Marichuy, la defensora del río Verde en los Altos de Jalisco

Tres poblados estuvieron a punto de ser inundados para garantizar de agua a la industria automotriz y agroalimentaria de exportación en el Bajío. Mujeres asumieron la defensa de sus recursos, cultura y territorio

Cuentos de sirena

En 2005, Marichuy García se enfrentó con la noticia más importante de su vida: el pueblo donde había nacido y crecido, donde había aprendido a nadar, a leer y escribir y había conocido a sus primeras amigas, a donde había regresado luego de irse a Estados Unidos una temporada, ese pueblo al que todos le decían «Temaca» tenía los días contados.

Lo iban a desaparecer, junto con otros dos pequeños poblados del municipio de Cañadas de Obregón, en la zona de los Altos de Jalisco. El Gobierno de ese estado situado al occidente de México había comenzado la construcción de la presa El Zapotillo en el río Verde, que inundaría a Acasico, Palmarejo y Temacapulín, sin consultar a los cientos de personas que resultarían afectadas.

No le quedó opción: ante la perspectiva de tener que abandonar, más que su casa, la que había sido vida hasta entonces,

Marichuy emprendió un movimiento de resistencia al lado de más de 50 mujeres de la región para evitar que sus comunidades fueran borradas del mapa —literalmente— por aquel megaproyecto. Con su lucha, que duró poco más de 16 años, ellas evitaron un ecocidio y el desplazamiento forzoso al que se verían obligadas, lo que las convirtió «en un ejemplo para el mundo», en palabras del relator de las Naciones Unidas (NU), Pedro Arrojo Agudo.

Las acciones de Marichuy y sus compañeras se extendieron hasta 2022. Pero el año clave para ellas y la gente que representaban fue 2021, cuando forzaron a las autoridades estatales al diálogo, se sentaron a la mesa de negociaciones con el Gobierno federal y consiguieron modificar las dimensiones de la obra, de modo que la presa El Zapotillo funcionaría para los fines iniciales: llevar agua a varias zonas de Jalisco, sobre todo a la capital Guadalajara, sin inundar las tierras de Acasico, Palmarejo y Temacapulín, el cual, de paso, consiguió ser catalogado como Pueblo Mágico.

De imposiciones y engaños

Originalmente, el trazo elegido para la construcción de la presa estaba sobre el cauce del río Verde, aguas arriba de Temacapulín; los primeros estudios de ingeniería indicaban que en ese estrechamiento podría asentarse el proyecto, pero al final se decidió que fuera en el cañón Los Sandovales.

Por ello, uno de los poblados más activos en la resistencia fue Temacapulín, famoso por sus manantiales de aguas termales. Ahí nació María de Jesús García Guzmán, quien llegaría a ser una de los principales motores del movimiento #TemacaResiste.

Marichuy, como prefiere que le llamen, cuenta en entrevista para Cimacnoticias que la construcción de la presa no fue consensada con la gente, por el contrario, se trató de una imposición. Los Gobiernos de Jalisco y Guanajuato tenían años buscando el mejor lugar para una presa en la región de los Altos, hasta que eligieron una zona alteña del río Verde, cuya longitud rebasa los 250 kilómetros.

Desde 2003 ya había rumores sobre la presa que quería construir el entonces gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, hasta que un día de 2005 —aún con Vicente Fox en la presidencia del país— sin previo aviso, remarca Marichuy, los habitantes de Acasico, Palmarejo y Temacapulín fueron notificados de que debían vender sus propiedades y desalojar sus comunidades porque la obra se había puesto en marcha.

Todos lo sabían, menos ellos. Hasta la Comisión Estatal del Agua y Saneamiento (CEAS) y el ayuntamiento de Cañadas de Obregón ya habían previsto la reubicación de las comunidades desplazadas en Talicoyunque y Nuevo Acasico, de acuerdo con el Plan de Desarrollo Urbano del Nuevo Centro de Población Temacapulín.

