antisistema sedujo a legiones de votantes.

Otros factores influyeron también en el ánimo del electorado: la corrupción, el aumento de la pobreza, la falta de oportunidades, sobre todo para los jóvenes, el fracaso del neoliberalismo y el debilitamiento de los estados frente a las oligarquías. Figuras como Donald Trump polarizaron al mundo, pusieron en jaque a la democracia de Estados Unidos y al borde del abismo a las instituciones de su país. En Brasil llegó al poder un exmilitar, y en México un caudillo: Andrés Manuel López Obrador, quien, al frente de una coalición de izquierda y con una votación de 30 millones aplastó a los derechistas José Antonio Meade (PRI) y Ricardo Anaya (PAN).

López Obrador ya había sido candidato a la presidencia en 2006 y 2012 por el PRD. En la primera estuvo a medio punto de ganar, pero el Instituto Federal Electoral (hoy INE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y una alianza de facto entre el PRI y el PAN le dieron el triunfo a Felipe Calderón. En la segunda, el dinero, los grupos de presión y las televisoras impusieron a Enrique Peña Nieto. El INE y el TEPJF jugaron de nuevo un papel crucial para cerrarle el paso a AMLO.

Cuando el PRD pactó con Peña Nieto reformas (como la energética) contrarias a su ideología y sus principios, López Obrador dio por concluida su relación con el partido fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros líderes de izquierda escindidos del PRI. Sin partido para competir en una tercera elección, la carrera de AMLO parecía acabada. Nadie contaba con su astucia. Morena estaba en gestación desde 2012 y el INE aprobó su registro por unanimidad el 9 de julio de 2014. AMLO lideró por dos años al nuevo partido. En su debut electoral (2015), Morena se colocó como la cuarta fuerza nacional después del PRI, PAN y PRD. Con el 8 % de la votación, ganó 14 distritos de mayoría relativa y 21 de representación proporcional (35) la mitad de los que ahora tiene el Partido Revolucionario Institucional.

En tres elecciones presidenciales, Cuauhtémoc Cárdenas sumó 18 millones de votos. En el proceso de 1988, el más controvertido por el fraude para imponer a Carlos Salinas de Gortari, captó el 31.1% de las papeletas (5.9 millones); al candidato del PRI se le adjudicó el 50.1% (9.6 millones). En su tercer intento por ganar la presidencia, López Obrador obtuvo 30 millones de sufragios, el doble con respecto a 2012. Morena tardó apenas cuatro años para hacerse con el poder. El PRI nació en la silla del águila y el PAN se la arrebató 61 años después de haber sido fundado. AMLO, quien renunció al PRI junto con Cárdenas y Muñoz Ledo para formar el PRD, catalizó el repudio social contra la partitocracia y sus cúpulas corruptas. Rebelarse contra el statu quo, en el nombre de los sectores marginados, lo convirtió en el líder que las fuerzas políticas y económicas no pudieron construir mientras el sistema se les caía a pedazos.

Rebeliones en el PRI

La sucesión de 1994 provocó al menos dos brotes de rebelión en el PRI. Manuel Camacho Solís protagonizó el primero, en protesta por la postulación de Luis Donaldo Colosio, que el presidente Salinas de Gortari le había prometido a él. El segundo lo escenificó el propio Colosio, cuando Salinas empezó a boicotearlo. El éxito de Camacho como comisionado para la paz en Chiapas, tras el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), dio pábulo a las versiones de un relevo en la candidatura.

El periodista español Fernando Orgambides retrató la situación en un texto titulado «La venganza de Camacho»: «Un solo hombre, Manuel Camacho Solís, ayer brillante alcalde de Ciudad de México y hoy astuto negociador de la paz en Chiapas, trae en jaque al viejo y decrépito sistema mexicano. Eliminado del juego político en noviembre, cuando fue elegido Luis Donaldo Colosio y no él como candidato presidencial del sexagenario Partido Revolucionario Institucional (PRI), Camacho ha conseguido lo que hasta ahora parecía imposible en México: resucitar entre los perdedores y desafiar a su propio partido» (El País, 14.03.94).

El discurso de Colosio del 6 de marzo de 1994 en el monumento a la Revolución significó la ruptura con Salinas y su primer círculo (Raúl Salinas, su siniestro hermano, José María Córdova y Emilio Gamboa, entre otros). Frente al triunfalismo salinista, el candidato denunció la pobreza y la injusticia imperantes, la desconfianza en las elecciones, la soberbia centralista, y, tangencialmente, el fracaso del neoliberalismo. «(…) los cambios no pueden ser ni marginales ni asilados. La vía del cambio corre en igual sentido y en igual intensidad y urgencia por el campo de la política, (…) de la economía (…) y del bienestar social».

