A partir del 4 de abril iniciamos campaña quienes aspiramos a una diputación federal en la LXV Legislatura. Estar en la calle y dialogar con las personas es la mejor encuesta que existe para conocer el sentir de quienes decidirán a quiénes les otorgan su confianza en las urnas. Tocar una puerta y que te la abran, en tiempos de pandemia, es el gesto más patriota y generoso de los ciudadanos. Te encuentras cara a cara, en el caso particular, con el rostro de los saltillenses y los arteaguenses, que desde que los ves a los ojos te cuentan una historia completa de su sentir ante alguien que va a entregarles un volante en el que están escritas las propuestas que les pides que lean y la solicitud respetuosa de que acudan a votar el 6 de junio.
La queja es la misma, están hartos de la ausencia de autenticidad de los políticos, de su deshonestidad, de sus promesas cuando piden el voto y de su cinismo ante su incumplimiento, y también de su incompetencia para resolver los problemas cotidianos que los aquejan. No se explican por qué deben seguir existiendo los partidos políticos, si no «aportan nada a nuestro favor», me dice un señor y veo en su mirada el enojo y la desesperanza. ¿Cómo recuperar su confianza? ¿Cómo hemos podido llevar a los mexicanos a ese punto de hartazgo? Tantos escándalos de corrupción de personajazos de todos los colores, en una exhibición desvergonzada de miseria humana, que ha generado una desafección por la política de tantos mexicanos, en perjuicio de la democracia que sigue anémica en nuestro país. Hoy estamos pasando momentos muy difíciles, agravados por la pandemia, que ha puesto al desnudo el sistema de salud pública, con todas sus carencias, sus ineficiencias, que ha cobrado muchas vidas del personal médico, enfermeras, camilleros, y cuantos están en la primera línea de combate al mortal virus. No existe en el esquema un seguro de vida para todo ese personal, y se mueren, y sus familias quedan no solo con el dolor de la pérdida del ser querido, sino con la angustia del cómo van a salir adelante, porque vivir cuesta. Habría para eso y más si la corrupción y la impunidad estuvieran acotadas por la observancia irrestricta de la ley. Pero en México ese imperio normativo no existe, el deporte favorito es brincársela y que no te pase nada.
«¿Por qué no se unen y se dejan de pleitos entre ustedes?» Me cuestiona un señor. Los mexicanos quieren unión para solucionar lo que nos afecta a todos, directa o indirectamente, porque vamos en el mismo barco. «¿Dónde están más empleos, dónde están las pensiones de los que ya nos jodimos trabajando, dónde está la mejor educación para los muchachos, el servicio médico bueno y para todos, los servicios públicos de calidad? ¿Cuándo van a ir al bote todos los ladrones que nos han robado? ¿Cuándo van a devolver lo que se robaron? ¿Cuándo se los van a quitar?» Es un cuadro completo de cuanto tiene hasta la ídem a muchos mexicanos, y no le pongo que a todos, porque faltaría a la verdad. Hay millones que están callados y otros hasta lo celebran. «A mí con que me den…tan bueno que es este gobierno que da…» Oiga— le replico a la señora que está afanada haciendo gorditas en el localito en el que las vende— …pero si no le dan nada, el dinero es suyo, de sus impuestos…» «Pues como sea, pero me lo da, así que no me esté molestando que yo estoy trabajando, y voy a votar por los que me dan…» Esta es una práctica deleznable, y por décadas ha prevalecido y le ha rendido electoralmente «frutos» al PRI y ahora a Morena. A México no, todo lo contrario, lo ha dañado, ha mantenido a muchos compatriotas inmovilizados con la dádiva, secuestrados en la dependencia por generaciones, tan arraigado está que constituye un modus vivendi. Está mentalidad no se cambia de la noche a la mañana y para acabarla de rematar, la educación, que sería el instrumento para modificarla, no aporta nada… es parte medular del sistema político que prevalece; que ni siquiera la alternancia de 12 años logró mover un centímetro, y se explica, se pactó con la lideresa que la abanderaba.
Le transcribo, estimado leyente un mensaje que me llegó a las redes: «Señora Candidata a la Cámara de Diputados, para recuperar la confianza en ustedes, primero tendrían que reconocer con humildad que muchos se han dejado comprar por hombres poderosos sin escrúpulos a quienes lo único que les importa es hacerse más ricos y repartir tajada con ustedes, segundo, revisar los sueldos y compensaciones que ustedes mismos se asignan, con reajustes que debieran darles vergüenza, después de estos dos actos de contrición legislativa, es factible que empezáramos a considerar la posibilidad de creerles que van a arreglarnos el desbarajuste que su forma indecente de ejercer la autoridad le ha traído a este país que es más nuestro que de ustedes. ¿Estará usted dispuesta?»
La gente reprocha y con razón la falta de honorabilidad de los políticos, y tristemente la generaliza y te dice ¿y por qué he de creerle a usted lo que viene a decirme si todos son iguales? La confianza se gana a diario, con contacto permanente con los representados, y se pierde en un segundo, y recuperarla demanda mucho trabajo, compromiso y sobre todo hechos en pro del bien común. Les pido que me obsequien el beneficio de la duda, que me permitan demostrarles que quiero servirles, que me ayuden a llegar a la Cámara de diputados con su sufragio y que voy a volver a rendirles cuentas. Que sé hacer el trabajo, que me permitan demostrarles con acciones los compromisos que encierran mis propuestas. Se me quedan viendo y yo hago lo mismo, directo a sus ojos.
Tenemos que dar un giro de 360 grados para transformar el significado del quehacer público, la idea es poner a la ciudadanía, a los mexicanos en el centro de las decisiones de las políticas públicas, partiendo de la máxima democrática de que son los ciudadanos los que mandan. ¿Y cómo? Fomentando la cultura de la participación ciudadana, abriendo las puertas para que la gente exprese su sentir y diga lo que piensa, dándole vida a figuras de la democracia directa, como la iniciativa ciudadana, plebiscito, referéndum, revocación de mandato, ratificación, planeación y presupuestos participativos con transparencia y rendición de cuentas, que ya hace tiempo están contempladas en la ley, pero que la gente no usa porque no se les ha enseñado a hacerlo. Volviendo obligatorio el contacto permanente de los diputados con sus representados… ¿Qué no se puede? Si se puede, solo hay sesiones dos o tres días a la semana en la Cámara. Ambas partes, representantes y representados se tienen que acostumbrar a una práctica de esta naturaleza. Asimismo, debe de haber convenios con el sector educativo tanto público como privado para que los niños y los jóvenes se enteren de las funciones y facultades de los legisladores de viva voz y con diálogo de por medio, con visitas de carácter obligatorio a los centros educativos. Que se acabe ese desdén por la política y por el poder público, y que nazca el interés por el mismo en las nuevas generaciones.
Tengo seis semanas por delante para continuar dialogando con los electores de mi distrito y, sobre todo, escucharlos. Quiero devolverles la esperanza y convencerlos de que la política no es un amasijo de porquería, sino el mejor instrumento para generar bien común, como afirmaba y con razón, un ilustre mexicano, don Manuel Gómez Morín.