¿Venimos al mundo a ser felices?

En todas las culturas y épocas, los seres humanos nos hemos cuestionado el significado de la felicidad. Las respuestas, entonces y ahora, casi siempre vinieron de la filosofía, la literatura y pocas veces de la ciencia. Para Aristóteles, no estaba claro si la felicidad era algo que podía aprenderse, adquirirse por costumbre o del destino. Siglos después, Immanuel Kant, expresaba que «La felicidad no brota de la razón sino de la imaginación». León Tolstoi sostenía que «El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace» y para Víctor Hugo «La felicidad suprema en la vida es tener la convicción de que nos aman por lo que somos, o mejor dicho, a pesar de lo que somos». La felicidad, dijo el poeta brasileño Vinicius de Moraes, es «como una pluma que vuela en el aire. Vuela ligero, pero no por mucho tiempo». Sigmund Freud, uno de los primeros científicos del comportamiento humano, decía que «Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo».

Pero si usted insiste en que estamos en este mundo para ser felices, entonces debería de conocer el estudio elaborado por investigadores de la Universidad de College London, que elaboró una fórmula matemática para explorar la esquiva felicidad con mayor rigurosidad. El estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, señala que se realizaron resonancias magnéticas cerebrales a voluntarios, donde se observó que en dos áreas concretas del cerebro (el núcleo estriado ventral y la ínsula) correspondían con el nivel de felicidad. Con estos datos diseñaron una complicada ecuación a la cual llamaron «La fórmula de la felicidad» y una aplicación móvil que llamaron «The Great Brain Experiment» donde participaron 18 mil personas para predecir exactamente cuán felices se sentían.

La investigación probó qué sustancias en el cerebro, como la dopamina, juegan un rol determinante en la felicidad. Al final, el estudio no plantea cómo ser feliz, pero sí nos da una valiosa herramienta para estudiar la felicidad y otros trastornos emocionales.

La única realidad es que la constante búsqueda de la esquiva felicidad ha ayudado a crear una expectativa que la vida real se niega a cumplir. La felicidad es una construcción humana, una idea abstracta sin equivalente en la vida real. La felicidad sostenida no tiene base biológica. Es difícil decirlo, pero los seres humanos no estamos diseñados para ser felices, ni siquiera para estar contentos. Nuestro propósito principal siempre fue sobrevivir y reproducirnos, como cualquier otra especie, en el mundo natural.

El hecho de que la evolución haya priorizado el desarrollo de un gran lóbulo frontal en nuestro cerebro que nos brinda habilidades ejecutivas y analíticas, sobre una capacidad natural para ser felices, nos dice mucho sobre las prioridades de la naturaleza. La felicidad, al ser una mera construcción sin base neurológica, no se ha podido encontrar en el tejido cerebral.

Expertos en este campo, argumentan que el fracaso de la evolución para eliminar la depresión (a pesar de las evidentes desventajas en términos de supervivencia y reproducción) se debe a que la depresión como adaptación juega un papel útil en tiempos de adversidad, ayudando a desvincularse de situaciones arriesgadas. La depresión que no le recomiendo a nadie, puede tener una función de resolución de problemas durante tiempos difíciles.

Y es que como todo lo demás en nuestras vidas, nuestras emociones mixtas e impuras, son desordenadas, enredadas y a veces contradictorias, y es por eso que ni aun la ciencia, la filosofía o la literatura podrán decirnos jamás qué es la felicidad, pues este sentimiento, este estado de ánimo pasajero, tiene tantos y tan diversos significados que cada uno de nosotros la entiende de forma distinta. Para algunos es tener dinero. Unos más la identifican con la salud y otros con el amor. Para varios es tener poder y para la gran mayoría, entre los que me incluyo, la felicidad es un sinónimo de familia, hijos, nietos, amigos y los grandes momentos que se construyen de pequeñas cosas. La vida es tan corta, tan falta de sentido y a veces tan absurda, que no podemos desperdiciarla siendo infelices.

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

Deja un comentario