Deslindado de Salinas, cuyo sexenio estuvo marcado por la venalidad y la violencia política, Colosio podía tomar el control y relanzar su campaña. «Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la república; es la hora del poder del ciudadano. Es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades. ¡Es la hora de cerrarle paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!».

Tendido ese puente, Camacho puso fin a la zozobra el 22 de marzo. «Sí quiero ser presidente de la república, pero no a cualquier costo. Entre buscar una candidatura (…) y la contribución que pueda hacer al proceso de paz en Chiapas, escojo la paz. Tomo esta decisión poniendo por encima de mis aspiraciones las razones superiores de la nación». Colosio recibió la noticia en Culiacán, desde donde emitió un comunicado: «La declaración del licenciado Manuel Camacho nos confirma su entrega absoluta a las tareas de conciliación y pacificación que le fueron encomendadas por el presidente Carlos Salinas de Gortari». Los protagonistas habrían charlado por teléfono esa misma tarde.

Al día siguiente (23 de marzo) Colosio recibió un tiro en la cabeza mientras se abría paso entre una multitud, después de un mitin en la colonia Lomas Taurinas, de Tijuana. Salinas intentó, sin éxito, que Diana Laura Riojas de Colosio firmara una carta que lo exculpara del crimen. En el auditorio Plutarco Elías Calles, del PRI, le gritaron asesino: «¡Él fue… él fue!», bramó el priismo. Las rebeliones tardan en madurar. La muerte de Colosio marcó el fin del PRI. La alternancia PRI-PAN llegó en 2000, pero no cambió nada. El triunfo de Peña Nieto fue el de la corrupción. Hoy, Marcelo Ebrard, uno de los amigos íntimos de Camacho y víctima también de la inquina salinista, es uno de los alfiles de AMLO para la sucesión de 2024. Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo del candidato asesinado, a quien Alejandro Moreno, el fantoche líder del PRI ha injuriado, es alcalde de Monterrey y uno de los favoritos de Movimiento Ciudadano para las presidenciales. E4


Samuel García, el Bronco y el canto de sirena

El mandatario nuevoleonés empieza su gestión con un golpe de efecto. Salinas de Gortari y Peña Nieto hicieron lo mismo, por venganza

Desde que la vara para ser gobernador o presidente de la república se colocó casi a ras del suelo, cualquiera puede brincarla. Y peor aún, ganar las elecciones con muñidores, mapaches cibernéticos, asesores de imagen, consultores en manejo de crisis (los despachos cobran los ojos de la cara y terminan por marcarle directrices al Gobierno) y dinero suficiente para la compra de voto. En el pasado, para ser candidato, se requería preparación, trayectoria, talento y un mínimo de decencia. «No solo serlo, sino parecerlo», como la mujer del César.

El mérito de Jaime Rodríguez, el Bronco, consistió en haberse rebelado contra el PRI de Nuevo León, cuyos últimos gobernadores resultaron ser unos pillos. Rodrigo Medina de la Cruz, acusado de malversación de fondos públicos y daño al patrimonio del estado, pasó en prisión solo unas horas. Y a José Natividad González Parás, otro de los protegidos de la «mafia del poder» (como los Moreira), liderada entonces por Peña Nieto, ni esa molestia le dieron. Rodríguez recibió más de un millón de votos, cifra que ningún otro candidato al Gobierno nuevoleonés había alcanzado. Samuel García, quien puso entre rejas el Bronco por delitos electorales, por los cuales también él fue acusado, captó 214 mil boletas menos, a pesar de su grandilocuencia y sus poses de perdonavidas.

García, como otros políticos treintañeros y cuadragenarios, presume de moderno, pero tiene el ADN del viejo sistema. Lo suyo es la banalidad, el espectáculo, la teatralidad, sin respetar derechos (de niños y mujeres) ni reparar en consecuencias. Al estilo de Salinas de Gortari y Peña Nieto, el gobernador de Nuevo León inauguró su administración con un golpe de efecto. El propósito: enviar un mensaje de fuerza. García encarceló al Bronco, no para legitimarse, sino para ganar reflectores. Los tinglados de Salinas y Peña para detener a los caciques sindicales Joaquín Hernández, la Quina, y Elba Esther Gordillo, fueron venganzas burdas disfrazadas de justicia.

Los cargos contra el Bronco por desviar personal y recursos para su desquiciada aventura presidencial son apenas «la punta del iceberg», pues corresponden a la carpeta de investigación más antigua, dice García. Rodríguez cometió actos punibles, y debe pagar por ellos. ¿Responderá el mandatario de turno por los delitos electorales y de otra índole que se le atribuyen? La Fiscalía General de la República (FGR) investiga al gobernador de Movimiento Ciudadano por el supuesto uso de dinero ilícito y de aportaciones no declaradas para su campaña. García habría dejado de reportar gastos superiores a los 7.6 millones de pesos. La Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda presentó nuevas denuncias. ¿Otra punta del iceberg?

