Agendas políticas contra la democracia

El inmenso escritor José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1986, dice en un pequeño pero espléndido libro: El nombre y la cosa, que en el funcionamiento normal de una organización democrática debería suponerse que los gobiernos están ahí para hacer llegar al nivel superior las necesidades, las conveniencias y los derechos de los ciudadanos donde ellos son, por cierto, mayoría.

Este último dato es importante porque esa masa ciudadana esperaría que los gobiernos estuvieran para hacerlos llegar arriba, donde se produce la riqueza, ese mecanismo real que conduce al bienestar.

El aporte de Saramago no es menor, sobre todo si se piensa que la masa de ciudadanos de que se habla no está en condición de esclavos, sino en un estatusdonde son completamente libres y con derechos; derechos, naturalmente, que deberían también ser respetados.

Dos cosas sobresalen en el planteamiento anterior, según mi entender; primero, el ciudadano no tiene conciencia de serlo y permanece en condición de existencia meramente discursiva, jamás en la vida real. Segundo, los gobiernos rara vez actúan en el sentido de acercar al que llaman ciudadano al mundo de la riqueza.

Nadie con buen juicio discutiría las bondades de la democracia. Pero tal y como se ve desde las esferas políticas no se puede tocar. Una democracia así no beneficia al ciudadano. Existe hoy una tendencia muy marcada a que todo sea democrático. Hay una arrebatadora confusión cuando se piensa que democracia equivale a sufragio o que el pueblo al levantar la mano ha decidido sabiamente los destinos de un país.

La seudoizquierda que gobierna México interpreta a su conveniencia la aparente democracia que la encumbró al poder público. Cree a pie juntillas que el pueblo se ha erigido en asamblea ciudadana imbuida de sabiduría para convertirla en su representante en la élite que gobierna.

En México la democracia funciona a través de un proceso de delegación y de representación. Se da como sigue: el ciudadano tiene un poder político que le pertenece, pero no es un político ni quiere hacer carrera política, por lo tanto, debe delegar en otra persona ese poder que le pertenece. Como todos sabemos, en México opera a través de los partidos políticos.

El gobierno actual se autoengaña cuando piensa que está transformando una realidad que sólo está en su imaginación. Como a Saramago, me encantaría escuchar alguna vez a un político enfrentar con valentía la formulación de una pregunta como esta: «¿Qué es esto?», y contestarse luego: «la democracia no puede ser esto que estoy haciendo».

¿A poco de verdad los de este gobierno se creen el cuento de la democracia? Pienso que los ciudadanos están cada vez menos interesados en la política y en participar activamente en la búsqueda de soluciones a los problemas de este país.

¿Cómo —me pregunto— se le puede pedir a una persona que está incluida en los millones de pobres de México, que piensen en política? No piensan en ella, acuden a la aclamación pública del gobierno cuando van a recoger la dádiva presidencial a cambio de simular que todo está bien.

El secreto está en poder visualizar que en México los grandes problemas nacionales (es decir, los que atienden democráticamente las vías de solución) siempre están fuera de la agenda política; no forman parte de las urgencias a resolver.

Por eso el presidente prefiere ladrar a solas su muina contra las universidades que, según él, no regresan a clases presenciales porque resulta muy cómodo, sin compromiso y sin riesgo, en lugar de convocar a las autoridades del ramo a analizar las causas de tanto rezago en educación y los nulos avances para construir la sociedad del conocimiento que ponga a México en el umbral de un futuro promisorio y esperanzador. No se da cuenta el señor que, si alguien se ha partido el alma en esta crisis sanitaria, es el personal que tiene a su cargo la cátedra y que su carga académica ha sido mayor y la ha desempeñado con esmero y, en muchas ocasiones, ha logra ya un nivel de excelencia para afrontar el desafío de formar en el saber a la generación de la pandemia.

Por eso también los más de 280 mil mexicanos muertos durante este año y medio de enfermedad son apenas una molesta estadística en la conciencia política de este país que prefirió destruir el sistema de salud y le dio la espalda a la necesidad de camas de hospital, medicinas y una modernización que no se vislumbra por ningún lado.

Más aún, en una clarísima falta de sensibilidad y falta de respeto, el gobierno quiere paliar su sentimiento de culpa otorgándole al sector salud una medalla cuando es bien sabido que ese sector le hizo frente a la pandemia en el más absoluto desamparo que cobró su cuota con la muerte de cientos de médicos y enfermeras.

Y mejor ya no hablo de otros problemas fundamentales que deberían ser abordados por el gobierno actual. Me refiero a la violencia, a los grupos armados que en el sur del país proliferan porque ya encuentran otras alternativas para hacerse oír, al problema de los migrantes (que ha convertido a este país en perseguidor y violador de sus derechos, actuando como lacayo del poder político que se encuentra al otro lado del Bravo), la no aspiración al desarrollo sino a la venganza.

Pero todos estos problemas no forman parte de la agenda del presidente y su coro gobernante. La agenda del presidente se llena con los temas que le permiten garantizar su continuidad en el poder. El ataque a la corrupción no es el único asunto de gobierno. En una democracia verdadera, las perspectivas se amplían, nunca se restringen.

En una verdadera democracia deberíamos ver muy cerca la posibilidad de hacer de nuestro país un lugar donde el sentido de la responsabilidad personal y colectiva sea una realidad palpable e incontrovertible. Pero para ello es necesario replantear algunas cosas. Por ejemplo, replantearse con valentía la necesidad de salir de las mañaneras, cuyo espejo resplandeciente, siempre regresa la imagen que se quiere ver y la sonrisa displicente del que se siente triunfador e infalible, para ocuparse por fin de los asuntos vitales del país, aunque en ese escenario no haya espejos ni reflectores que, de tan deslumbrantes como son, terminan por obnubilar la mente.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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