Acerca del puritanismo

Hester Prynne, heroína de la literatura, ha caído en el olvido. Ni siquiera la mediocre cinta La letra escarlata ha podido retratar con justicia a esta mujer, víctima del puritanismo en la Nueva Inglaterra del siglo XVII. Hester Prynne no sólo sufrió estoicamente el castigo de la letra impresa en sus ropas, acusándola de adulterio, sino que protegió en silencio al ministro Dimmesdale, padre de la pequeña Perla. Por otra parte, esta mujer se dedicó al altruismo y se fue ganando lentamente el respeto de la comunidad puritana que la había condenado. Hester, por fortuna, sobrevivió a la condena y tuvo futuro, un futuro relativamente promisorio. La novela de Nathaniel Hawthorne sigue siendo, en la narrativa de todos los tiempos, un referente ineludible para el que quiera explorar el morboso tema del puritanismo.

Todos estamos expuestos a la tentación del puritanismo. Unos más, otros menos. Alguno me replicará, un libertino como Sade, imposible. En fin, es discutible. Lo cierto es que, como bien observaba Fernando Savater en su obra de divulgación Ética para amador, el puritano es aquel que «disfruta, no dejando que los demás disfruten». Savater define al puritano como «el calumniador del placer». Sin embargo, si aceptamos que el puritano disfruta descalificando al «liberal», se convierte entonces en calumniador de sí mismo, aunque ya sabemos que el placer que calumnia es sobre todo el sexual, y el propio, el del puritano, es de otra naturaleza.

En la novela de marras se tipifica perfectamente la llamada «cultura de la vergüenza» propia de Oriente, aunque no sólo. Dicha cultura castiga el pecado exhibiendo las miserias del pecador ante una comunidad dada. Así lo vivió y sufrió Hester Prynne. Aquí, el puritano toma la forma comunitaria en el señalamiento a la víctima que ha incurrido en la falta. Hay una complicidad tácita y silenciosa entre todos los miembros de la comunidad. Se busca un chivo expiatorio. En cambio, en la «cultura de la culpa», cultura exclusiva de Occidente, la reparación se resuelve con la culpa en el confesionario. Aquí el remordimiento y el arrepentimiento se dirimen a nivel privado. No se repara el daño con la vergüenza, sino con la culpa.

Hipólito Taine censura: «El puritanismo es la muerte de la cultura, de la filosofía y de la cordialidad social; es la característica de la vulgaridad y de lo tenebroso». Los espíritus liberales tiemblan cuando oyen venir la cruzada puritana. Lo cierto es que cuando alguien abraza el puritanismo, pierde estilo y deviene inculto. Y como observa Emma Goldman: «el puritanismo del siglo XX (¿y por qué no del siglo XXI?) sigue siendo el peor enemigo de la libertad y de la belleza».

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