A vueltas con la libertad: el dilema de la naranja mecánica

El hombre que no puede elegir ha perdido la condición humana.

El chaplino (sacerdote) de Naranja mecánica

La naranja mecánica de Anthony Burgess fue publicada en 1962, hace ya más de 60 años, y fue llevada a la pantalla por Stanley Kubrick en 1971. En el libro y en la cinta se nos narra una historia singular, quizá influida por el hecho de que la violencia había hecho presa años antes de la mujer de Burgess, que fue violada por cuatro marineros yanquis borrachos. El pequeño Alex ha montado una pandilla que comete tropelía tras tropelía, mientras se expresa en un «caló» entre inglés y ruso. Esta «pendiente resbaladiza» se ve truncada cuando cometen un crimen de más que manda a la cárcel al protagonista. Se trata ahora de rehabilitar, con fines políticos, a este individuo mediante un método conductista que lo convertirá en una piltrafa inhumana, sin libertad, pero bondadosa como el santo de Asís. La tesis que el libro parece sostener es que la libertad y la violencia se hermanan sin remedio. O bien, dicho de otro modo, que, si sustraemos la libertad de un individuo para forzarlo a ser bueno, su humanidad se esfuma. Así lo suscribe Burgess en la «Introducción» a su novela:

…por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. (La naranja mecánica, p. 12)

La libertad es lo más sagrado. Es verdad que el Estado y la sociedad civil están siempre preocupados por la inseguridad y la violencia del entorno. Los índices siguen siendo altos. Es un clamor popular. Pero no cualquier método habrá de usarse para combatir este flagelo. En la novela y en la cinta, se utiliza el método conductista. Al pequeño Alex se le obliga a mirar escenas de películas violentas y eróticas para revertir su agresividad. Pero también, por error, escucha la música de su admirado Beethoven y termina, al final del experimento, mostrando repudio hacia lo violento y lo erótico, pero también hacia la música del genio alemán.

El conductismo es una escuela, corriente o teoría psicológica que hace referencia al condicionamiento de un individuo en el proceso estímulo-respuesta. Fue Pavlov (1849-1936) quien empezó este movimiento con sus ya célebres experimentos con perros que salivan por la comida y quedan condicionados al oír el sonido de la campana. Posteriormente, J. B. Watson (1878-1958) le dará forma y sistema al conductismo. Con aires de presunción dirá:

Dadme una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger —médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón— prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados.

El tercero en discordia es Skinner (1904-1990) quien escribió un libro con un título muy sugerente: Más allá de la libertad y la dignidad. Y es que la aplicación a rajatabla del conductismo, como en el libro mencionado, trae como consecuencia la supresión del libre albedrío.

El chaplino o sacerdote de la novela afirma que «el hombre que elige el mal es en cierto modo mejor que aquel a quien se le impone el bien». (La naranja mecánica, p. 85) La imposición del bien se puso de moda en los regímenes totalitarios. Y todavía hay Gobiernos que creen que con ella van a solucionar el problema de la violencia en la sociedad contemporánea. Basta ver el experimento Bukele en El Salvador. Son remedios a corto plazo. En el fondo, la violencia permanece soterrada en el centro instintual del hombre, esperando el momento oportuno para desbocarse. ¿Queremos acaso «maquinitas que sólo puedan hacer el bien»? ¿O nos la jugamos con personas libres so riesgo de ser irresponsables? No olvidemos nunca que la esencia del ser humano es la libertad. He aquí el dilema de la naranja mecánica.

Referencias:

Burgess, Anthony, La naranja mecánica, Trad. de Aníbal Leal y Ana Quijada, El Mundo, Col. Millenium, No. 83, Madrid, 1999.

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