Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Tatiana Clouthier encabezan las preferencias. Ricardo Anaya —candidato en 2018— es por ahora el aspirante opositor más fuerte. Está muy por encima de los gobernadores de Jalisco, Yucatán y Guanajuato, de acuerdo con Massive Caller. Samuel García, de Nuevo León, podría sumarse a la carrera
La gubernatura, entre el PRI y Morena
Samuel García, la nueva estrella de Movimiento Ciudadano
Coahuila está rodeado de alternancia. Las cinco entidades circundantes registran al menos una. Nuevo León es líder nacional, con cuatro, pero además por haber tenido ya gobernadores del PRI, el PAN, el primer independiente y, a partir del 4 de octubre, de Movimiento Ciudadano (MC). Samuel García será el dirigente más joven (34 años) tras una breve carrera política, iniciada como diputado local en 2015 por Rescatemos Nuevo León, plataforma política promovida por el empresario coahuilense Fernando Turner, exasesor económico de Andrés Manuel López Obrador. Tres años más tarde, García llegó al Senado bajo las siglas de MC, de raíz priista, y hoy es levantado hasta los cuernos de la luna.
Nuevo León es el estado del norte donde López Obrador y su partido, Morena, menos han podido avanzar. García superó por casi medio millón de votos a su candidata Clara Luz Flores, exmilitante del PRI. El gobernador electo puede ser uno de los protagonistas de la sucesión del presidente y convertirse en lo que el panista Ricardo Anaya intentó, pero no pudo: ser el Emmanuel Macron de México. El francés obtuvo la presidencia a los 39 años por el centrista En Marcha, de nueva creación, y desplazó a las formaciones tradicionales, equivalentes al PRI y al PAN. En España, también nuevos partidos pusieron contra las cuerdas a la izquierda y a la derecha, representadas por el PSOE y el PP. Morena se convirtió en la principal fuerza política en apenas siete años; y en una década, el emergente MC plantó su bandera en dos estados emblemáticos: Jalisco y Nuevo León.
Abordar la sucesión a medio mandato no es precipitado. En México ha ocurrido siempre y lo mismo sucede en todas las democracias. En Estados Unidos, Joe Biden recién completó seis meses en la Casa Blanca, y Donald Trump ya está de nuevo en campaña. En nuestro país, también los gobernadores, los medios de comunicación y los grupos de presión tienen la mirada fija en las elecciones de 2024. Antes los presidentes retrasaban la carrera para no perder poder, pero López Obrador ya dio la salida. Después de hacerse con 11 gubernaturas en junio pasado, Morena amplió sus posibilidades de despachar otros seis años en Palacio Nacional.
Si en la próxima sucesión presidencial el PRI y el PAN van solos, e incluso en coalición con partidos casi extintos como el PRD, volverán a ser arrasados por Morena. Para ser competitivos necesitan presentar un candidato común e incorporar a MC, lo cual tampoco les aseguraría la victoria. En la baraja del presidente López Obrador hay ases y reinas: Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores; Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de Ciudad de México; Juan Ramón de la Fuente, representante permanente ante la ONU; Tatiana Clouthier, secretaria de Economía; Esteban Barragán, embajador en Estados Unidos; y Rocío Nahle, secretaria de Energía. El líder senatorial, Ricardo Monreal, es el comodín.
Del lado del PAN y el PRI aún no hay nadie visible ni con posibilidades. MC cuenta con Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, y Samuel García, de Nuevo León, pero su presencia en el resto del país es limitada. Consciente de esa ventaja, AMLO decidió abrir juego. Pasar la prueba de las elecciones intermedias con altos niveles de popularidad, no obstante los yerros de su administración, dan una idea del rechazo mayoritario a los gobiernos del PRI y el PAN, caracterizados por la corrupción y la falta de resultados. La recuperación económica prevista para los próximos años mitigará los efectos de la pandemia de COVID-19 en empleo, salud y bienestar, y eventualmente favorecerá a la Cuarta Transformación. Entretanto, las oposiciones no dejan de dar palos de ciego y de tragarse el molinillo.
