Un hijo, un extraño

El miedo a los siete años era perder el equilibrio al montar la bicicleta; a los doce, recibir castigos por pasearme en ella a escondidas; a los 18, esquivar motorizados anticiclistas; a los 25, no eliminar kilos a pesar del incesante pedaleo; a los 53, morir, literalmente, en el intento por ganar calidad de vida. Las angustias y sus motivos giran sobre las ruedas del tiempo.

El miedo y la comida. El miedo y la educación. El miedo y el vestir. El miedo y el dinero. El miedo y las redes sociales. Cada edad, cada tema, tienen distintas caras de temor. La percepción con struye, destruye, reconstruye y marca límites con distintas líneas cronológicas.

La última bicicleta quedó arrumbada, al igual que tantos otros motivos que, en su momento, le dieron trascendencia estremecedora. Da la sensación que cada día acerca más al cierre del calendario vital y no a un caudal de años de plenitud. La atención está empeñada en pensar en el propio morir y sus efectos, sus cómos, sus derivados. Algunos no comulgan con esta mortífera descripción. Sus días son de sempiterna fiesta. Otros quizá sí intiman con el momento de su despedida terrenal, pero luego, sus tantas otras certezas les distraen y se aligeran de preocupaciones. También está otro grupo con el foco puesto en el último día de su vida y su respectivo miedo en turno: saber que nadie estará ahí para enterrarlos. Al enlistar posibles candidatos para semejante ejercicio de lealtad, la irreparable soledad es protagónica. Hermanos, hijos, amigos, conocidos, todos unos muertos vivientes. Un desconocido con recibo de honorarios en una mano, y una pala en la otra, aparece, aquí, como la alternativa más convincente. La larga e imparable lista de almas perdidas es aún más tétrica que la fosa del próximo muerto solitario, entregado a la tierra o al fuego por manos absolutamente extrañas en lugar de la presencia de aquél, de aquélla, de aquéllos en quienes la fidelidad se suponía sello indeleble. Creíste que él era así y no fue. Supusiste que ella era así y tampoco. Y cuántos creyeron que tú y que yo éramos así y les fallamos. Rupturas insalvables.

¿De dónde surgen el miedo y el entierro en soledad? De una frase compartida por Ruth Madoff, al ser entrevistada en la cadena televisiva estadounidense NBC en 2011: «Viví con él 50 años y nunca supe quién era en realidad» (www.youtube.com, «Matt Lauer Interviews Ruth and Andrew Madoff»). Se refería a su esposo, el responsable del mayor fraude económico en Wall Street, el de 65 mil millones de dólares, convertido en escándalo en 2008. Bernie Madoff fue condenado a 150 años de cárcel por traicionar a ahorradores e inversionistas de distintos países. A través de su casa de inversión fundada en 1960, la «Bernard L. Madoff Investment LCC», amasó una fortuna a la medida de la confianza que necesitaba generar en sus potenciales asociados al igual que en sus clientes cautivos. «Su negocio no consistía en invertir los ahorros de ellos para conseguir retornos elevados, sino que dejaba ese dinero en cuentas corrientes normales y los retornos los pagaba con el dinero de los nuevos clientes. (…) En 2008, mucha gente asustada por la crisis quiso recuperar sus inversiones y tuvo que reconocer que se habían esfumado» (blog.elconfidencial.com).

En 2017, la poderosa cadena HBO, lanzó al mercado la película El mago de las mentiras (The wizard of lies), protagonizada por Robert de Niro y Michel Pfeiffer. Es una biopic que recrea el caso de los Madoff y lo ofrece a otros públicos a nivel internacional.

Título y artistas estelares son imán. Las cartas de presentación de la película auguran una interesante inversión de tiempo y reflexión, tal y como es muy probable que suceda con un espectador no especialista en el mundo de la bolsa y las finanzas, pero sí con experiencias fuertes donde la confianza traicionada ha sido determinante.

El mago de las mentiras está plagada de temas a discutir. Es una de esas historias con ganchos de dónde colgar la imaginación y mecerla con fuerza. La hipocresía asociada a una clase económica de insaciable ambición; la imagen de la comunidad judía en el país más rico del planeta; la esposa del multimillonario que jamás planeó trabajar en algo que le permitiera proteger riesgos futuros; los hijos enceguecidos por las capacidades empresariales de un padre que sólo lleva éxitos monetarios a casa; una avasalladora y castrante figura paterna; la secretaria del patrón poderoso y su obsesivo y ansioso perfil por encajar en el código del blof; los medios de comunicación enloquecidos por machacar una nota espeluznante; el desaire sostenido del padre a sus hijos varones, incompetentes, desde su perspectiva; los arribistas lambiscones, medradores profesionales, siempre listos para arrasar en reuniones, juntas, viajes, celebraciones. Este filme da para todo eso, y más.

Pero el tema que ahora provoca una pausa es la reacción de los hijos de Bernie al saber del fraude de propia voz de su padre. Luego de los esperados por qués, lo condenan de manera lapidaria y lo denuncian. Se niegan a firmar la fianza para que obtenga libertad provisional y declaran sentir horror por su progenitor. «No sabíamos nada, no tenemos idea de lo perverso que él podía ser», declaran. Con la misma vehemencia con la que disfrutaron de las jugosas riquezas familiares, se lanzaron contra quien también fuera su jefe en las empresas y que, por cierto, también las puso en sus manos para garantizarles economía de triunfo a ellos, a sus hijos, a los hijos de sus hijos y sucesivos. Los chicos muestran sumisión ante los exabruptos autoritarios de su papá a lo largo de la historia. Pero al quedar en la ruina, su desprecio, su deslinde fue absoluto. El dolor de los descendientes de Bernie Madoff queda plasmado de manera impactante cuando uno se suicida, siendo ésta una razón más por las que tampoco llegaron a perdonar a su madre por cruzar algo de comunicación con la idolatrada figura de autoridad en casa.

Curioso contraste: ¿cómo fue la reacción del hijo de Pablo Escobar al conocer el perfil delictivo de su padre? En el libro reseñado en columnas anteriores, Pablo Escobar: mi padre, su hijo relata vaivenes de negra entraña de su familia. Y, al referirse a su papá, es enfático al defender su amor familiar y lealtad a la sangre. Cabe mencionar que el hijo de Escobar recibió una condecoración por la paz por parte de la UNESCO a raíz de sus declaraciones relacionadas con su lucha por el perdón y la reconciliación.

El mago de las mentiras sigue preso. Su condena es por 150 años. Morirá y seguirá endeudado, con la condena encima. Ni su hijo ni esposa, menos aún otros parientes o amigos le rondan ya. Regresará a la tierra o al fuego, solo. El dilema ético al que invita la película es recomendable para compartir en lo individual y para analizar en lo colectivo. Las enseñanzas siguen a partir de frases tan pesadas como «sangre de mi sangre», como «learning to believe again in a post-Madoff world» (aprender a creer de nuevo después del mundo post-Madoff), como «también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», como «ojo por ojo, diente por diente», como «life is the art of dying» ( la vida es el arte de morir). E4

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

Deja un comentario