El resentimiento, vieja enfermedad del espíritu humano, hace estragos en casi todos los corazones. Siempre hay alguien que nos hace daño. El rencor se anida en nuestra alma. Buscamos el desquite en medio de la impotencia. Se trata de echar culpas. La filosofía de Nietzsche se sitúa de un modo particular ante esta problemática. La psicología, determinada corriente psicológica, ofrece algunas salidas. Veamos cómo plantea el asunto del resentimiento el filósofo de Sils Maria.
El libro de referencia ineludible es Genealogía de la moral. En dicho texto, Nietzsche asegura que fueron «“los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos…» (Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral, Tratado primero, 2, p. 37). Y lo fundamenta en un ejercicio filológico que lo lleva a expresarse de este modo: «Creo estar autorizado a interpretar el latín “bonus” (bueno) en el sentido de “el guerrero”…» (Ibid., Tratado primero, 5, p. 42-43).Luego entonces los buenos fueron, en un principio, los fuertes y los poderosos.
¿Quiénes invirtieron la aristocrática ecuación de los valores que afirmaba que bueno es igual a noble, a poderoso, a bello y a amado por Dios? Los judíos. Con ellos comienza la «rebelión de los esclavos en la moral». Aparece el resentimiento, y éste produce valores. Mientras tanto, los «hombres de alta alcurnia» no incurren en la comparación. Cosa que sí sucede con los débiles.
La solución entonces estriba en no compararse. Recuerdo que Michael Jordan, el considerado por los expertos como el mejor basquetbolista de todos los tiempos, solía presentar como fórmula de éxito el compararse sólo consigo mismo. El resentido se compara. Por alguna razón, Savater definió el resentimiento como «la articulación moral de la envidia», (Savater, Fernando, Idea de Nietzsche, p. 132). Los envidiosos se la pasan comparándose, no frenan el mecanismo de la comparación, y ello los orilla a la mediocridad.
¿Es la comparación inevitable? Quizá no. Pero lo que sí es evitable es dejarse llevar por ella. Podemos controlarla, ponerle un freno. Por lo tanto, no está justificado sumirse en el resentimiento. Nietzsche censura la cultura del rebaño. Lo atinado es separarse, no unirse: «por necesidad natural tienden los fuertes a disociarse tanto como los débiles a asociarse…» (Nietzsche, Friedrich, op. cit., Tratado tercero, 18, p. 175). Es mentira aquello de que «la unión hace la fuerza». La individualidad se ve potenciada al máximo. Por ello se ha dicho que la palabra «imbécil» procede de cierta etimología, «in baculus», que hace referencia a la necesidad del bastón para caminar. En la «herrenmoral» nietzscheana, la llamada «moral de los señores», se censura la imbecilidad. Hay que recorrer el sendero sin lazarillo alguno.
Cierta psicología, en cambio, propone la terapia del perdón para resolver el problema del resentimiento. Aprende la lección de aquella historia de rencor que trata de dos hombres que habían compartido una celda en prisión durante mucho tiempo, soportando los malos tratos de los carceleros. Años después, ya en libertad, se encontraron y uno le dijo al otro que ya no se acordaba de los celadores, que los había olvidado. El otro, en cambio, lleno de rencor, le dijo que los seguía odiando con todas sus fuerzas. El primero concluyó: «Lo siento por ti, si eso es así, significa que aún te tienen preso». La terapia del perdón sostiene que el rencor termina convirtiéndose en una cárcel. Y sugiere, mediante un conjunto de técnicas, el alivio por medio del perdón. Esta terapia emparienta con la invitación cristiana al perdón y a la reconciliación.
El sacerdote, nos señala Nietzsche, cambia la dirección del resentimiento. De este modo, la oveja enfermiza reflexiona: «Yo sufro: alguien tiene que ser culpable de esto». Pero su pastor, el sacerdote ascético, le dice: «¡Está bien, oveja mía!, alguien tiene que ser culpable de esto: pero tú misma eres ese alguien, tú misma eres la única culpable de esto, ¡tú misma eres la única culpable de ti!…»(Ibid., Tratado tercero, 15, p. 165). El psicólogo hace las veces de sacerdote, y le dice a la oveja algo similar, y la invita a perdonar y a reconciliarse.
Son dos caminos distintos. El nietzscheano, que no soporta la recaída en el resentimiento y recomienda simple y llanamente no compararse y autoafirmarse, cual señor de horca y cuchillo, y el psicológico, que propone perdonar y hasta cierto punto olvidar, para poder seguir adelante. Ambos caminos son arduos y tortuosos. Ambos son valiosos, aunque irreconciliables. He ahí la encrucijada.
Referencia:
Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral,
Trad. de Andrés Sánchez Pascual, Alianza
Editorial, Biblioteca de Autor, 0610, Madrid, 1997.
Savater, Fernando, Idea de Nietzsche, Ariel, Barcelona, 1995.
Gran artículo, felicidades a espacio4 por tan brillantes plumas. A difundir. Saludos.