Política con jiribilla
La presidencia en México era hereditaria. Carlos Salinas de Gortari, el último gran elector, impuso a Luis Donaldo Colosio, cuyo asesinato, en el aciago 1994, forzó la postulación, también a dedo, de Ernesto Zedillo. El fin del presidencialismo imperial lo marcó la ruptura de Zedillo con su predecesor. Salinas se exilió en Irlanda, Reino Unido y Cuba tras el encarcelamiento de su hermano Raúl por enriquecimiento ilícito y el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu, cuñado de ambos. Sin embargo, la justicia siempre estuvo en favor del clan. Raúl recuperó 130 millones de dólares congelados en Suiza bajo sospecha de corrupción.
El tapadismo lo «democratizó» el presidente Luis Echeverría en 1975, cuando el secretario de Recursos Hidráulicos, Leandro Rovirosa, quitó la capucha a media docena de precandidatos: Mario Moya Palencia (Gobernación), Hugo Cervantes del Río (Presidencia), José López Portillo (Hacienda), Porfirio Muñoz Ledo (Trabajo), Carlos Gálvez Betancourt (IMSS) y Augusto Gómez Villanueva (Reforma Agraria). «La caballada está flaca», vociferó el gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa. El embuste funcionó, pero el dedo presidencial apuntó a López Portillo y no a Moya, favorito de la clase política, con quien, seguramente, al país no le habría ido tan mal.
En 1987, Miguel de la Madrid recurrió a otra farsa. Inventó una pasarela para desviar la atención de su favorito Carlos Salinas de Gortari, secretario de Programación. Manuel Bartlett (Gobernación), Alfredo del Mazo (Energía), Ramón Aguirre (DDF) y Sergio García Ramírez (PGR) actuaron de comparsa. El dedazo por Salinas fracturó al PRI y puso en riesgo la elección, pero el control sobre el conteo de votos impidió el triunfo de la disidencia, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, del Frente Democrático Nacional.
En las tres siguientes sucesiones, los presidentes no pudieron nombrar candidato siquiera. Francisco Labastida surgió de una consulta interna en el PRI en la cual derrotó a Manuel Bartlett, Roberto Madrazo y Humberto Roque Villanueva, amigo de Zedillo. El favorito de Vicente Fox era Santiago Creel y no Felipe Calderón; y el de Calderón, Ernesto Cordero, y no Josefina Vázquez Mota. En un intento desesperado por retener el poder tras la gestión de Peña Nieto, venal y desastrosa, el PRI se decantó por un perfil «ciudadano»: José Antonio Meade, apadrinado por el secretario de Hacienda, Luis Videgaray.
Dueño indiscutible de la agenda política, el presidente López Obrador no utilizó a uno de sus «cardenales» para abrir el juego sucesorio, como lo hizo Echeverría con el tabasqueño Rovirosa; ni al presidente de Morena, como De la Madrid, en el caso del PRI, para destapar sus cartas: tres hombres y tres mujeres. Pero más allá de la paridad de género, importan las trayectorias y apellidos de los principales aspirantes: Marcelo Ebrard —perseguido de Peña Nieto supuestamente por haberle filtrado a Carmen Aristegui información sobre la casa blanca— era el tándem de Manuel Camacho, sacrificado por Salinas en la sucesión de 1994. José Ramón de la Fuente, rector de la UNAM y secretario de Salud con Zedillo, sin militar en el PRI, fue barajado como candidato de la izquierda en 2018.
Claudia Sheinbaum es física, lo mismo que la primera ministra alemana Angela Merkel, y junto con Ebrard perteneció al gabinete de AMLO en el Gobierno de Ciudad de México, ahora a su cargo. También formó parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, ganador del Nobel de la Paz 2007, compartido con el vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore. Tatiana Clouthier, secretaria de Economía, es hija de Manuel Clouthier, candidato presidencial del PAN en 1988. Tatiana fue llevada al gabinete para salvarla de la derrota de Morena en Nuevo León. AMLO hace política con jiribilla.
