Son varias las fichas que se conocen acerca del perfil sicológico de Andrés Manuel López Obrador. Algunas son —o parecen ser— francamente exageradas, tanto en sentido negativo como positivo, pues entre estas últimas no faltan las que pintan al personaje con tintes más bien adulatorios. Se observa pues que van de un extremo al otro. Se advierte que no todas han sido preparadas por especialistas en la materia, pero algunas sí.
Llama la atención que casi todas describen al presidente como una persona perseverante y algunas además como obsesivo. Parecería que una y otra clasificación son lo mismo, pero no es así. Se dice de alguien que tiene la virtud o el valor de la perseverancia cuando jamás se da por vencido en lo que busca o pretende. Que nunca se rinde a pesar de las adversidades u obstáculos.
Para no complicar demasiado la exposición, no entro al análisis de si el objetivo que se persigue es bueno o es malo desde los ángulos ético y moral, o justo o injusto desde la perspectiva legal. Pero por lo general se entiende que la finalidad de lo que se pretende es buena y justa.
Tampoco entro en consideraciones acerca de si la perseverancia para ser reconocida como tal necesariamente ha de terminar en el logro de lo que se busca. Algún pensador contemporáneo ha escrito que para muchos «lo verdaderamente importante no es el éxito, sino el esfuerzo». Coincido.
Por datos muy conocidos de su biografía, no hay duda de que López Obrador es una persona en quien se reconoce que es perseverante.
La obsesión, en cambio, más que una virtud es en realidad un sentimiento, que a veces deriva en resentimiento. Es algo que se fija de manera persistente en la mente y en el ánimo de una persona, sin racionalidad alguna, de manera tal que si no logra lo deseado se produce en ella un estado de aflicción y aun de ansiedad. Sentimiento que suele terminar de la peor forma, por tener como principal característica la de escapar al control de quien la experimenta. En otras palabras, la obsesión puede terminar en tragedia. Y la perseverancia en éxito, y si éste no se alcanza no pasa nada, porque lo importante no es el éxito sino el esfuerzo. El caso de la obsesión es distinto.
De que López Obrador es una persona obsesiva tampoco hay duda. El mejor ejemplo para demostrar su carácter obsesivo se encuentra en lo ocurrido en el desenlace de su primera candidatura presidencial, la de 2006. Se le convirtió en una fijación la obtención del triunfo y al no obtenerlo le generó un estado de frustración que derivó en situaciones negativas.
En especial grande fue su frustración porque, aunque jamás lo reconocerá, bien sabe él que su derrota se debió a sus propios errores y torpezas y no al supuesto fraude electoral del que dice haber sido víctima.
Le resulta imposible soportar el hecho de que habiendo iniciado su campaña electoral ese año con al menos diez puntos de ventaja en la intención de voto, terminó perdiendo la elección por medio punto porcentual, como resultado de sus propios yerros. Dicen los especialistas que el no haber participado en el primer debate le significó la pérdida de al menos cuatro puntos, y un porcentaje también importante por haber impuesto un férreo control centralizado en su persona del aparato electoral del PRD. Lo cual terminó en un desastre.
Por eso, para tranquilizar su conciencia, no se cansa de repetir que en 2006 le fue arrebatada la presidencia de la República por la vía del fraude electoral. Mentira histórica que ahora ha ordenado quede asentada en los nuevos libros escolares. En su obsesión, a ese extremo ha llegado.
A lo largo del tiempo, aquí, en este espacio, he dado cuenta del contenido de media docena de investigaciones serias, estudios de corte académico publicados en libros, que demuestran que no hubo fraude en las elecciones presidenciales de ese año y no se conoce alguno que con rigor académico pruebe lo contrario. Cabe precisar que las de 2006 son las elecciones más analizadas y estudiadas en la historia del país.
Ahora la cuestión está en la alta probabilidad de que la candidata de AMLO pierda la elección presidencial en 2024. Hay que imaginar la turbulencia emocional que esa eventual derrota causará en su ánimo. En mayor medida por estar consciente, como debe estarlo, de que ha sido él mismo quien se ha encargado de proyectar, de popularizar a la candidata que derrotará a la suya. Cuando esa eventual posibilidad llegue a materializarse, se despertarán sus dejos obsesivos al fracasar la imposición de su candidata, y su reacción pondrá a México en grave peligro.