Los Juegos Olímpicos de París: las razones del fracaso

Nunca llegarás a tu destino si te paras a tirar piedras a cada perro que te ladre.

Winston Churchill

En julio, antes de que iniciara la justa olímpica, vaticiné lo siguiente: «La inteligencia artificial pronostica para México siete medallas y una o dos de oro, la inteligencia natural augura sólo cuatro medallas y ninguna de oro». El balance fue el siguiente: tres de plata y dos de bronce. ¿Se trata de un fracaso? La Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) había pronosticado ocho o nueve medallas. La comparación puede ayudar. Concentremos la atención en los últimos 30 años. Los resultados de los 90 fueron para llorar. No pasábamos de una o dos medallas por justa. Sidney 2000 nos sorprendió con seis medallas, una de oro. Luego vinieron dos eventos de cuatro medallas hasta obtener en Londres 2012, ocho preseas, una de oro. Río 2016 es similar a París 2024: cinco logros. En 2020 sólo conseguimos cuatro bronces. El problema de estos juegos, los de 2024, es que no nos colgamos ninguna de «orégano». Visto el comparativo, exceptuando Sidney y Londres, los resultados de los últimos treinta años han sido mediocres.

¿Cuáles son las razones principales del presunto fracaso? Algunos dirán, todo se debe a la mala gestión de Ana Gabriela Guevara. Otros, a que ya no contamos con el inolvidable Hausleber y hemos perdido la hegemonía en la marcha y un largo etcétera. Me concentraré en una de las razones. Aquella que tiene que ver con la mentalidad con la que los mexicanos afrontamos estas competencias. El recurso a Ramos y a Paz es obligado.

Octavio Paz se muestra crítico frente a la tesis de Samuel Ramos de que lo que caracteriza al mexicano es su complejo de inferioridad y el correspondiente machismo como compensación de su minusvalía. En la entrevista que acompaña a El laberinto de la soledad, el premio Nobel señala que:

«Las observaciones de Ramos fueron sobre todo de orden psicológico. Estaba muy influido por Adler, el psicólogo alemán, discípulo más o menos heterodoxo de Freud. El centro de su descripción era el llamado “complejo de inferioridad” y su compensación: el machismo. Su explicación no era enteramente falsa, pero era limitada y terriblemente dependiente de los modelos psicológicos de Adler» (p. 323).

Empero, más allá de esta crítica y de otras que se han vertido en torno al autor de El perfil del hombre y su cultura, hemos de reconocer que dicho complejo es uno, no el único, de los rasgos típicos del mexicano. Samuel Ramos lo descubre en «el pelado», en el mexicano de la ciudad y en el burgués mexicano. Todos ellos buscan, tal como lo afirma Adler en su obra, la compensación a su inferioridad, la llamada por Nietzsche «voluntad de poder». La vida es, casi siempre, compensación.

La mentada de madre del medallista olímpico, el infatigable Sargento Pedraza, cuando estuvo cerca de llevarse el oro, en aquellos juegos olímpicos de México 68, nos invita a repensar ese complejo. Pedraza, inconforme con la plata, maldijo a su contrincante, el soviético Golubnichi, quien a la postre lo venció por sólo dos segundos. De eso estaban hechos nuestros héroes de aquel 68 que nos regaló ocho medallas. Y esto es lo que pretende retratar Ramos en su opúsculo. Hay que superar el acomplejamiento y sacar fuerzas de flaqueza para adjudicarse la plata. Eso es tener agallas. Pedraza no logró el oro, pero su esfuerzo sigue activo en la memoria.

Sin embargo… no es que los mexicanos seamos inferiores. El mismo Ramos lo puntualiza: «No hay razón para que el lector se ofenda al leer estas páginas, en donde no se afirma que el mexicano sea inferior, sino que se siente inferior, lo cual es cosa muy distinta». (p. 52). No somos inferiores, y no hay que entrar en el círculo vicioso adleriano de la inferioridad y el consecuente poderío sin ton ni son, compensación que no resuelve el problema de fondo. Para lograr esa seguridad no hace falta la compensación. Es cuestión de que nos afirmemos como lo que somos, «la raza cósmica» de Vasconcelos.

Y es que, aunque Vasconcelos exagere con eso de que la mescolanza de razas latinoamericanas, el mestizaje, dará como resultado la gran raza cósmica, es innegable que la lectura de su opúsculo desata en nosotros la motivación necesaria para cambiar esa mentalidad apocada que macula nuestro porvenir. Habrá que cantar con Santiago Feliú: «Extra, extra, noticia de última hora, promete el futuro portarse bien».

Referencias:

Paz, Octavio, El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta a El laberinto de la soledad, FCE, 3ª. edición, México, 1999.

Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, Espasa Calpe, Col. Austral, No. 1080, 8ª. edición, México, 1979.

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