El área de inundación sería de 4 mil 500 hectáreas, lo que sepultaría a los tres poblados. Con ello supuestamente se iba a abastecer de agua potable, mediante un acueducto de 140 kilómetros, a un millón 411 mil habitantes de 14 poblaciones en los Altos y las áreas metropolitanas de Guadalajara, en Jalisco, y de León, en Guanajuato.

Esa era la versión que propagaban las autoridades para vencer las reticencias de quienes serían expulsados de sus tierras. «Fue un engaño», recuerda María González Valencia, directora del Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario (Imdec), que brindó asesoría y guía al movimiento de #TemacaResiste. Pronto se percataron de que en el plan original el agua estaba destinada a la industria automotriz y agroalimentaria de exportación en el Bajío.

Cimentada sobre el cauce del río, la cortina de la presa se elevaría hasta una altura de 80 metros, según la primera proyección que se hizo; luego, ya en 2007, se consideró que llegara hasta los 105 metros, lo cual derivaría en la inundación de las 4 mil 500 hectáreas alrededor.

Una vez notificada de la construcción de la obra, la población de los Altos de Jalisco la tomó como una amenaza para su permanencia en esas tierras que habían sido habitadas por sus ancestros. Surgió, entonces, la necesidad de organizarse.

La resistencia contra la presa El Zapotillo, fue encabezada y sostenida principalmente por mujeres, quienes asumieron la defensa del agua, de su cultura y del territorio.

No fue fortuito que ellas adquirieran un rol relevante. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Jalisco 34 de cada 100 hogares reconocen a mujeres como su persona de referencia. El estado ocupa el lugar siete por su porcentaje de hogares con una mujer como referencia. A nivel nacional, son 33 de cada 100.

Tierra de mujeres defensoras

Margarita Guzmán y Vicente García Guzmán, residentes de Temacapulín, tuvieron 12 hijos e hijas. Una de ellas fue Marichuy, quien relata que eran «de las familias más pobres del pueblo», no tenían luz eléctrica en casa y su padre trabajaba en el campo. Él fue un hombre «no machista» que la instó a estudiar. Tenía 16 años cuando le tocó trabajar por la ribera del lago de Chapala, donde se ocupó de que niñas y niños aprendieran a leer y escribir.

Marichuy guarda recuerdos de agua cristalina en el hogar familiar. Dice que en su niñez pasaba «un arroyito» de agua caliente por su casa y aprovechaban para bañarse con una jícara. Cerca también había una huerta donde sembraban alfalfa y por las noches ella y sus vecinas llenaban de agua unos baldes que llevaban a la iglesia del siglo XVIII que conserva el pueblo. Aunque a los hombres les tocaba trasladar piedras al mismo punto, se le conoció como «el atrio de las mujeres».

El acarreo del agua históricamente ha sido una labor reservada a las mujeres. En el informe Progresos en relación con el agua potable, el saneamiento y la higiene (ASH) 2000-2022, elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), se detalla que en el mundo las niñas y mujeres mayores de 15 años son las encargadas de esta tarea en siete de cada 10 hogares que no cuentan con instalación hidráulica.

En Temaca, como las mujeres eran las encargadas del acarreo de agua, entendieron su importancia y generaron experiencias relacionadas con ese rol en la comunidad. Por ejemplo, a veces Marichuy y una de sus hermanas llenaban unos grandes recipientes en los pozos ubicados a dos cuadras de su casa para intercambiarlos por entradas a las películas que se proyectaban en un corralón.

Muchas de las actividades recreativas en Temaca estaban vinculadas al agua. Cuando Marichuy salía de la escuela se iba a nadar con sus amigas, encendían una fogata y calentaban su comida a la orilla del río Verde. A veces acudían a un sitio más profundo llamado Morones, cuenta, donde se bañaba a los caballos. En la crecida del río aprovechaban para ir «al salto» —una cascada de varios metros de altura—, esperaban que bajara un poco el nivel y se lanzaban a nadar en la corriente fría.

La mirada retrospectiva de Marichuy reconstruye estrechas conexiones sociales y con la naturaleza. No obstante, lamenta que ahora muchos de esos sitios estén deteriorados debido a las excavaciones que se han hecho en la región para la extracción de materias primas.