El canto de sirena ha seducido al gobernador Samuel García, quien habría recibido financiamiento de la oligarquía local para impedir el triunfo de Morena. Piensa —como el Bronco en su momento— que puede ser presidente. En su caso, apadrinado por las élites de Nuevo León. Sin embargo, tampoco hay gobernador que coma lumbre. Andrés Manuel López Obrador le tiene tomada la medida y la espada de la FGR pende sobre su cabeza. Vicente Fox ve las cosas con claridad. El consejo-reprimenda del expresidente a García no es de balde: «Aguas “chamaco” estás muy joven para meterte en las patas de los caballos!!». «No se vale jugar tan chueco y oportunista gobernador». El Bronco tiene más pueblo que García. En las urnas se verá. E4


Jericó Abramo, la piedra en el zapato de la cúpula

El PRI pudo sortear conflictos sucesorios previos, pero el diputado mantiene firme su rechazo a la candidatura exprés de Jiménez

Las rupturas en el PRI de Coahuila han ocurrido siempre en el cambio de gobernador. El fenómeno volverá a repetirse en la sucesión de Miguel Riquelme ante la negativa del diputado Jericó Abramo Masso a aceptar la candidatura exprés del exalcalde Manolo Jiménez Salinas —en campaña desde hace al menos dos años, ahora como secretario de Desarrollo Social— sin considerar otras opciones ni tomar en cuenta a la militancia. Columnas y medios de comunicación de la capital del país dan por sentada la renuncia del presidente de la Comisión de Turismo al PRI y su postulación por otro partido, aún sin definir. Abramo ha reiterado su deseo de ser gobernador y responsabiliza a la «cúpula» de impedir su participación en igualdad de condiciones.

El magistrado de la Suprema Corte de Justicia, Atanasio González Martínez, fue el primero en dimitir al PRI por falta de democracia en los procesos de selección de candidatos, cuando el presidente ya había dejado de hacer las designaciones. Respetuoso de la «sana distancia» entre él y su partido, Ernesto Zedillo abrió el juego y no impuso gobernadores. Unidad Democrática de Coahuila postuló a González en 1999, pero solo obtuvo el 2.23% de los votos. Enrique Martínez (PRI) captó el 59.5% y Juan Antonio García Villa, de la alianza PAN-PRD-Verde-PT, el 33.7%.

En la elección previa (1994), Martínez amagó con buscar la nominación fuera del PRI (como hoy lo hace Jericó Abramo), en protesta por la imposición centralista de Rogelio Montemayor, animado por Ricardo Monreal, quien, en una situación análoga, se afilió al PRD y ganó el Gobierno de Zacatecas. La candidatura de Martínez volvió a estar en duda en 1999, pues no era el favorito de la cúpula. El periodista Julio Hernández López advirtió en su columna «Astillero»: «El riesgo de una nueva escisión priista ha sido generado por la insistencia del gobernador salinista Rogelio Montemayor Seguy de hacer candidato a sucederlo a Jesús María Ramón Valdés, un empresario de Ciudad Acuña que se ha caracterizado por la promoción de maquiladoras» (La Jornada, 25.02.99).

Martínez y sus operadores en Ciudad de México, algunos de ellos cercanos al presidente Zedillo, lograron que el PRI resolviera la candidatura de Coahuila por medio de una consulta a la militancia (la primera en el estado). En el proceso participaron, Jesús María Ramón y Braulio Fernández Aguirre. El primero ganó con facilidad la competencia interna y la elección constitucional. La sucesión de 2005 también fue escabrosa por la irrupción del moreirato. Cuando el gobernador quiso retomar las riendas tras su intento fallido de ser candidato a la presidencia, el clan ya se había adueñado de la situación e incluso amenazó con postular a Humberto por el PRD, partido adicto a los Moreira.

Jericó Abramo es hoy la piedra en el zapato del PRI y del Gobierno. Su autodestape en las redes sociales y sus críticas a la cúpula por el madruguete en favor de Jiménez Salinas, enfadó al poder. En las últimas semanas había bajado de perfil. En los videos recientes informó de sus intervenciones en la Cámara de Diputados y de sus giras para promover los pueblos mágicos como presidente de la Comisión de Turismo. La calma presagiaba tormenta. El repliegue era estratégico. Después de haber pasado el Rubicón, cual en otro tiempo lo hizo su abuelo Jorge Masso, Jericó preparaba su siguiente jugada: defender la libertad de expresión e ir contra el cerco mediático. E4

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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