¿Cómo rebatirle al destino tu descarada incursión? Si eres el fantasma de los amores subyugantes, vetados; un largo sorbo de café caliente, el corcho de una botella de sorpresas.
¿Una coincidencia universal? ¡Diablos! No lo sé. Es como tararear tu canción favorita y de pronto la escuchas en la radio. Es como tener ganas de gritar y de abrir los brazos y justo se desata un aguacero de aquellos. De volverse locos de libertad, saltar sobre los charcos y alzar la vista al cielo para ver cada gota de lluvia caernos encima.
Es una lucha contra el razonamiento lógico, porque han dicho que la fantasía no existe y mi corazón es una centrífuga de hadas luminosas, estrellas y microcosmos de colores. Es encontrar girasoles en medio de una tierra triste, que conmueve al cielo y le obsequia agua con moñitos brillosos.
Y es que mientras todos conocen las caricas de las manos, tú y yo descubrimos otro idioma, ese que nos habla quedito, despacio, casi en susurro. La brújula de tu cuerpo me lleva al sur, irremediable; travesía desconocida. Patria andina.
Qué tal si dejamos despiertos los sueños, mientras nuestras almas duermen con sus pestañas jugando a las miradas de amores que conspiran.
Aquí nadie gana, nadie pierde; es un juego interminable y cíclico, sin llegadas a meta o salidas en falso. Los momentos son sólo eso, momentos… El presente se vuelve pasado y futuro al mismo tiempo, porque no hay conjugaciones complicadas ni verbos innecesarios.
¡Al carajo con el mañana! Vivo como un maldito desahuciado; con las emociones dorándose en un sartén de aceite hirviendo, sin pensar cuánto tardan en tocar el suelo las burbujas de jabón, cuántos minutos son en 365 días o cuántos cabellos tienes. Me bastan tus ideales, tus ojos arcoíris, tu capacidad para duplicar sentimientos; tu boca tan dispuesta a la mía y tu silueta estrecha descansando sobre mi cuerpo, febril, ansioso. Me basta una hora o lo que lleve recorrerte; me bastas tú…