Ricardo Anaya, redivivo
Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Tatiana Clouthier lideran las preferencias por la candidatura presidencial de Morena, con 32%, 23% y 13%, respectivamente, de acuerdo con una encuesta de Massive Caller del 30 de junio. Ricardo Anaya (PAN), único aspirante en la sucesión previa que ofreció encarcelar al presidente Peña Nieto, sin necesidad de consulta, debería encabezar a la oposición en las próximas elecciones, dice la indagación. Anaya obtuvo 12 millones de votos en 2018.
El queretano ha sido el dirigente del PAN más exitoso, después del triunfo de Vicente Fox en 2000. En 2016 ganó siete de 15 gubernaturas —todas al PRI— y jubiló a uno de los dinosaurios de la «dictadura perfecta». Manlio Fabio Beltrones renunció a la jefatura del PRI luego de la tunda en las urnas, atribuida por él a la corrupción. En los debates de 2018, Anaya arrinconó varias veces a López Obrador. «Andrés Manuel, el problema no es tu edad, son tus ideas viejas», le dijo en Tijuana. AMLO lo tildó de hipócrita, lo mismo que al priista José Antonio Meade.
Anaya aportó frescura y talento a las campañas. López Obrador, quien siempre había rehuido los debates, se apegó al guion de candidato antisistema y azote de corruptos. Llamar «Ricky Riquín Canallín» a su adversario panista enardeció a las graderías. AMLO no engaña a nadie. El activista de ayer es el presidente de hoy. El PRI y el PAN llegaron vencidos a las urnas por el lastre de la venalidad, la violencia, la injusticia social y por representar, ante los ojos de la mayoría, los mismos vicios e intereses. El Pacto por México fundió a los otrora enemigos irreconciliables, incluido el PRD, en el crisol de la corrupción y el oportunismo.
La campaña de Anaya —quien visita comunidades apartadas para conocer la realidad del país y sus problemas, como AMLO lo hizo durante 12 años— fue torpedeada desde dos flancos. Margarita Zavala renunció al PAN para postularse como candidata independiente, asesorada por su esposo, el expresidente Felipe Calderón, pero abandonó la carrera por no conectar con los electores. Por otro lado, la Procuraduría General de la República abrió una investigación contra Anaya por lavado de dinero, la cual cerró pasadas las elecciones. López Obrador habría ganado aún sin esos golpes bajos contra su principal competidor, pero no con el margen que le permitió hacerse con el control del Congreso en ambas cámaras y desaparecer virtualmente a las oposiciones. Los Calderón regresaron al PAN luego de que el INE les negó el registro de México Libre como partido.
Con el 39% de las menciones para ser el candidato de las oposiciones a la Presidencia en 2024, según la encuesta telefónica de Massive Caller, Ricardo Anaya supera por mucho a los demás aspirantes. El senador Miguel Ángel Osorio (PRI), responsable, como secretario de Gobernación, del fracaso de las políticas de seguridad de Peña Nieto, tiene apenas el 14 por ciento de las preferencias. Le siguen los gobernadores de Jalisco, Enrique Alfaro (13); Yucatán, Mauricio Vila (11) y Guanajuato, Diego Sihué Rodríguez (10). El empresario Claudio X. González, promotor de la vapuleada coalición Va por México (PRI-PAN-PRD), aparece con un raquítico 7.1 por ciento; y al final, el líder del PRI, Alejandro Moreno, con un 4.4. Si las elecciones para la Presidencia fueran hoy, Morena se las volvería a llevar de calle. E4
La gubernatura, entre el PRI y Morena
El partido guinda creció su base electoral a los niveles del Revolucionario Institucional en la elección de Riquelme; el PAN, a la deriva
En las elecciones de junio, Morena y sus satélites (Verde y PT) obtuvieron casi los mismos votos con los que el PRI y seis de los suyos ganaron la gubernatura en 2017. Esto supone un riesgo mayúsculo para los tricolores en 2023; una oportunidad para el movimiento guinda; y la posibilidad de lograr la primera alternancia en un estado gobernado por el PRI desde 1929, cuando Nazario Ortiz Garza se impuso a Vito Alessio Robles, del Partido Nacional Antirreeleccionista, entre acusaciones de fraude. Coahuila estuvo a un paso de cambiar de partido hace cuatro años, pero la maquinaria del estado terminó por imponerse con el apoyo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), el cual, en el límite de la fecha constitucional, validó la elección impugnada.