El tamaño es relativo

Si se le mide por el número de habitantes, Temacapulín no es lo que se dice un pueblo grande. Acasico y Palmarejo de plano son pequeños caseríos. Este último, por ejemplo, en el Censo 2020 del Inegi aparece con 49 habitantes —26 mujeres y 23 hombres— y con 14 viviendas habitadas. Ese año Temaca llegaba a los 402 habitantes, de los cuales más de la mitad, 226, eran mujeres, y contaba con 113 viviendas habitadas.

Pero si se le mide por el valor, la resiliencia, la perseverancia de sus habitantes, el tamaño se vuelve relativo. Para María González Valencia, del Imdec, la lucha de Marichuy junto con las demás mujeres de Temaca fue «inédita», «creativa y alegre». Lograron transmitir su esencia e identidad, enfatiza, «enamoraron y conmovieron» a los públicos que las escuchaban para convencerlos de que sus comunidades no debían quedar bajo el agua.

A pesar de no llegar ni al millar, con la fuerza de su movimiento social este puñado de personas logró frenar un megaproyecto que contaba con todos los recursos —políticos y económicos— para imponerse.

Actualmente, la población de Temacapulín se estima en 800 personas, «y hasta mil 500 si se cuenta a los migrantes o “hijos ausentes”», según Servicios para una Educación Alternativa.

«Aunque muchas veces nos dicen que somos poquitos, no importa», aceptaba Marichuy el 17 de noviembre de 2017, durante una entrevista con esa asociación civil cuando asistió como representante de Salvemos a Temacapulín al 5º Encuentro de Defensoras y Defensores Comunitarios, realizado en Santa Rosa de Lima, Oaxaca.

«Aunque seamos uno solo —decía—, aunque fuera una sola casa allá por el cerro, tenemos nuestros derechos por la Constitución por ser mexicanos».

En ese encuentro realizado para intercambiar «estrategias de seguridad comunitaria y expresiones de resistencia desde las prácticas culturales», Marichuy compartía las dificultades por las que atravesaban quienes participaban en la resistencia alteña. «Fueron con amenazas de querer sacarnos, de inundar el pueblo, y fue cuando nos empezamos a organizar, porque en primer lugar no fuimos consultados, y no hay derecho porque (…) la Constitución es para todos.

»Empezamos a reunirnos, a buscar ayuda, y entre nosotros mismos formamos un comité de defensa. Tenemos un comité en Guadalajara —en el que estaba Marichuy—, hay un comité de hijos ausentes, pero no indiferentes (…) otro en Monterrey y otro comité en Los Ángeles, en Estados Unidos, el de los hijos ausentes».

Sin saber que aún les quedaban cuatro años más de lucha, Marichuy daba cuenta de las fricciones que tenían con las autoridades de la Comisión Nacional del Agua, entre otras razones porque les decían que los hijos e hijas migrantes ya no tenían derechos porque se había roto la relación con la comunidad por haberse ido.

Pero los activistas argumentaban que quienes emigran contribuyen con las remesas a la economía de las familias que las reciben y de Temaca en general, y regresan para las fiestas tradicionales o en los «tiempos fríos» de Estados Unidos.

«Ahora que vienen las fiestas, además tenemos muchísimo turismo, porque hay aguas termales (…) bueno, póngale unos 600» muchachos que en invierno vuelven y en primavera se van, calculaba Marichuy para que se viera que no eran tan «poquitos».

Migrante y madre

La población que ha emigrado de Temacapulín, Acasico y Palmarejo se sumó a la lucha contra la presa a través de sus familiares, en lo que llamaron «los hijos ausentes, pero no indiferentes».

En todo el estado de Jalisco hay una dinámica migratoria relevante. Datos del Inegi registran que 60 mil 587 personas salieron del estado en 2020 para vivir en otro país, y de esas 79 de cada 100 se fueron a Estados Unidos. Como en otras regiones de México, la migración está estrechamente ligada a la brecha de pobreza en el campo y ausencia de políticas de desarrollo rural.

