Hoy día, una parte importante de la población en el sistema democrático en el que viven, tienen en torno al mismo desconfianza e insatisfacción, y va en aumento, lo señalan informes internacionales acreditados, verbi gratia, el de Pew Research. Y no para ahí la cosa, aumentan a la par las dudas sobre la capacidad de los mismos para responder a los desafíos que actualmente nos jaquean. Asimismo, las consecuencias de esta debacle no afectan de la misma manera a los diferentes niveles sociales del país, ni a las otras naciones con las que compartimos el planeta tierra. Y esto sin duda que pone más cuesta arriba las soluciones para corregir la insatisfacción y el hartazgo de cuanto tenga que ver con poder y política, por parte de la ciudadanía. Aumenta la reticencia, el desdén, las dudas sobre si la democracia sirve para solventar el estado de cosas en el que vivimos. La sensación in crescendo es que cada día la desvinculación de los gobiernos con sus gobernados es mayor, que no saben y/o que no quieren entender lo que agobia al ciudadano de a pie, a sus dificultades, a sus desesperanzas del día a día. Las instituciones políticas, fundamentalmente las de ámbito territorial más grande, lucen alejadas, podridas de soberbia tecnócrata o de populismo mercachifle, inservible. Se desbordan las emociones de los destinatarios de semejante vómito burocrático. Es inevitable el aflore de sensaciones en las que privan la humillación, la amargura, la indignación, el resentimiento. Todas son hijas de la impotencia. Una caja de pandora de semejante contenido se convierte en receptáculo más que ad hoc, para que reverberen la polarización, las visiones nostálgicas del pasado, los odios, los enconos, la violencia…
¿Qué hay de positivo en esta vorágine? ¿Cómo pensar que existe la democracia como sinónimo de orden y armonía? La población se siente más frágil, más vulnerable a los embates del órgano de poder. No percibe claridad, ni una perspectiva sólida y creíble de las autoridades a cargo, no ve futuro, su futuro en perspectiva alentadora. Y esto debiera ocupar a quienes nos gobiernan. La situación sí es preocupante, en el sentido de que este desencanto de la democracia como sistema de Gobierno puede terminar dejando sin salida a ese mundo de indiferentes que impera en nuestro país porque estiman que lo público no es de su incumbencia… pero también a quienes están hasta la coronilla de ser David y no partírsela a Goliat, por más esfuerzos que han hecho.
La política, aun en un escenario de esta naturaleza, sigue siendo necesaria. Si la mandamos a paseo, lo que vendría sería peor. Su colapso le franquea la puerta a regímenes autoritarios populistas o jerárquico tecnócratas. Una política democrática, requiere de nuestra participación, es el camino para recuperar la capacidad de protección que los órganos del Estado, por mandato constitucional deben otorgarnos. Tenemos que aprender a conectar nuestras individualidades en acciones colectivas, es requisito sine qua non para ser integrante de una comunidad… ¿Cuándo diablos vamos a entenderlo? Genéticamente venimos diseñados para vivir en colectividad. Eso significa aceptar vivir entre semejantes, reivindicando mi ser distinto y aceptando el de los demás. Esto es igualdad. Este es el ingrediente de una democracia que se fortalece desde la aceptación de su complejidad.
Ahora bien, transitar por esa ruta, no debe determinarse solo por los motivos e infortunios que nos aquejan,se requiere también una dosis importante de pasión y de raciocinio, aunque suene a antítesis. La pasión, para mantener vivo nuestro anhelo y el raciocinio para actuar y decidir con inteligencia. Pierre Rosanvallon, historiador, sociólogo e intelectual francés, expresa esto con claridad meridiana cuando apunta que vivimos hoy día en una realidad que nos enfrenta a una enormidad de retos y dolencias relacionados con la supervivencia, que se manifiestan —nomás hay que ver los informativos— en situaciones de injusticia, de inequidad, de discriminación, de incertidumbre cotidiana en la vida de millones de personas. ¿Qué hacer frente a esto? Señores, señoras, necesitamos representantes políticos más cercanos, gente que conozca esa realidad que daña, para que se esmere en encontrar soluciones a la misma. Requerimos una representación política menos sistémica y delegativa. O como decía mi tía Tinita, «para que la cuña apriete debe ser del mismo palo». De tal suerte, que al margen de diferencias ideológicas, los políticos, en primer término, tienen la obligación de entender la gestión pública como un espacio de oportunidad genuino en el que es posible que coincidan las diferentes opciones que mejoren la vida de sus representados. Tienen que aprender a conjugar en plural, en lugar de privilegiar lo contradictorio y excluyente. ¿Fácil? No, no va a estar fácil, pero van a tener que esforzarse en ello, si no ¿para qué carajos se alquilaron? ¿No cree usted?