Cuarenta mil votos separaron al PAN del Palacio de Gobierno en 2017. Hoy es un espectro. Morena acaba de romper la hegemonía del PRI en Campeche y Colima. En esa tesitura, el priismo deberá sondar una alianza con Acción Nacional para conservar Coahuila. Sin embargo, en los comicios de este año, el panismo estatal decidió no participar con el PRI y el PRD en la coalición Va por México, por agravios históricos y elemental congruencia. Desbancado por Morena como primera fuerza opositora en el estado, el partido azul se halla en un callejón sin salida. Perder Torreón y desplomarse en Saltillo representa un retroceso y lo aleja de la gubernatura. Si el PRI se alinea al presidente López Obrador, como parece, el PAN podría recuperar a los votantes que le volvieron la espalda.
La votación estatal del PAN cayó en picada el 6 de junio, cuando solo captó 164 mil. Para tener una idea del fracaso, en las elecciones municipales previas Jorge Zermeño ganó la alcaldía de Torreón con 152 mil. En cambio, la base electoral de Morena creció a 479 mil votos, junto con los del Verde y el Partido del Trabajo. El PRI subió a 531 mil. Estos números prefiguran una competencia cerrada por la gubernatura entre los partidos del presidente Andrés Manuel López Obrador y del gobernador Miguel Riquelme, en 2023.
La sucesión estatal la decidirán varios factores: 1) la fuerza o debilidad del presidente y el gobernador; 2) el desarrollo y orientación política de movimientos emergentes provocados por la crisis del sistema de pensiones, origen del plantón de maestros y colectivos frente al Palacio de Gobierno; 3) el curso de las denuncias contra los hermanos Humberto y Rubén Moreira por la megadeuda y su presunto enriquecimiento inexplicable, presentadas por el diputado Rodolfo Walss (PAN) ante la Unidad de Inteligencia Financiera; y 4) las coaliciones y el perfil de los candidatos.
Las elecciones de 2017 fueron una pesadilla para el PRI. Miguel Riquelme, postulado también por el Verde Ecologista, Nueva Alianza y los partidos locales Socialdemócrata Independiente, Joven —apadrinado por el exgobernador Humberto Moreira—, de la Revolución Coahuilense y Campesino Popular (ya desaparecidos), ganó apenas por un margen de 2.5 puntos porcentuales. Ante la falta de castigo en los tribunales por la megadeuda, las empresas fantasma y los años de terror en el «moreirato», la ciudadanía enjuició al PRI en las urnas. Cuando el triunfo del priista se tambaleaba y la presión para anularlo subía de tono, el presidente Peña Nieto mandó al TEPJF una señal inequívoca: recibió a Riquelme en Los Pinos. Hoy los actores y las circunstancias son otros. El PRI es un partido marginal, gobierna cuatro estados; y Morena, la nueva aplanadora, 17. E4
Samuel García, la nueva estrella de Movimiento Ciudadano
Jaime Rodríguez, el Bronco, resultó un fiasco como gobernador independiente, el primero y seguramente el único por mucho tiempo. Su triunfo atronador en 2016 devino en abucheo. Puso entre rejas a su predecesor priista Rodrigo Medina, acusado de peculado, desvío de fondos públicos y daño patrimonial, pero después lo dejó ir. La votación por Rodríguez ha sido la más alta conseguida por candidato alguno: más de un millón de nuevoleoneses cruzaron su nombre en las boletas. Una humillación para el PRI y el PAN, cuyos candidatos obtuvieron juntos 964 mil. Morena no pintó.
