Este espacio no ha sido ni será para ventilar asuntos personales, por dramáticos, urgentes o relevantes que parezcan. Ahora es así porque hay una enseñanza de por medio ante un riesgo mortal más próximo de lo que se piensa. Todos estamos expuestos.
Días de temperatura y molestia confundidos con reacción a vacuna de influenza y un PCR negativo falso de afamado laboratorio —quizás por lo temprano de la infección— y las más de 48 horas de la entrega de resultado hicieron bajar la guardia. Los cuidados preventivos eran razonables, contacto social a distancia y mínimo. En algún momento un descuido, un error, la confianza que mata.
Una semana más, la fiebre persiste, el cuadro se complica. No hay dolencias propias de COVID. Tras 10 días con la salud en deterioro una nueva prueba, laboratorio distinto, reporte más oportuno, ocho horas: positivo. Un neumólogo de excelencia ordena un angiotac pulmonar: el virus ha atacado severamente los pulmones que registran inflamación generalizada. Dificultades para respirar, se opta por tratamiento en casa con oxigenación asistida. La medicina tiene sólidas pistas de qué hacer, el neumólogo receta una medicación a la altura de la crisis. El escenario próximo; intubación en hospital. La ciencia, tés, mantras y plegarias hacen su parte. Cuatro días después el virus se va, el daño queda. La disciplina y fortaleza invertida desde hace tiempo en compañía de mi mujer Ana Luiza y la motivación de ver crecer a mi bebé dan resultado; recuperación pronta y plena.
No me perdono el riesgo de contagiar a quienes más amo, los únicos con quienes realmente convivía. El virus es letal. Combatirlo requiere oportunidad, suerte e infraestructura médica costosa, escasa y a la que es muy difícil acceder. Fui de los privilegiados. No hay de otra: prevenir. Es una locura exponerse al contagio. La suerte de la fatalidad sea uno de 10 (en México) o uno de 30 (mundial), es la ruleta rusa que uno convoca al contagiar a los demás, casi siempre a los que uno más ama.
Creo que el responsable oficial de la lucha contra la pandemia, López-Gatell, actúa de modo francamente criminal. No lo digo por enojo, sino por su evidente negligencia ante el tamaño de la amenaza y a su secuela. Su resistencia a las pruebas es criminal, así como su ambigüedad sobre el uso del cubrebocas. Es deseable que el presidente, en el dolor propio en el que le acompaño por el deceso de su única hermana, le haga reflexionar y lo remueva a la brevedad. Ha dispensado mal la generosa confianza que le ha concedido. Sobra ciencia en casa para acometer un reto de tal magnitud.
Tiempos inciertos
Los tiempos hacia delante, como pocas veces revelan incertidumbre. Los temas de la economía por sí mismos son preocupantes, más si se advierte la magnitud de la crisis sanitaria y su aterradora secuela. Lo mismo puede decirse del tema de la inseguridad. La impunidad persiste como signo de nuestros tiempos, mientras que el presidente ha resuelto atrincherarse en él y los suyos. La intolerancia va en aumento y no hay reserva para que las instituciones del Estado como la UIF y el SAT sean empleadas para amedrentar a los adversarios o a los críticos del gobierno, como ocurrió en días pasados al referirse al trabajo de la organización civil Mexicanos Contra la Corrupción. El presidente López Obrador resiente en exceso las opiniones distintas, algunas ni siquiera críticas. Es menester que se aparte de ese sentimiento de guerra, el país le necesita en su condición de presidente de todos los mexicanos. La incondicionalidad y el sometimiento poco tienen que ver con la coexistencia, ya no digamos la civilidad política. Vivimos en un país polarizado bajo un consenso frágil por la exclusión implícita y la calidad de las adhesiones. Los resultados son los que importan, la retórica más pronto que tarde sale sobrando. El presidente se equivocó en no saludar al candidato demócrata Joseph Biden por su triunfo en la elección. Afortunadamente para México y su gobierno, es el caso de un político de un extraordinario talento, temple y sentido de la prudencia, como lo ha mostrado en estos difíciles días, ante la actitud pendenciera y arrogante de Donald Trump. Las dificultades no estarán en la relación personal de los presidentes, sino en las diferencias que existen en muchos temas de la agenda propia y que anticipan tensión. López Obrador ha mostrado flexibilidad y pragmatismo en la relación bilateral, seguramente continuará por esa vía. El arribo de la vacuna contra el covid-19 está en el horizonte. Con ello el país habría de regresar a la normalidad después de una dolorosa pausa de más de un año y que al momento ha llevado a la muerte a casi 100 mil personas, según cifra oficial. Un manejo criminal por el Dr. Hugo López-Gatell. Los números de la tragedia se acumulan día a día. México no solo esta en los primeros lugares de fallecimientos, tiene la tasa más elevada de letalidad, lo que mucho dice de la mala calidad de la infraestructura hospitalaria.
En breve el país habrá de transitar al periodo electoral. La disputa se anticipa intensa y habrá de centrarse más que en la mayoría en la Cámara de Diputados, en las elecciones de gobernador y de alcaldes. Las oposiciones en algunos estados se perfilan a ir en alianza. Lo relevante será que la contienda tenga lugar en el marco de la legalidad y sin interferencia indebida por parte de las autoridades. El INE tiene una responsabilidad muy relevante. Empero, la amenaza mayor proviene del crimen organizado. Será responsabilidad de todos, particularmente de los partidos y las autoridades, mantener a raya el crimen.