Las complicaciones de la educación a distancia dejan a muchos estudiantes fuera del camino; dispositivos electrónicos, servicio de internet y falta de capacitación para manejar las nuevas tecnologías se vuelven un obstáculo
Rosy, Citlali y la maestra
«La maestra le manda las tareas por el WhatsApp, pero no tenemos celular y tampoco Internet», cuenta Rosy. A sus 42 años, ella es mamá de tres, abuela de dos y tía cuidadora de un puñado de sobrinas y sobrinos que van desde los meses de nacidos a los siete años de edad. Algunos sí son sus familiares de sangre; otros, como si lo fueran. Los atiende igual. Y es que Rosy acostumbra a volver tan propios los dilemas de terceros que su cuerpo le ha cobrado factura en forma de diabetes y presión alta. Carece de seguro médico y le sobran razones para trabajar por la libre. Vender tacos de hígado en su rancho y, a veces, dos días de aseos domésticos en colonias urbanas, en algo ayudan a la economía de su casa. Su marido es velador, por ahora. El trabajo anterior, el que les reportaba una mejor entradita de dinero, también entró en confinamiento desde marzo de 2020.
Citlali, la hija menor de Rosy, egresó de su secundaria con promedio de 90. Estudió en una escuela rural, no tan alejada de casa, que cerró el ciclo escolar 2019-2020 con más caos que lo habitual. Quién sabe cómo, pero todos los de tercero de aquella escuela pública se graduaron, mas sólo un par de alumnas decidieron seguir con sus estudios de bachillerato. A la gran mayoría de sus amigas y amigos de generación le urge trabajar, trabajar, trabajar. En lo que sea, con o sin tapaboca, en jornadas interminables, con riesgos, por la paga que caiga, pero generar dinero. Citlali es una de las dos alumnas que optó por ser enfermera, su sueño a largo plazo.
Rosy, lógico, está de acuerdo con lo decidido por la más chica de sus hijos —entre niña aún y adolescente— y asume la responsabilidad educativa: «La maestra me está mande y mande Whats para que vaya a recoger los cuadernillos de Citlali. Cuestan sesenta pesos cada uno más el gasto de la ida y venida hasta la escuela. A veces creo que me hubiera costeado más que Citlali estudiara en la prepa que nos queda cerquita, en la que salen las clases por televisión. Está casi a la vuelta de la casa de nosotros. Es parecida a la telesecundaria, pero todos me dicen que los alumnos ahí se aburren mucho y que no aprenden nada. Que se quedan dormidos. Que los profes ni van o que ni atención les ponen. Ahora, con lo del coronavirus y todo eso, aparte me da miedo que se me enferme Citlali y luego nos enfermemos todos. ¡Ni lo mande Dios! Mejor, aunque tenga que gastar más, prefiero que estudie en esta otra prepa que está más retirada. Como a hora y media de camino. Pero se necesita el celular y el Internet para comunicarse con la maestra y mandar las tareas. Y no los tenemos».
Rosy, Citlali y la vendedora del mostrador
Palabras más, palabras menos, la historia relatada párrafos atrás es escuchada por Mayela. Es paciente y cortés. Trae el uniforme de la compañía de celulares a la que pertenece. Al lado de su computadora tiene un vaso de cartón, con café aún humeante, con el sello de uno de los tantos Starbucks.
Mayela parece de la misma edad que Rosy, pero con oportunidades de género evidentemente distintas. «Yo también soy mamá y llevo meses escuchando este tipo de historias. Por aquí desfilan a diario alumnas y alumnos —ricos y pobres por igual— que necesitan celulares, el Internet, computadoras. Los maestros y directivos andan en las mismas. Cada quien trae su propia desesperación. Todos los días estamos ofreciendo combinaciones de ventas de equipos que no sólo estén al alcance de lo que el usuario pueda pagar, sino que ofrezcan la posibilidad de usar el dichoso Whatsapp como medio de comunicación. Tenemos mapeadas las zonas rurales y podemos detectar cómo se comporta la señal de Internet en cada una de ellas para ofrecer la mejor opción».
Para atender la necesidad de telefonía y señal de Wi-Fi de Rosy y Citlali, la inversión mínima, con garantía de que los mensajes sí lleguen en tiempo y forma, es de seis mil pesos. O van de contado o a plazos, pero son seis mil pesos, equivalentes a los ingresos íntegros de Rosy en un periodo de poco más de un cuatrimestre. Una alternativa inaccesible. Por tanto, a pedir ayuda. A pedir prestado. A pedir por el bienestar educativo de Citlali.
Rosy, Citlali y el inicio de clases
En plena semana de fiestas patrias, el primer grito dado en casa de Rosy fue el de Citlali. Fue tal su alegría al ver su celular nuevo, color blanco, «San sung», como ella dice, que la familia entera volvió a brillar por unos momentos. Con cara de gran asombro ven el aparato y quieren tocarlo, a la vez que le tienen un cierto miedo. Citlali no deja de sonreír. «Anda bien volada», dice su mamá, ya con esa lápida menos sobre su espalda.
Sin embargo, al poco rato de haber abierto la caja del teléfono y encenderlo, comenzó otro relato no menos trascendente. El del segundo grito, pero callado, con frustración.
¿Cómo usar el celular? ¿Qué botones apretar? ¿Qué significan estas palabras como en inglés? ¿Para qué son estos cables? ¿Quién me va a enseñar cómo hacerle para aprender rápido? Es la brecha digital la que ahora aparece en pleno y hace de las suyas en la casa donde Rosy y Citlali seguirán con un anhelo común, en forma de cofia.
Llegó el segundo momento de la verdad para Rosy y Citlali con el arranque de las clases de la prepa. Por fortuna, fue resuelta la necesidad de la infraestructura tecnológica. Celular en mano y saldo suficiente para tener señal de Internet vía 4G. Pero ahora emerge el panorama de las competencias cibernéticas que no fueron enseñadas en las aulas. Ésas que hoy por hoy sí son demandadas —con absoluta urgencia— por el sistema educativo tanto público como particular.
Lo preocupante, en este caso, no será que, en un periodo breve, Citlali logre emparentar con las múltiples funciones de su celular nuevecito. Esta historia deberá continuar con el análisis de los contenidos enviados por Whatsapp y la calidad educativa resultante, en medio de la pandemia de salud global y con celular en mano. E4