La aventura del Bronco de ser presidente también terminó en pifia. La propuesta de «mocharle las manos a los delincuentes» divirtió a las galerías, pero no más. Aun así, 2.9 millones de mexicanos sufragaron por él, un tercio de los que lo hicieron por el candidato del PRI, José Antonio Meade. Rodríguez dilapidó su capital político, pero sistemáticamente fue boicoteado por el PRI y el PAN en el Congreso y en el Tribunal Superior de Justicia del Estado. Los grupos de presión contribuyeron al fracaso del gobernador independiente. Su victoria entusiasmó, pues abría la posibilidad de acotar a la partidocracia.
En las elecciones de gobernador de este año no participó ningún candidato independiente. Nuevo León le cerró las puertas al PRI, al PAN y a Morena y optó por Samuel García, de Movimiento Ciudadano (MC). El exsenador captó 786 votos (233 mil menos que el Bronco) y las campanas volvieron a repicar. Casado con la influencer María Rodríguez Cantú, García es un político frívolo, producto de la «civilización del espectáculo». Sin embargo, los nuevoleoneses prefirieron un gobernador naranja (el color de MC) que una guinda, Clara Luz Flores, quien arrancó como favorita y terminó en último lugar.
García asumirá el 4 de octubre, pero ya empezó a gobernar y a desempolvar proyectos como el tren Monterrey-San Antonio. Para promoverlo, realizó sus primeras giras a Texas —cosa que Humberto y Rubén Moreira jamás hicieron; Jorge Torres López, sí, pero forzado—. También promueve la reapertura del puente Colombia-Laredo, cerrado por la pandemia de COVID-19, y la cancelación del trasvase de la presa de El Cuchillo a Tamaulipas, lo cual excede sus facultades. García se reunió con el gobernador de Texas, Greg Abbott, el 14 de julio en Austin, para tratar temas comunes.
El emecista celebra su triunfo a bombo y platillo, incluso fuera de Nuevo León. A principios de mes viajó a Jalisco, cuyo gobernador, Enrique Alfaro, es uno de los aspirantes a la Presidencia de la república, para asistir a un taller con alcaldes de las zonas metropolitanas de ambos estados. La gira terminó en Tequila con la primicia, en redes sociales, de tener «muy buenas noticias a Nuevo León. Entre los anuncios (…) el más importante es la visita a Palacio Nacional (el 11 de julio) con nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador. Vamos con la mejor actitud, en el mejor ánimo de construir, de cooperar, como dijo el presidente, de “trabajar por nuestros pueblos”». Un día antes de reunirse con García, AMLO recibió a Alfaro en la sede del poder ejecutivo.
La cuarta alternancia ha generado grandes expectativas en un estado cuyos gobernadores, en los últimos sexenios, lo han endeudado y sumido en la incompetencia y la corrupción. De los últimos, solo Alfonso Martínez y Jorge Treviño se salvan. El Bronco quiso trascender, pero no pudo. El turno corresponde ahora a un político de otra generación. Hijo de campesino devenido en abogado y fiscalista exitoso (Samuel Orlando García) y de una mujer que se preparó para dirigir los negocios de sus padres (Bertha Silvia Sepúlveda), García no puede tirar por la borda la oportunidad de demostrar a los nuevoleoneses no haberse equivocado con él. El choque con la realidad será fuerte. Gobernar no es igual que ver los toros desde la barrera. Mientras tanto, disfruta su luna de miel. E4