Nuestra querida madre María del Carmen culminó su larga y fructífera existencia el 3 de abril, trajo al mundo siete hijos; seis varones y una mujer. Junto a su esposo —al que sobrevivió a lo largo de 47 años—, en medio de los vaivenes y avatares de la vida, mantuvieron una constante en nuestra formación: la transmisión de valores y la mejor educación.
A la prematura muerte de nuestro padre, ella se hizo cargo de la familia, afrontando una serie de retos de toda clase, los que logró superar con creces. Ahora que ella ya no está físicamente con nosotros, en estos días me he estado preguntando, de dónde obtuvo la fortaleza para salir adelante, y por ahora la respuesta que tengo, es que esto fue posible, en buena medida, gracias a su firme educación religiosa, que, si bien recibió en su casa, se explica también por el contexto del país en sus años de infancia.
En efecto, en 1926 cuando nuestra mamá tenía apenas cuatro años, irrumpió en México la persecución religiosa, con Calles en la presidencia de la república. Y aquí se aplica a cabalidad la frase atribuida a Napoleón Bonaparte, en el sentido de que geografía es destino, si bien este caso que narro a continuación ocurrió en un espacio físico muy puntual.
El hecho es que la casa de mis abuelos maternos, localizada sobre la calle de Bravo, colindaba con el obispado, cuyo edificio estaba en la calle de Juárez, a un costado de la catedral. Abro un paréntesis para hacer constar la ironía de la vida: la que fuera sede de la máxima autoridad religiosa local, se convirtió con el paso del tiempo en la casa del Benemérito y, recinto oficial del juarismo en nuestra ciudad.
Retomando el tema, al sobrevenir el conflicto entre el Gobierno y la Iglesia católica, el obispo ante la amenaza prevaleciente le pide ayuda a mi abuela para salvaguardar los ornamentos, vinos de consagrar y la excelente biblioteca, entre otros artículos existentes. La petición que recibió una respuesta afirmativa de parte de nuestra abuela Luisita —como le decíamos de cariño—, fue de mucho valor, ante las posibles represalias del régimen.
Mediante sogas —nos contó nuestra madre—, los seminaristas, luego de colocar en cajas de madera el activo religioso ya descrito, lo pasaron sobre la pared medianera, donde estuvieron a buen resguardo mientras duraba el conflicto. Entre aquel acervo, figuraba una edición de la obra inmortal de Cervantes, en una edición de lujo, que la familia pudo disfrutar. Al término de las hostilidades, aquel rico inventario regresó a su lugar de origen.
Pienso que esta experiencia pudo haber tenido un fuerte impacto en nuestra mamá, al imbuirle una sólida convicción religiosa que la acompañaría durante el resto de su vida. Esto explicaría, el que años más tarde, llegara a participar de manera activa en agrupaciones religiosas, vigentes en ese tiempo, como la Acción Católica y el Ropero del Pobre, cuyo fin era ayudar a solventar las carencias de las personas necesitadas.
Ese espíritu de servicio hacia el prójimo nos explica el porqué, además de encargarse de la educación de sus hijos, lo hiciera con sus nietas y nietos, a quienes ayudó principalmente con las clases de matemáticas, en especial con las tablas de multiplicar. Cuando me fui a estudiar inglés a Estados Unidos, ella me consiguió, con la ayuda de mi prima Luz Angélica, un libro de gramática que me fue de gran utilidad.
Pienso que su fe religiosa le dio la fortaleza para enfrentar los problemas, como cuando ante las dificultades por las que atravesaba el negocio agrícola de la familia, con generosidad dispuso de una propiedad ubicada en una zona residencial de alto valor, para pagar las deudas existentes. Todavía conservo en mi memoria aquel domingo por la tarde, cuando ella y mi hermana Lucía del Carmen, esperaban en la esquina el autobús urbano que las conduciría a misa a la iglesia del Carmen. Fueron tiempos difíciles, que pudo afrontar y superar.
Hubo también tiempos buenos, como en las cenas de Nochebuena, en las que desplegaba sus dotes de cocinera experta, con una gran variedad de platillos, que se han quedado para siempre en nuestros recuerdos. Nuestra madre ya no está físicamente con nosotros, pero su vida ejemplar es el faro de luz que nos permite transitar por los caminos de la vida. Fuimos muy afortunados al haberla tenido por muchos años. Descanse en paz, doña Carmela.