Los hechos que se registraron en el estadio Corregidora de Querétaro, donde un grupo de aficionados atacó, golpeó y masacró a otro grupo del equipo contrario, primero en las tribunas, después en la cancha, evidencia la decadencia de una liga deportiva que es cada vez menos atractiva y que también ya no ofrece, junto a autoridades, el mínimo indispensable para que familias puedan acudir a un evento que genere placer y no terror para los asistentes.
Las imágenes dantescas de turbas golpeando y desnudando a hombres inconscientes circularon a nivel mundial y mostraron también el ambiente de violencia, enojo y rebelión entre personas que no se detuvieron ante la falta de autoridades y personal de seguridad en un evento que ya tenía antecedentes de enfrentamientos entre porras del Atlas y Querétaro, tanto en Guadalajara como en Querétaro.
Otra posibilidad es la filtración de la delincuencia organizada entre barras, y que además de la venta de drogas, sean utilizados como grupos de choque para sembrar miedo y terror, no solo en los encuentros deportivos, también en manifestaciones y actos que busquen la desestabilización.
Las imágenes muestran la participación de más de 20 personas en las agresiones, lo que significará que solo una parte de los agresores será castigada para mostrar mediáticamente que hay una sanción ejemplar para quienes realicen actos de esta índole.
Los hechos confirmaron, una vez más, que en este país, ante situaciones críticas, se toman decisiones radicales que no necesariamente son soluciones permanentes y de largo plazo, el ejemplo es la cancelación de barras y porras como lo hiciera el equipo de las Chivas del Guadalajara, que anunció la prohibición indefinida de ingreso a su propia barra de animación.
El problema es más complejo y está relacionado con los propios equipos y sus directivas, que alentaron y financiaron a estos grupos que encontraron una gran oportunidad de lucro con la afición que gusta de ir a un partido a cantar, bailar y brincar durante los partidos de futbol.
A los empresarios se les salieron de control las barras y ahora la única alternativa es tratar de identificarlos y ubicarlos, junto a toda la afición, a través de procesos de acceso a los partidos con sistemas y lectores de identidad, proceso que lo convertirá sin duda en un espectáculo más caro para los ciudadanos.
Ya de por sí, para una familia de cuatro integrantes es muy difícil acudir a un juego por los altos precios de boletos y productos y alimentos que se venden en el estadio, cuyo gasto promedio supera los mil pesos, cantidad alta para un núcleo de clase media-baja.
La respuesta de las autoridades, la Federación de futbol y los clubes, generó controversia entre la opinión pública, y aunque no se observó una reducción radical de asistencia a los estadios en la jornada siguiente al trágico evento, sí se percibe una sensación de desencanto y hasta miedo entre los que asisten y los que ven los juegos por la televisión y el internet.
A la liga mexicana de futbol le urge una sacudida para mejorar su mercadotecnia y sus formas de proteger el espectáculo que es cada vez más lejano a la afición de familias, niños y jóvenes, pero que además ya es superada por ligas extranjeras de otros deportes que tienen mejores niveles de audiencia al menos en transmisiones de televisión e internet.