No obstante, para que esto fluya, tiene que darse un mínimo de honestidad propositiva, una línea de equilibrio ético que sostenga el peso de lo que se defiende. La política y la química son coincidentes en cuanto a que en ambas disciplinas se manejan compuestos distintos, que al mezclarse pueden producir venenos o antídotos, medicamentos que alivian o ácidos que corroen. ¿De quién depende? ¿Quién es el que define que se produce? ¿A quiénes sirve lo que ahí se produzca? He ahí el punto. ¿Quién, quienes hacen a los políticos? ¿Quiénes los llevan al cargo público? Ya va siendo hora de que asumamos responsabilidades como mexicanos y como ciudadanos. No lo sigamos postergando.
Es el eterno problema de las sociedades dispuestas a salir adelante como tales, es decir, con bienestar generalizado. No nos ocupamos ni siquiera de ver su hoja de vida, vamos a votar a ciegas, y algunos ni eso, que para el caso es la misma burra, nomás que revolcada. Y esa infausta irresponsabilidad nos ha llevado al caos en el que ahora nos debatimos, y no quiero decir con esto que antes viviéramos en Jauja, la mugre siempre ha corrido en este país, pero hoy no solo es eso, hoy es una caterva de incapaces y/o de la mesuelas que no tienen empacho, sobre todo estos últimos en mandar al carajo sus conocimientos, su preparación académica y avasallarse ante el mandamás de Palacio Nacional. Y no hay que devanarse los sesos para entender esta debacle. Si no se elige con inteligencia a la minoría del círculo dorado —como es el caso—, éstos a su vez eligen a sus equipos, a sus segundos, que serán aún más mediocres. Resultado, un deterioro general de las funciones del Estado.
Debiera, adviértase el verbo, debiera, conforme a la modernización de una sociedad, confiarse en los sistemas de selección por mérito, por esfuerzo, por dedicación. Eso coadyuvaría a que llegaran los mejores, pero en México, en el ámbito del poder público, no funciona así. ¿Y que hemos tenido y seguimos teniendo? Corrupción e impunidad. Porque la deshonestidad eso engendra. ¿Deshonestidad? Sí, ocupar un cargo para el que no estás preparado no nada más implica deshonestidad, sino que abona a la corrupción. Hoy día, y no me alegra decirlo, ni lo celebro, me apena, tenemos uno de los gobiernos más ineptos del México contemporáneo. Nombramientos a dedo de asesores o darles a los «leales» posiciones, nada más por eso, no por su capacidad, es la victoria de la mediocridad, de la renuncia a la ética de trabajo.
México, será, viendo a futuro, lo que los mexicanos queramos que sea. Nadie va a venir a hacer la tarea por nosotros. De modo que si amamos a nuestro país reparemos en que seguir mirando pasar las cosas, mentando madres entre cuatro paredes, sobre todo los que pertenecemos a la clase media, no nos va a sacar del atolladero, y las nuevas generaciones tendrán que cargar con el lastre de un país que teniéndolo todo para convertirse en el mejor sitio para vivir, no pudo con la responsabilidad de generar las condiciones para que así fuera.
Actuemos ya. Empecemos desde casa, deshaciéndonos de inercias que en nada coadyuvan a potenciar los talentos propios y los de los hijos —quienes los tengan—, eduquemos con principios y valores a nuestros descendientes, este país necesita personas que no les de vergüenza ser honestos y que se empeñen en sujetar sus comportamientos y actitudes a estos cánones. Y también necesitamos que los conocimientos que reciban en las aulas sean acordes a un mundo en el que la tecnología seguirá avanzando de manera importante, impartidos con maestros de primer nivel preparados para eso precisamente. Y esto nada más para iniciar.
Ya abundaremos en otras reflexiones. Por lo pronto déjeme desearle todas las bendiciones en este 2022. ¡Feliz Año Nuevo!