Temacapulín es rica en recursos forestales e hídricos porque el río Verde corre al este de su territorio. Cuenta con bosques de cedros y fresnos, además de pastizales para la industria agroalimentaria gracias a sus suelos fértiles.

Hay abundante fauna y vegetación, sin embargo persiste la precarización entre sus habitantes, lo que ha generado una importante movilidad —en especial de jóvenes— hacia otros centros urbanos o de plano hacia Estados Unidos.

Durante su adolescencia, Marichuy también fue una mujer inmigrante. Dejó Temacapulín para irse a Tijuana, en Baja California, donde cruzó la frontera con Estados Unidos rumbo a la ciudad de San Francisco, en California.

Ahí permaneció tres años, trabajando en tareas de cuidados hasta que regresó a México, donde tuvo a sus hijas: «Margarita Juárez, Beatriz Juárez y Emma Juárez, las Juárez, como las conocen», quienes se unieron a su mamá en la lucha por salvar a Temacapulín.

Fragmento.

Texto original en https://cimacnoticias.com.mx/aliadas-marichuy-la-defensora-del-rio-verde-en-los-altos-de-jalisco/


Cuentos de sirena

Durante años fue posible ver en casas, calles, negocios de Temacapulín pintas, carteles o mantas que hablaban por el pueblo: «Salvemos Temaca, Acasico y Palmarejo», «¡Viva la revolución del agua!», «¡No a la presa El Zapotillo», «Temaca no quiere presa, queremos vivir aquí, reuviquen (sic) la presa», «Esta casa NO se vende, NO se reubica, NO se inunda».

Se compusieron canciones para acompañar los mítines, las reuniones, las acciones de protesta o simplemente la convivencia entre los alteños que participan en el movimiento. La creatividad que les iba dotando de identidad también se expresó en pinturas, bordados.

A la cita con Cimacnoticias, Marichuy acude con una manta bordada a mano. En cuanto tiene oportunidad la despliega para leer las consignas, todas dirigidas a salvar a «su Temaca», como le dice con cariño. A lo largo de la conversación entona partes de canciones dedicadas a la resistencia.

Hoy salen con cuentos/ Cuentos de sirena/ Nos hablan bonito/ Nos quieren marear/ Hablan de una presa/ La del Zapotillo/ Donde dice Emilio/ Me quiero bañar… («Entre cuatro cerros», de Manuel de Jesús Carvajal Jiménez).

La cabeza de Marichuy está cubierta de canas. Su cara y sus manos, que reposan en la manta bordada, exhiben una secuela «de la lucha»: vitiligo, un padecimiento que provoca la pérdida de pigmentación de la piel en distintas áreas del cuerpo.

Dice que se debe a que todo ese tiempo «se enojaba mucho», se enfrentaba constantemente a las «vejaciones, irregularidades y corrupción».

Ella lo explicó así al reportero Santiago Reyes de Corriente Alterna el 9 de abril de 2022, cuando atribuyó su enfermedad al estrés causado por la incertidumbre en que vivieron durante años: «Hubo muchos, muchos momentos de llanto —cuenta y muestra sus manos, señala las manchas—. Esto es de la lucha».

«Se nos vino el mundo encima», recuerda. «Era una lucha exterior, pero también interior».

En el video de esa entrevista se le escucha decir, al lado de su hija Mago Juárez: «Sí, es muy duro, muy cansado. Le jode la vida».

Algunas de las mujeres que participaron en la resistencia terminaron dedicando tanto tiempo a las actividades contra la presa que perdieron su trabajo. Fue un tiempo difícil, de mucho desgaste físico y emocional.

«Y todo el año que esto, una marcha y que esto… era el año completo, era así los 16 años», dice Marichuy. «Hubo momentos en que nosotros estábamos hartos, cansados, ya nos sentíamos todas confundidas. Y la verdad, muchos momentos de llanto».

En 2010, como parte de un juicio de amparo, se hizo un «peritaje psicosocial» a la población de Temacapulín para medir los impactos a la salud mental por la amenaza permanente de despojo debido al megaproyecto de El Zapotillo: 79% presentaba un cuadro de «estrés postraumático crónico».

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