Si en 1872 —cuando tuvo lugar la primera entrega de La vuelta al mundo en 80 días para el periódico Le Temps— le hubieran dicho a Julio Verne que 150 años después se podría realizar el mismo trayecto en menos de 80 horas —James Stephen «Steve» Fossett implantó record de 67 horas en 2005— el insigne escritor francés no lo hubiera creído… o quizás sí, tratándose de él.
Hoy el ser humano ya apunta a viajes más lejanos. Con la Luna alcanzada, Marte surge como el objetivo a seguir. Sin embargo, la empresa SpaceX —propiedad de Elon Musk, recientemente clasificado por la revista Forbes como el hombre más rico del mundo— busca que estas travesías no sean experiencias reservadas para grandes aventureros o profesionales de la aviación. Por tal motivo ha destinado importantes recursos en aras de que personas comunes lleguen al espacio. O quizás no tan comunes porque sí se requiere de mucho dinero para comprar un «boleto» que te lleve al espacio exterior.
De cualquier manera, no deja de ser un propósito que bien vale la pena aplaudir y es consecuente con la misión inicial de SpaceX: «facilitar la colonización de Marte». Así pues, el 8 de abril partió rumbo a la Estación Espacial Internacional (EEI) la misión Ax-1, un vuelo totalmente comercial compuesto por tres empresarios y un exastronauta. Los empresarios —el inversionista inmobiliario estadounidense Larry Connor; el inversionista y filántropo canadiense Mark Pathy; y el expiloto de combate, inversionista y filántropo israelí Eytan Stibbe— desembolsaron 55 millones de dólares cada uno por el trayecto de 350 kilómetros hasta la EEI y una estancia de ocho noches. El cuarto integrante de la misión fue su comandante, el hispano-estadounidense Michael López-Alegría, quien ya había estado en la estación.
Según detalla CNN «la nave espacial, que se separó del cohete después de alcanzar la órbita, voló libremente durante 20 horas a través de la órbita y pasó todo el viernes [8 de abril] maniobrando lentamente más cerca de la EEI, y logró atracar en la mañana del sábado, tras resolver un problema de video».
Y aunque lo parecen, los tripulantes de Ax-1 no se consideran turistas. «Esta misión es muy diferente de lo que pueden haber oído en algunas de las misiones recientes —especialmente suborbitales—. No somos turistas espaciales», dijo López-Alegría, quién sabe si para marcar punto y aparte con la empresa Blue Origin, competencia de SpaceX en este tipo de proyectos pues ha «vendido» breves vuelos supersónicos, o para no restarle importancia al proyecto.
«Creo que es importante diferenciar los turistas especiales de astronautas privados […] Los primeros pasan 10 a 15 horas entrenándose (y) cinco a diez minutos en el espacio […] Nosotros pasamos entre 750 y más de mil horas entrenando», agregó el jefe de la misión.
Se supone, además, que aprovechen «la vuelta» para ejecutar una serie de experimentos de investigación orientados a estudiar el proceso de envejecimiento, salud cardíaca y células madre mientras se encuentren en el llamado laboratorio orbital. Pero podemos apostar que no faltarán las fotos del recuerdo ni las sesiones de éxtasis frente a la vista del espacio abierto y nuestra Tierra. Lo mismo que haría cualquier turista.
El mensaje implícito en esta misión es que los viajes interestelares comerciales cada vez están más cerca. Hoy replicamos una experiencia similar a la acaecida en 1914, cuando un hidroavión Benoist-14 transportó al primer pasajero de pago entre las ciudades de Tampa y San Petersburgo, en Florida, Estados Unidos.
De eso hace poco más de un siglo. No resulta descabellado pensar que transcurrirá menos de un siglo para que alguno de nuestros descendientes disponga de la tecnología adecuada para decir: «a la Luna, por favor» y se vaya de paseo.
Lo cual, advierto, no significa que mientras alguien se pavonea por el espacio exterior, en algunas naciones pobres, muchos tarden horas en esperar por un ómnibus que, de llegar, lo hará atestado de gente y con más riesgo de sufrir un accidente que el otro cohete espacial. Y si no lo creen, pregúntenle a cualquier cubano.