Algo anda mal

El desaparecido Tony Judt publicó en 2010 Ill Fares the Land. Dicho libro es una crítica airada e inteligente a aquellas sociedades, como la nuestra y la estadounidense, que han fomentado la desigualdad económica a lo largo de los últimos 30 años. Adam Smith nos decía que «ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados». Es el caso nuestro. Nuestra felicidad está en juego. Este país encabeza, tristemente, junto con otras naciones, las listas de países con mayor pobreza-miseria y con mayor desigualdad en América Latina.

«Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados».

Tony Judt

Desde finales del siglo XIX hasta la década de 1970 las sociedades desarrolladas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales. Lamentablemente en los últimos treinta años hemos dado marcha atrás y la desigualdad se ha acrecentado sensiblemente. La desigualdad económica, todos lo sabemos, exacerba los problemas. Mayor desconfianza, más trastornos mentales, mayor mortalidad infantil, más criminalidad, mayor desempleo, más violencia, etcétera. Todo esto es provocado directamente por la desigualdad económica. Las diferencias hirientes, entre ricos y pobres, agravan los problemas sociales. Esto sucede tanto en los países ricos como en los pobres. El problema se torna irreversible cuando una sociedad —la nuestra, la estadounidense, la inglesa— empieza a considerar como natural la desigualdad creciente. Judt lo suscribe de este modo: «Una cosa es convivir con la desigualdad y sus patologías, otra muy distinta es regodearse en ellas». Existe una relación directamente proporcional entre la igualdad y la confianza. A mayor igualdad, mayor confianza. Hemos de recuperar la confianza, pero para ello hay que avanzar hacia la igualdad.

La Revolución Francesa nos legó sus tres preciados principios: igualdad, libertad y fraternidad. Nos debe quedar claro que la fraternidad es imposible en una sociedad desigual. La desigualdad no sólo es ineficaz, sino que es inmoral. Los hombres nunca serán hermanos si la desigualdad económica les impide verse a los ojos en un reconocimiento hegeliano que supere la dialéctica del amo y el esclavo. John Rawls, el gran teórico de la justicia, ya advertía sobre esto mismo. La fraternidad se torna imposible si «el principio de la diferencia» que ve por los más desaventajados es desdeñado olímpicamente.

Es un lugar común y hasta una obviedad hablar de la desigualdad y sus consecuencias. Sin embargo, aunque parezca increíble, hablar de esta tara social se vuelve hoy sumamente incómodo. A quienes tratamos el tema, se nos suele ver como bichos raros. Ponerse en los zapatos de los otros, nos engrandece y ennoblece. La maldad no es otra cosa que la falta de empatía hacia el otro. Esta falta de empatía es la raíz de la desigualdad. La desigualdad es mala. Es hora de desterrar la maldad de la tierra.

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