Usted disculpe

Hace apenas 40 años en Gran Bretaña, amar a la persona equivocada podía ser causa de convertirse en un criminal y terminar en prisión. La homosexualidad era ilegal y durante décadas, cientos de miles de hombres fueron detenidos en bares, cafeterías y baños públicos, y algunas veces hasta en la intimidad de sus hogares y con sus parejas. Su «delito» fue buscar la intimidad con otros hombres, amar a personas de su mismo sexo.

Eso provocó que miles de ellos fueran condenados a prisión, otros más debieron por ley recibir la ayuda de un psiquiatra que les curara esa «enfermedad» y, además, se ganaron el derecho a ser incluidos en una lista negra de homosexuales y gente «indeseable».

En ella estuvieron Oscar Wilde, el dramaturgo irlandés que fue declarado culpable y condenado a dos años de trabajos forzados en 1895 después de haber sido acusado de sodomía, y Alan Turing, el genio matemático que fue figura central en el desarrollo de las computadoras y que hizo una importante contribución a su país en la Segunda Guerra Mundial hackeando «Enigma», la máquina de codificación de la Alemania nazi. El genio inglés fue condenado por cargos de homosexualidad en 1952.

Pero después de que Inglaterra sufrió una atmósfera represiva que arruinó vidas y destruyó reputaciones e incluso acabó en la muerte de muchos de los acusados, hace casi 40 años se despenalizó la homosexualidad y, al igual que muchos países, ha experimentado un giro en sus actitudes hacia la homosexualidad; ahora incluso el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal desde el 2014.

Pero a pesar de que la sociedad inglesa se considere como de avanzada, la homofobia sigue siendo vista como natural en ese país y eso ha dado forma a su cultura actual. Se llegó al extremo de que el Gobierno ¡perdonó! a miles de hombres homosexuales que fueron condenados, por sus preferencias sexuales.

Con la Ley Turing, se «perdonó» a 65 mil gays convictos del delito de «indecencia». De todos ellos, alrededor de 15 mil aún viven y 50 mil ya fallecieron. Pero Las asociaciones LGBT de Inglaterra dicen —con justa razón— que el Gobierno está perdonando y no ofreciendo una disculpa.

Al respecto, George Montague, activista gay de 92 años de edad, padre de tres hijos, abuelo y encarcelado en 1974, declaró: «Aceptar un perdón significa aceptar que fuiste culpable. No quiero perdón, lo que quiero es una disculpa institucional porque no soy culpable de nada».

Y es que aunque sé que se trata de una rectificación importante de un pasado vergonzoso, lo que ofrece la Ley Turing apelando a no detenerse en el pasado, no importa lo doloroso, es un indulto, perdonar a quien no tiene que ser perdonado.

Pero hay quienes no entienden. Francisco Bergoglio, a quien le llaman también el Papa Francisco, acaparó los titulares de los medios de comunicación al declarar al diario italiano La Repubblica, que había pedido a los obispos italianos que no admitan seminaristas «con tendencias homosexuales» porque ya hay demasiado «mariconeo». Luego se quiso disculpar y el portavoz del Vaticano, Matteo Bruni, reconoció que se trató de un error lamentable.

Pero siglos de persecución no pueden ser de pronto olvidados. A esa opresión y ese rechazo fueron sometidos en el pasado las más grandes mentes creadoras de la historia: Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, Molière, André Gide, Federico García Lorca, Virginia Woolf, Gabriela Mistral, Arthur C. Clarke, Truman Capote y Jacinto Benavente y a ellos súmele a cientos de miles de personas sin rostro, sufriendo una homofobia institucional a la que ahora pretenden dar «vuelta a la página» y decir: Te perdono o usted disculpe.

Así que perdones póstumos, aun con las mejores intenciones, no lograrán borrar el sufrimiento y el escarnio al que miles de homosexuales fueron sometidos en el pasado. Eso fue lo que le sucedió en 1952 a Alan Turing, cuando fue declarado culpable de indecencia grave.

¿Qué le pueden ofrecer ahora a Turing después de todo lo que le hicieron? Quizá le podrían decir: «¿Recuerdas que fuiste acusado de robo, encarcelado y luego castrado químicamente? Bueno, pues ¿qué crees?, te perdonamos. Ah, lo olvidaba, estás muerto porque te suicidaste de la vergüenza».

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

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